Lidia Navarro: Actuar lejos del intelecto

Lidia Navarro es actriz desde hace mucho tiempo. Logró ganar sus primeros sueldos (todavía pesetas) haciendo teatro frente a familiares y amigos. Ahora, dedica su tiempo a actuar y a formar a los alumnos que participan en su taller de teatro. Renunciar a la vida entera es un precio que no quiere pagar para tener un gran éxito. Porque sabe que la vida es no dar la espalda a lo fundamental. Se puede ser todo al mismo tiempo.

02 abr 2016 / 12:45 h - Actualizado: 29 mar 2016 / 09:18 h.
"Entrevista - Aladar"
  • Lidia Navarro/ Fotografía: Manuel Jiménez
    Lidia Navarro/ Fotografía: Manuel Jiménez
  • Desde los cinco años, Lidia Navarro, recuerda que ha querido ser actriz. / Fotografía: Manuel Jiménez
    Desde los cinco años, Lidia Navarro, recuerda que ha querido ser actriz. / Fotografía: Manuel Jiménez
  • Lidia Navarro alterna su trabajo como actriz y su actividad docente. / Fotografía: Manuel Jiménez
    Lidia Navarro alterna su trabajo como actriz y su actividad docente. / Fotografía: Manuel Jiménez
  • Lidia Navarro es una actriz de raza. / Fotografía: Manuel Jiménez
    Lidia Navarro es una actriz de raza. / Fotografía: Manuel Jiménez

La primavera trata de instalarse en Madrid. Pero sin mucha suerte. Va y viene. Y, mientras, en las calles puedes encontrarte con una mujer envuelta en su abrigo paseando con una amiga en camiseta de tirantes o a un hombre en mangas de camisa rodeado de diez o doce más que parecen sentir frío al mirarle. Las ciudades, en esta época, se convierten en pasarelas extrañas por las que pasean los modelos de todas las estaciones posibles.

Lidia Navarro es actriz. Menuda de constitución, excelente conversadora. Usa un lenguaje cuidado, casi exacto. Es filóloga y amante del latín. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares. Su amor por la obra de Cervantes es evidente y lo confiesa a la primera.

Charlamos alrededor de un café con leche (largo de café y en vaso de cristal) para ella y un cortado para mí. Esta es de las entrevistas que uno disfruta. La conversación fluye sin apenas esfuerzo. Centramos la conversación en la profesión de cómico. Siempre es interesante saber cómo ven las cosas los profesionales que llevan tantos años subiéndose a un escenario.

«Cada uno elige cómo vivir el mundo del teatro. Para estar ahí arriba todo el tiempo, la renuncia personal debe ser enorme; es tan grande que yo no sé si estaría dispuesta. Prefiero seguir donde estoy y ser actriz de otra manera. La familia es importante, la maternidad es importante. Actuar no lo es todo. Me divierte actuar y la vida bohemia, pero hay cosas que rodean nuestro mundo profesional que me aburren».

Hay que vivir, querida, digo mientras pienso que tiene toda la razón del mundo.

«Por eso me dedico mucho a la enseñanza. Doy clase a niños y me hace muy feliz. Veo que tiene mucho sentido lo que hago. Solemos trabajar a partir de textos clásicos. Mis alumnos son pequeños y he descubierto que les fascina la literatura. Hicimos un espectáculo sobre mitología con el que aprendieron mucho y nunca se les olvidará. Eso es lo fundamental. Con otros, algo mayores, trabajamos con Shakespeare y, hace tiempo, montamos un Lazarillo de Tormes. Lo grande es que ellos trasladan a su mundo lo que van haciendo y el resultado es estupendo. Por ejemplo, descubrir a Macbeth y saber que un malo malísimo te podría caer simpático es de lo mas divertido para ellos».

Hablamos sobre lo gratificante que es enseñar, de «la utilidad de las cosas que no sirven para nada» dice ella. ¿Tuviste la misma suerte siendo niña, alguien te enseñó lo básico del teatro?

«Siendo niña, no. Fue más adelante. Desde los cinco años estuve engañando a los primos intentando hacer obras para los padres, los tíos o los amigos de ellos. Comparativamente, es la época en la que he conseguido más ingresos haciendo teatro al pasar el vasito del helado entre los espectadores. Organicé un grupo de teatro en el colegio, más tarde en el instituto. Y tuve la suerte de encontrar, con catorce años, un grupo de teatro de Coslada (Oripando). Un grupo muy curioso, porque nos dedicamos al teatro muchos de los que estábamos allí. Miguel Cubero, Daniel Moreno, María Ayuso, José Luis Pecharromán, mi propio hermano, Víctor, que es escenógrafo... Había algo especial».

El entusiasmo ¿sigue intacto?

«Sigo teniéndolo clarísimo. Los bajones que he vivido fueron más estéticos que otra cosa. Siempre quise ser actriz, es lo que me divierte porque yo actúo para jugar. Es la gracia de esta profesión. Además, uno tiene que seguir sus impulsos naturales. Al final acabas haciendo lo que más deseas. Lo que más me gusta es ser actriz, pero no se trata de ser una sola cosa en la vida. La parte fea de mi profesión se compensa mucho con la enseñanza. Esa competición, esos egos desmesurados con los que tenemos que convivir los profesionales del teatro, se alivian estando con los chicos en clase. Ya ves que todo lo que hago está alrededor de lo que me gusta. Y es algo impagable».

