Luis Boullosa: «El arte sigue siendo elitista»

El escritor gallego desnuda en ‘Santos y francotiradores’ el rock and roll fabricado en suelo español, escruta su valor creativo y literario y pondera sus aciertos y errores, sus bondades y mezquindades

14 ene 2017 / 12:31 h - Actualizado: 13 ene 2017 / 19:34 h.
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  • Luis Boullosa posa con su añorada gata ‘Amapola’ sobre los hombros.
    Luis Boullosa posa con su añorada gata ‘Amapola’ sobre los hombros.
  • Portada de la obra de Boullosa en la que figura Fernando Alfaro, líder de Surfin’ Bichos y Chucho y con una fértil y longeva carrera musical, siempre en los márgenes.
    Portada de la obra de Boullosa en la que figura Fernando Alfaro, líder de Surfin’ Bichos y Chucho y con una fértil y longeva carrera musical, siempre en los márgenes.

La prosa centrada en la música nacional no abunda, mucho menos la escrita desde la lucidez epatante, la reflexión profunda y la (auto)crítica ácida que exuda la pluma de este gallego. Boullosa desnuda en Santos y francotiradores el rock and roll fabricado en suelo español, escruta su valor creativo y literario y pondera sus aciertos y errores, sus bondades y mezquindades. Y, pese a su afilado y exigente cuchillo, concluye que el panorama no es tanto para matar como para gozar. Hay vida... en el extrarradio.

A través de casi 400 páginas –editadas por 66 rpm– y con un hilo conductor que cabalga entre las impresiones de artistas como Josele Santiago, Fernando Alfaro, Javier Colis, Rafael Berrio o Niño de Elche y las disquisiciones propias y ajenas, Luis Boullosa desmenuza las relaciones entre música, creación literaria y supervivencia. Genial e iconoclasta, responde con similar clarividencia a una serie de cuestiones.

Cómo fue el proceso de elección y selección de los personajes que aparecen en el libro y en particular la foto de portada, con Alfaro.

–No se trata de ningún canon, sino de una serie de tipos imprescindibles que hablan y me permiten hablar de las cosas que me importan a mí y a otros: la creatividad, la supervivencia en el mundo del arte, la letra y la música unidas en ese milagro que es la canción, las narrativas, las escenas nuevas... Podrían haber sido otros veinte distintos. Hay algunos clásicos conocidos, otros menos conocidos (Berrio, Colis) y un montón de gente nueva (Blooming Látigo, Cuchillo de Fuego, Naja Naja, Pylar, Miraflores, Mursego, Alberto Acinas, etc.) que es la que, visto en perspectiva, aporta la mordiente que hace al libro distinto de otros. Es un libro sobre el hoy, no sobre el pasado, aunque uno no se explique sin el otro. Una pregunta sobre el futuro, también. La foto de portada la eligió la editorial. No me parece mal, Alfaro es uno de los más literarios de nuestros rockeros y ha mostrado ciertas cualidades para la supervivencia en el páramo español. Si la hubiese elegido yo hubiese puesto a Marco Serrato con su perro y su contrabajo.

Todos estos personajes tienen en común el talento, la personalidad, la integridad... y la falta de éxito, en términos de gozar de audiencias y ventas masivas. Defiendes que para nada se trata de «perdedores»...

–En una pelea tan jodida como la de mantenerse íntegro y al tiempo sobrevivir (en el arte o en cualquier cosa): el que lo consigue es, por lógica, un ganador. Si aplicamos, en cambio, el criterio al uso de la casa pagada, el prestigio social y los tres coches, pues probablemente serían perdedores. Pero hablamos de arte, no de coches, así que o ganadores o, al menos, en la pelea y con la cabeza alta. Yo los admiro a todos ellos por eso. Dicho esto, la consideración social del artista en España deja mucho que desear. Eres poco más que un pintamonas.

Hay gente como el propio Alfaro o Josele Santiago que han alcanzado en fases de su carrera musical ciertas cotas de venta y popularidad, conservando su prestigio.

–Hay gente que arrancó a finales de los ochenta, en otro esquema, y tuvo y tiene su parroquia y ha podido vivir de la música, ese milagro. La segunda mitad del libro me interesa más, y es donde están todas esas bandas y artistas recientes y prodigiosos que no pueden ni soñar con vivir de ello. Y que sin embargo siguen haciendo obras mayores. Es de ellos de quien la crítica debería hablar. La pregunta que un periodista se tiene que hacer es: ¿Qué está pasando ahora? ¿Qué hay, además de lo que nos meten a presión por las orejas? Y luego exponerlo con nitidez para que quien quiera entender entienda.

La cuestión económica sale a colación en no pocas ocasiones. Calificas a estos artistas como «supervivientes». En algún momento afirmas que esa precariedad ayuda a crear, pero también dices en otro pasaje que estos artistas no han podido desarrollar todo su potencial y que lo habrían podido hacer con más dinero, tiempo y recursos. Explícame esa aparente contradicción.

