El Teatro Central baja el telón por esta temporada confiando al grupo sevillano Taller Sonoro uno de los acontecimientos musicales del curso, el estreno de Contra los muros, obra del compositor brasileño Aurélio Edler-Copes (1976) que regresa [hoy, 21.00 horas] al escenario de la Cartuja tras presentar en él hace dos años su particular versión del clásico minimalista In C, de Terry Riley. La ambiciosa creación que ahora da a conocer se basa en un texto del poeta Ferreira Gullar, uno de los escritores más importantes de su país en el siglo XX y que vivió el exilio en Argentina tras el golpe militar de 1964 en Brasil.
–¿Cuándo y por qué surge en su mente la idea de Contra los muros?
–Comencé a pensar en ello en 2010 a partir de un proyecto que presenté al New Forum Jeune Creation (Grame) a partir de una serie de experiencias que había llevado a cabo en el Ircam de París de reinyección del sonido y búsqueda de reverberaciones. En la misma época había conseguido el texto y una grabación del Poema sucio de Ferreira Gullar y empecé a trabajar con él como material de base. El texto es, en parte, un testimonio de la vida del escritor, que pensaba que nunca podría dejar Argentina y volver a Brasil. Fue Vinícius de Moraes quien se encargó de grabarlo y darlo a conocer en mi país. El poema no habla de la dictadura, si no de la creación, de la libertad de pensamiento y de expresión. Es algo que me toca muy directamente, ya que viví el final de la dictadura en Brasil.
–¿Qué ha quedado del texto?
–He dejado algunos fragmentos importantes que tienen mucha fuerza. Pero la narrativa está muy oculta, me interesa más el texto como mantra, porque hay muchas repeticiones en él. La fuerza de las palabras me sirve para generar reverberaciones a partir de las mismas. Podría decir que toda la dramaturgia es muy abstracta, por eso la voz está incardinada en la electrónica, no quería a una persona recitando el poema.
–También es complejo todo el ensamblaje instrumental que maneja...
–Sí. He querido llevar al máximo de complejidad mis exploraciones. La electrónica en esta obra es una fusión entre procesos analógicos y digitales. Cuando monté In C, de Riley, ya tuve un primer acercamiento. Estaba yo, con la guitarra eléctrica, la amplificación y un poco de reverberación. En el directo, desde el ordenador, iba manipulando el sonido analógico que iba creando. Pues bien este proceso lo he llevado al límite en Contra los muros, donde todos los instrumentos, salvo la percusión, están amplificados y conectados mediante pedales y amplificadores de guitarra. Han sido muchas horas de preparación y ensayos gracias a la beca de Ibermúsicas. He estado año viajando con regularidad a Sevilla y mi relación con los músicos de Taller Sonoro se remonta a 2007, en la Cátedra Manuel de Falla. Fue en 2014 cuando me llamó Ignacio Torner, pianista del conjunto, pidiéndome una obra de larga duración. Cuatro años después, el resultado es Contra los muros.–¿Dónde estamos ubicados estéticamente?
–Le seré franco. Quiero romper con el academicismo. Para mí esta obra es especialmente importante porque ha sido creada en total libertad. Mi profesor, Georges Aperghis, me decía que las herramientas vienen con una estética. Así que aquí, que trabajo con un sistema híbrido analógico y digital ya me sitúo en un espacio bastante definido. Para mí resulta clave el concepto de cuerpo; es decir, el ensemble que forma un todo junto con el sampler, la electrónica y la voz. Me gusta esa corporeidad sonora y el carácter hipnótico que puede provocar. A nivel de influencias me han inspirado siempre compositores como Giacinto Scelsi, Steve Reich, Morton Feldman, Salvatore Sciarrino... creadores cuyas músicas no están comprometidas con el desarrollo, no tienen una concepción romántica de la música; se centran en procesos alrededor de las notas estáticas y de la repetición. La repetición me fascina como proceso, y diría que en Contra los muros el sonido tiende a su propia aniquilación. Es una obra monolítica que reflexiona sobre la humanidad que existe tras los procesos mecánicos. Hay una repetición obsesiva de unos pocos materiales; son unos 40 minutos en los que la interacción entre el instrumentista y la máquina está en continua transformación.–¿Cuánto le ha influenciado tocar y grabar In C, de Riley?
–Más de lo que puedo imaginar. Pasé mucho tiempo buscando el sonido que consideré justo y equilibrado para la obra. Tuve que controlar todo lo que pasaba con la electrónica y como yo, que estaba tocando, debía manipularla. Hay un error cuando un instrumentista solo está pendiente de tocar y no presta atención a la electrónica, que confía al ingeniero de sonido o al propio compositor. Eso significa que el músico ha estado fuera del proceso de creación electrónica en tiempo real. In C me cambió mucho la percepción sobre estos aspectos. –¿Impone o es confortable el pluralismo estético de la composición contemporánea hoy en día?
–Soy brasileño y el pluralismo corre por mis venas. Siempre me molestó etiquetarme y, en todo caso, siempre tuve más simpatía y oídos hacia los compositores, diríamos, periféricos. La libertad es una ventaja muy grande, porque reproducir las recetas de las diversas escuelas compositivas (estructuralismo, minimalismo, espectralismo...) lo han hecho centenares de compositores. En Contra los muros, sencillamente, he hecho lo que me ha dado la gana. Vamos a ver qué pasa ¿no? A lo mejor me he equivocado, pero haber llevado al extremo una idea, aun a riesgo de fallar, es excitante y muy satisfactorio. –¿Alguna vez sintió que se espera algún guiño en su música a su procedencia geográfica?
–Vengo de un país al margen del circuito. No es lo mismo ser francés, alemán o italiano, que son las nacionalidades principales de la música académica. Es como hacer rock y ser de India en vez de inglés. No me tomo a mal que se espere de mí ciertas cosas. Pero hoy la música contemporánea ya no sigue estrictamente la línea centroeuropea clásica porque se ha hecho permeable al jazz, al rock, a la electrónica, a tantas cosas... Yo tengo mi cultura, que es brasileña, pero tengo orígenes italianos y he vivido en España y en Francia, donde resido actualmente. Las nacionalidades son como sistemas operativos como Windows o Mac Os, que las asimilas y se añaden a tu propia identidad. Si alguien se empeña en que mi música venga de un sitio, pues tendré que decir que viene de unos cuantos. –Al contrario que la mayoría de los compositores, su instrumento no es el piano, si no la guitarra eléctrica... ¿Cómo le condiciona?
–De una manera fundamental. Todas mis primeras obras llevaban guitarra. Cuando fui a estudiar a Musikene, Gabriel Erkoreka me dijo: «Paremos de hacer obras con guitarra». Y aquella decisión me sirvió, pasé muchos años sin componer nada con ella. Pero en 2014 la retomé. Puedo decir que veo la música desde el prisma de la guitarra eléctrica. Mis próximas obras, al igual que Contra los muros, contendrán pedales y samples.[Consulte aquí la web de Aurélio Edler-Copes]