Siendo aún muy jovencito, mientras estudiaba en un colegio de frailes con las aulas llenas de chicos y solo de chicos, debí hacer una enorme trastada y fui castigado. La condena consistió en pasar el tiempo de recreo de los siguientes quince días en la biblioteca del colegio (¡menudo castigo!) y una hora más de estudio al finalizar el horario escolar y en esa misma biblioteca.
El día de la trastada comencé a cumplir con la pena. Me senté en la silla que me indicaron. La sala estaba desierta. A mi espalda tenía una pared repleta de libros. Alargué el brazo y agarré un tomo que me llamó la atención. Piel flexible, marrón, letras doradas. No me lo pensé dos veces. Obras completas de Federico García Lorca. Busqué el índice –estaba al final del libro; más de mil páginas de papel biblia– llevé el dedo hasta donde decía teatro y, cuando encontré lo que buscaba me puse a leer sin más.
Tras quince recreos y quince horas de más en el colegio, había leído las obras completas de Lorca. Por no mentir, confieso que esa hora extra se convirtió en dos e, incluso, en tres, algunos días. La fascinación fue de tal magnitud que renuncié a cosas que nunca antes perdonaba. Ya saben, alguna salida con los amigos, escuchar música y ese tipo de cosas. Es muy posible que esos días resultaran decisivos para elegir lo que sería una vida alrededor de la literatura.
Podría citar muchos poemas de Lorca que me marcaron durante aquellos días; podría referirme a la angustia que sentí al leer La casa de Bernarda Alba o Yerma; podría señalar algunos artículos del autor que me entusiasmaron. Sin embargo, una de las obras resultó demoledora. Fue la única que leí de nuevo al acabar mi penitencia. El público. Si un texto era difícil de entender, ese era El público. Si un texto encerraba un sentido oculto, críptico y desasosegante, era aquel.
Con el paso de los años, mi interpretación del texto ha ido evolucionando. Seguramente, en la primera lectura no entendí nada de nada. Sin embargo, agradezco mucho mantener intacta la memoria y poder recordar las sensaciones y las ideas que manejé hace ya tantos años.
Lorca dejó inacabada la obra. Al menos, disponemos de un texto sin concluir. Y sin corregir. Casi mejor porque, así, la frescura del texto ha quedado inmaculada. Cuando un autor revisa lo escrito suele tender a un perfeccionismo y a una limpieza que destruye esa zona tan vital y tan extraordinaria que solemos perdernos los lectores. Por esa razón, pienso que aquella primera lectura fue inolvidable.
Creo que es importante un matiz. En esta obra se habla de la homosexualidad. Sin embargo, no creo que Lorca reivindicase su condición sexual en el texto. No es un fin. Es un medio para tratar el asunto importante, el tema principal. Nunca tuve la sensación de leer la obra de una persona atormentada, desplazada o torturada. De hecho, El público fue una obra que escribió Lorca durante una de las etapas más felices de su vida. Lorca no era un autor que se dedicara a lamerse las heridas en una esquina cualquiera. Las angustias de Lorca eran propias de un escritor de su talla y de su grado de genialidad. Digo esto porque parece que se han empeñado en mostrarnos a Federico García Lorca como un ser triste, arrinconado y fuera de la sociedad, dada su condición sexual. Otra cosa es que una banda de canallas le matara por ser escritor y homosexual. Eso es harina de otro costal.
Lorca lo que hace en El público es convertir el universo, su universo, en una catarata de imágenes potentísimas que se convierten en símbolos y son la única explicación posible a lo que le sucede al ser humano. Tanto la forma como la esencia es de una belleza y una importancia insólita. Todo esto lo aborda desde el entorno teatral que se construye como hábitat natural de la ficción y de la realidad. Porque realidad y ficción se solapan constituyendo un todo, porque son simultáneas y no pueden existir la una sin la otra. Lorca busca la similitud desde el desdoblamiento de las personalidades de sus personajes, desde la superficie y desde los sótanos, desde un teatro convertido en tumba de personajes o en salón de baile en el que el espectador está obligado a elegir entre participar o ser un objeto más del atrezzo. Lorca sabía que el ser humano no podría prescindir de ninguna de sus partes; de ninguna de ellas. Es aquí donde la homosexualidad adquiere importancia. Pero no es la única cosa. La dualidad en el mundo es lo que le convierte en algo tangible y real. Nada es esto o aquello. Todo esto y eso otro. Por ello, el universo se transforma en un enorme símbolo que debemos descifrar para tener una vida plena.
Lo que me pareció importante en su momento y me sigue pareciendo abrumador, es el enfoque de la obra de Lorca. Surrealismo sin reservas. Y perlas aquí y allá. Sin descanso para el espectador. Caballos que aparecen como representación de los impulsos sexuales de los personajes, la máscara que resulta ser nuestra apariencia y que no nos permite ser lo que quisiéramos, el autor en sus distintas facetas que le hacen ser honesto o un juntaletras sin valor, el teatro como lugar en el que podemos abordar la vida con seriedad o desde la anécdota más estúpida, la forma de la ceniza muerta como forma de sobrevivir en sociedad. Son muchas las cosas que se podrían decir de esta obra. Pero no hay espacio. Me quedo con la intervención de unos de los personajes cuando dice: «El acto del sepulcro estaba prodigiosamente desarrollado. Pero yo descubrí la mentira cuando vi los pies de Julieta. Eran pequeñísimos. [...] Eran demasiado pequeños para ser pies de mujer. Eran demasiado perfectos y demasiado femeninos. Eran pies de hombre, pies inventados por un hombre». Durante años he tenido en cuenta esto al escribir porque marca con perfección milimétrica lo que supone la actividad creativa de un escritor. Y, para terminar, un poema que corresponde a la intervención de los tres caballos blancos de la obra. Aquí no se habla de ninguna tortura; se habla del amor, de cómo se puede afrontar y enfrentar desde la dualidad. Es exactamente lo que Lorca defendía en su obra: Amor, amor, amor. / Amor del uno con el dos / y amor del tres que se ahoga / por ser uno entre los dos.
El público representa la grandeza de un escritor y de su público.