–El trabajo duro se necesita para tener cualquier tipo de éxito, aunque sea modesto, pero no lo garantiza (da igual lo que nos inculcasen nuestros padres). Tienes que trabajar muy duro para llegar a tener la mera posibilidad de un éxito. Eso si eres honesto, claro. Hablamos de gente honesta con su arte, no de gente vendida, que es otro caso (y el más común). No creo que la precariedad ayude a nada, en general, pero es cierto que cuando te ignoran, si consigues permanecer, aprendes a templarte y a aguzar tus capacidades mucho más que cuando todo el mundo te baila el agua. Creo que mucha de esa gente que está haciendo grandes cosas a la contra está preparada para tener público y dinero y hacer cosas aún más asombrosas. Lo que pasa es que el país no parece estar preparado para ellos. Ni el público ni la crítica. A veces ni las mismas bandas están preparadas para sí mismas. Es una paradoja permanente.

Pese al tono pesimista/crítico con el panorama de la cultura y la música en particular, expones que en los últimos años se está viviendo una explosión de creatividad sin precedentes. ¿A qué crees que se debe?

–Jamás ha habido tanta música increíble en este país como ahora. Nunca. Es una especie de edad de oro semiencubierta. Los que estamos en el ajo nos enteramos, pero el público general no. Hay barreras insalvables, parece, en la era de la comunicación. En realidad es la era de la saturación, y por eso la crítica sigue teniendo sentido. O al menos, una nueva. La vieja no.

Hablas del variado y rico espectro de bandas gallegas actuales.

–Cito cuarenta de toda España en una nota al pie, creo, pero podrían ser cuarenta de Galicia. O de Andalucía. O del País Vasco. O de Madrid. No necesito que algo me parezca muy arriesgado para que me guste. El riesgo es una virtud para mí, sin duda, pero tengo un enorme respeto para quien trabaja una tradición asentada y lo hace de modo eficaz. Simplemente pido, como oyente, que ese trabajo en la tradición mire al futuro, o al pasado, pero que no se quede en el calco. Tampoco tendría nada contra la música comercial si fuese buena. De hecho creo que hay que empezar a redignificar la música comercial, pero tendrán que comenzar los músicos.

Y lo mismo ocurre en el sur, en Sevilla en particular, donde consideras que se puede hablar de escena. ¿Qué pasa con Sevilla?

–Las claves son demasiado complejas. O tan simples que se nos pasan, no sé. Probablemente sea un proceso de reacción por parte de outsiders de una cierta edad confluyendo con sangre nueva con ganas de guerra en un entorno que, por petrificado, obliga precisamente a esa reacción. Pero no vivo allí. Tengo una enorme curiosidad por ver en dónde acaba esa ola, en qué deriva. Por el momento la de la Sevilla subterránea y aledaños es quizá la escena más rica y original que conozco en España, aunque ellos no quieran que se hable de escena porque son muy dispares ciertamente.

Hay un capítulo en el que cargas las tintas sobre el llamado ‘indie’ (en especial, el de principios de los noventa), al que calificas como «degradante» y «falto de valor». Luego, empero, defiendes la calidad de gente como Sr. Chinarro, Los Planetas, El Niño Gusano o Manta Ray. Uno podría pensar que, a fin de cuentas, se trata de una cuestión subjetiva, que del mismo modo podrías haber citado a Penélope Trip, Parkinson DC o Australian Blonde...

–Paso por el indie español (y sus varias encarnaciones) levemente, simplemente confirmando que no nos dio gran cosa de fuste y que la gran música estaba y está en otra parte (salvas algunas excepciones interesantes). De lo que quiero hablar es de todo lo demás. Cómo fue la juventud de los actuales jerarcas del rollo y de las viejas pseudoglorias (aún no tan viejas) me la trae al pairo. Creo que hay unos trescientos periodistas ahora mismo ocupándose de tan candente tema, además.

En los últimos años se observa que hay no pocos grupos nacionales que apuestan por el castellano para expresarse, en detrimento del inglés (muy asiduo en esos inicios del ‘indie’). ¿Crees que de algún modo se ha perdido el pudor o la vergüenza a que el público entienda las letras? ¿Ha mejorado la calidad literaria media de las composiciones?

–Decía Bigott: «Canto en inglés porque me sale de los cojones». Si haces gran música puedes cantar en lo que quieras, o no cantar. Pero sí, creo que –hablando de bandas buenas– la calidad media de las letras ha mejorado, igual que la de la música, el equipo, el concepto y todo lo demás. En cuanto al paso masivo al castellano, me parece bien, aunque creo que en gran parte ha obedecido a criterios económicos. Y en otra parte a que ahora es cool lo que antes era anticool. Igual que ahora es cool hablar de política y antes no. Los que lo hayan hecho por las razones de Bigott, pues bien por ellos.

También te muestras muy crítico, incluso ácido, con el periodismo musical de este país, tanto en los formatos tradicionales como incluso con los digitales. Dibujas un panorama casi apocalíptico... ¿tan mal está la cosa? ¿Se ha perdido el norte definitivamente?