Hablando de vocaciones, Lidia confiesa que ser escritora era otra de sus metas, pero que le pareció que no tenía mucho futuro en ese campo. Le pregunto si sigue escribiendo.

«Solo para mis alumnos. De momento, la falta de tiempo me impide hacer otras cosas».

Pues hacen falta buenos textos, digo quejándome. Alguien los tiene que escribir y los actores los tienen que leer. Por cierto, Lidia, los actores y actrices leen mal y leen poco. Eso es un mal tremendo.

«Con la lectura hay un problema. La inmediatez, lo instantáneo de las redes sociales y el abaratamiento de la cultura, pesa cada día más. Cualquiera puede ser casi todo y eso no es así. Por cierto, con las redes veo que existe una obsesión absoluta. Todo el mundo está enganchado a estas cosas. Me voy a poner con ello, pero, de verdad, prefiero utilizar mi tiempo con un buen libro entre las manos o subiendo un pico o bailando».

Estuve viendo a Lidia en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid. La obra que está en cartel es Un Dios Salvaje. Y me gustó mucho su personaje y su trabajo. Así se lo digo.

«Me divierte mucho actuar porque soy consciente del privilegio que es subir a un escenario y de que es algo muy poco habitual. Y no me fustigo con si estoy bien, mal o regular. ¿Iría a verme? Sí, posiblemente. Eso es verdad. Hago las cosas lo mejor que puedo y ya está. Además, me lo paso muy bien. Soy, cada día más, condescendiente conmigo misma. Unas veces estás mejor y otras peor. Pensando así se aceptan mejor las críticas. Todo el mundo se puede equivocar. Con esta edad sé que merezco estar en un escenario, no es un regalo y hago bien mi trabajo. No le doy más vueltas al asunto».

Le digo que sí, que seguro que se gusta y que, esto que dice, es falsa modestia. Lidia no puede evitar sonreír y asentir con la cabeza.

¿Te atreves a definir tu perfil como actriz?

«Nunca he sido la fea, ni la guapa, ni la gordita... Tengo un perfil raro. Será por eso por lo que no tengo un millón de ofertas aunque lo que me llega es maravilloso. Por otra parte, el mundo anodino no lo controlo. Los personajes normales me salen fatal. Me aburro con ellos. Trabajas con tu voz, con tu cuerpo y con tus emociones; y eso te lleva a que te cuadren más unos personajes que otros. Algunos personajes tienen riesgos y me gusta asumirlos. Generalmente, los actores tendemos a ser coherentes en la interpretación, queremos que nuestro personaje lo sea. Pero, a veces, pienso que yo no lo soy. Tal vez por esto me gustan ese tipo de almas más extravagantes. Como actor no se puede trabajar desde el intelecto».

Es que lo que tiene que ser coherente es el texto y no el personaje. Véronique, al que encarnas en la obra ¿te gusta?

«Mira, pensaba yo en mi personaje cuando, ayer, veía a los refugiados sirios en la televisión. Ella es algo parecido al arquetipo que manejamos en occidente. Queremos quedar bien con el mundo, decimos que nos comprometemos, lavamos nuestra conciencia, pero sabiendo que el problema de base no lo vas a solucionar nunca porque entre otras cosas lo has generado tú. Es una cosa muy macabra. Creamos el problema y luego nos preguntamos qué ha podido pasar».

La vida es muy complicada, digo. Más de lo que nos hacéis creer los actores y actrices sobre el escenario ¿Estás preparando el estreno en el Teatro Español de Quijote. Femenino. Plural?

«Sí, así es. Ya sabes que se trata de una adaptación de Ainhoa Amestoy. Comenzó siendo un monólogo sobre las mujeres del Quijote. Ahora me incorporo y la cosa se convierte en lo que cuentan dos juglaresas del siglo XXI. Son del barrio de Lavapiés de Madrid. Cuentan el viaje de Sanchica a la que ha enviado Sancha para espiar al padre en sus viajes. Va encontrándose mujeres por el camino (Luscinda, Marcela, Maritornes, Quiteria...) y encarnamos a todos los personajes. Además, hay muñecas de Andrea D’Odorico que se colocan, que movemos... Es un montaje muy de mujeres».

Miro a través de la ventana. Parece que hoy sí, que hoy la primavera ha encontrado en las calles de Madrid un lugar en el que puede quedarse algo más de tiempo.

«Me encantaría hacer los grandes personajes que se escribieron para los hombres. Segismundo, Ricardo III...».

Esto lo dice Lidia cuando ya nos estamos levantando. Son cosas que marcan la diferencia. Una actriz de raza siempre tiene el personaje pendiente en la cabeza, siempre anda en busca de los matices que solo ella puede captar para hacer que se vean como parte indiscutible de la personalidad de ese ente encarnado. Una actriz de raza tiende a resolver físicamente los problemas técnicos de la actuación. Una actriz de raza sabe que no puede ser un personaje desde el intelecto porque los matices nunca aparecerán.