–Lo que dibujo es el panorama de una oportunidad que no deberíamos perder: la de volver a hacer periodismo de verdad. La vieja prensa musical es un museo de cera. Están instalados en el panegírico permanente y en la exageración babosa promocional, comparando a Quique González, a Bunbury o a Lapido con Dylan, y aberraciones así. Tratando de hacer mito donde no hay más que pesos medios (en el mejor de los casos) e ignorando mucha música asombrosa que está ahí. Es cosa nuestra tratar de construir una nueva prensa. Mimbres hay, porque hay periodistas excelentes, jóvenes y no tanto. Faltan medios y plataformas radicales, de verdad independientes y arriesgados. Y eficaces. Falta lo que falta en todos los órdenes, casi siempre: que la disidencia, que existe, se organice con garantías de estabilidad (sin convertirse en establishment). Difícil, ¿eh?

Y no eres más ‘amable’ a la hora de retratar al público, incluso en algún momento lo consideras la verdadera lacra de todo esto. ¿No crees que realmente es preciso no tomar al público (la cantidad, al menos) como vara de medir el éxito del artista? Muchas bandas afirman no hacer música pensando en llegar a más o menos audiencia, pero luego siempre se quejan de esa falta de respaldo hacia sus propuestas...

–Parece que soy un ogro, sí, pero en realidad soy un moderado. Que se me perciba como un crítico feroz dice mucho de lo tibio del medioambiente periodístico y poco de mí. Te diré algo que quizá suene raro: creo que el arte sigue siendo elitista porque el pueblo ha abdicado de su propia educación. Se nos dio la oportunidad y, en general, preferimos quedarnos con la cabra que salta del campanario, Sálvame y el refranero: «No hay mal que por bien no venga», «Mejor malo conocido...». Vivan las cadenas, pues. Así que, sí, los de a pie tenemos gran parte de culpa de nuestra propia pobreza cultural. Los de arriba también, claro, pero eso era de esperar, ¿no?

Por último querría saber si escribir este libro ha supuesto para ti, de alguna forma, un ejercicio liberador y/o catártico, esa capacidad que atribuyes (y que sin duda posee) al rock and roll.

–Escribir el libro fue un proceso bastante agónico por razones diversas. A veces lo miro y no sé cómo fui capaz de terminarlo, pero ahí está. Creo que hago libros para empaquetar ordenadamente cosas que me rondan. Para que me dejen en paz. Pero luego pasa que de cada libro salen ideas para dos o tres más, nuevas obsesiones. Y hay que afrontarlas. Y vienen más libros. Es un momento cómico de la angustia occidental. Fue un libro catártico por momentos, porque es bastante bastardo, bastante interdisciplinar, y eso es liberador y te lleva a sitios raros y nuevos. En todo caso, hay algo que es cierto: te guste o no te guste, no hay ningún libro como este en el panorama editorial español.

UNA VIDA SIEMPRE A CONTRACORRIENTE

Nacido en Madrid en 1975 «por accidente», Boullosa se siente plenamente gallego. Allí se crió, y procede «de una línea laaaaaaarga de gallegos». Regresó a la capital para estudiar en la Universidad, y vivió «en esa ciudad tan extraña 20 años. Finalmente me saturé». De ahí que volviera a su tierra y a la casa familiar, en busca de «aislamiento». Ahora reside en Portugal, «donde tengo esa misma calma, los alquileres son baratos y la gente más educada que en España».

Se define como escritor «porque de las cosas que me gusta hacer es la que mejor se me da». Comenzó, siendo adolescente, con la poesía: «Es sin duda lo que mejor hago, pero no ha aparecido nadie interesado en publicarla». También ha escrito alguna novela y ensayos, en especial sobre la música: antes de Santos y francotiradores publicó El puño y la letra; ha puesto en marcha dos blogs (www.kaputmagazine.blogspot.com –con una década de vida– y www.luisboullosa.blogspot.com); y ha trabajado como periodista en medios como Ruta 66, eldiario.es, elconfidencial o La Razón, «donde hice sucesos casi cuatro años», amén de en numerosos fanzines y revistas más o menos underground (Karate Press, recientemente).

Pero Boullosa es asimismo músico, «un ejecutante técnicamente mediocre, pero con ideas propias sobre cómo hacer una canción (o eso espero). He estado en nueve o diez bandas desconocidas, tocando el bajo y haciendo ruido». En la actualidad toca con Gog y las Hienas Telepáticas (punk y rock&roll con dos discos ya publicados), y tiene un proyecto personal, Broke Lord, «más oscuro, más pop y más reflexivo». Considera que «hay pocas experiencias comparables, que yo conozca, a un bolo bien dado con un público receptivo».

Un último dato corrobora su atinado criterio: le gustan los gatos –de ahí la imagen superior–, que «son príncipes. Decía el historiador Legoff que en la edad media se consideraba que los animales estaban más cerca de Dios que los hombres, y, sin creer en Dios, estoy plenamente de acuerdo».