Manual para aspirantes a escritor

El mundillo literario parece ser un enorme imán que atrae de forma irremediable a un gran número de escritores o a un gran número de los que dicen serlo o a los aspirantes. Las fotografías, la fama, el ser leído, fascina a muchos. Sin embargo el oficio de escritor es algo muy distinto a todo eso.

04 ene 2020 / 23:16 h - Actualizado: 04 ene 2020 / 23:22 h.
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En alguna parte del mundo se encuentra lo que buscamos. Detrás de una piedra que nunca quisimos mover, en el tren que perdimos, en la oficina que vemos desde nuestra ventana, quizás a metro y medio de nosotros. En nosotros mismos, por qué no (este es el lugar que menos frecuentamos si queremos encontrar y en el que mayores tesoros reposan). Pero no miramos.

Los escritores sabemos esto. Al menos lo intuimos desde el momento en que tomamos lápiz y papel con la intención de serlo. La pena es que tendemos a olvidar antes de tiempo que andamos buscando esas cosas que siempre se nos escapan. Mirar de frente (sólo) o mirar hacia atrás (sólo) es un error que se paga caro. Se trata de no perder la condición del niño que tarda en recorrer unos metros lo mismo que un adulto un millón de kilómetros, o de años. Los críos paran para observar de cerca todo aquello con lo se encuentran, se agachan para agarrar cualquier cosa que se pone a su alcance, y miran a derecha y a izquierda, levantan la mirada, la vuelven a fijar en el charco que pisan, disfrutan ensuciando la ropa aún sabiendo que alguien les reñirá. Los escritores también, al menos, así debería ser. Los que terminan mirando en una sola dirección dejan de serlo. No querer saber qué demonios hacemos aquí es quedar vacío. Y eso es una condena. La sentencia dicta que ya no puedes escribir.

Está muy bien vender ejemplares de novelas o poemarios (a mí me produce una gran satisfacción), aparecer en la televisión llena de orgullo (sobre todo a las madres de los escritores), todo eso es estupendo, pero no podemos olvidar que estamos en este mundo para contarlo, que nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que uno puede imaginar cuando decide dedicarse a esto. Pesa, fatiga. Nos obliga a no dejar de buscar, ya sea moviendo las piedras, viajando en tren sin ton ni son o en nosotros mismos, mirando en todas las direcciones hasta que encontramos una senda que pasearemos hasta agotarla, hasta convertirla en transitable para los demás. Eso es lo grande de la literatura. Y lo que da miedo al que escribe.

Sabiendo todo esto, puede usted elegir entre la opción a) y la b) (esto que van a leer sirve para cualquiera, creo).

La primera consiste en sentarse en el sillón de casa y esperar a verlas venir.

La opción b) es otra cosa. Usted no se sienta jamás. Intenta diferentes alternativas, procura correr detrás de lo que parece interesante, salta obstáculos, se cae, se levanta, se tira, le tiran, le pisotean, está a punto de morir varias veces (del disgusto, digo); cree estar a punto de conseguirlo, pero nada de nada; intenta sentarse en el sillón a verlas venir y descubre que ya está ocupado, intenta quedarse quieto y hacerse el muerto sin ningún éxito (le pueden las ganas de seguir recibiendo trallazos de parte de la vida) y, al poco tiempo, se muere como todo el mundo. Al final, siempre se muere usted. Lamentable, lo sé, pero es lo que hay. Aunque creo que viene muy bien que alguien informe de esto; que alguien, de vez en cuando, nos recuerde de qué va esto.

Puede usted elegir entre una opción y otra. El final es el mismo, pero la opción b) le permitiría escribir o ser más feliz. Debería darse prisa. Tome una decisión lo antes posible. Quedan muy pocas plazas libres para ocupar un silloncito. Lo digo porque estar tanto tiempo en pie es cansado.

Para que usted disponga de la información suficiente le diré qué tipo de individuos se encontrará al elegir una u otra cosa.

Los individuos que participan de la opción a) no suelen dar problemas. Se sientan para siempre y encienden el televisor (con el mando a distancia a la derecha). No se quejan. Por ejemplo, les dicen «a votar» y ellos van y votan. O «a escribir» y escriben. Son muy obedientes.

Los que están de pie, es decir, los que eligieron la opción b), son muy raros. Se empeñan en decir lo que piensan, leen libros extraños (se conocen casos del todo preocupantes de personas que leen libros cortos e intensos, que desprecian las novelas largas que no dicen nada. Estos casos son especialmente terribles), son capaces de renunciar a las cosas materiales a cambio de sentirse mejor con ellos mismos, algunos no tienen ni televisor en casa, quieren vivir la vida sin dar la espalda a lo que les viene encima. Se concentran en los países tercermundistas y suelen acabar mal y antes de tiempo. En los países occidentales suelen acabar en un sanatorio y hasta arriba de pastillas. O en una buhardilla pasando frío. O muertos del asco.

Mire, ya sé que está usted ante una difícil elección. Le doy una última pista. Si elige la opción a) se encontrará con un riesgo mucho menor, el precio es mucho más bajo y tendrá apoyos suficientes para sobrevivir sin grandes problemas. Ahora bien, si la opción elegida es la b), nadie se hará responsable de lo que suceda. Usted dirá.

Vaya, entonces lo tiene decidido. Quiere ser escritor. Nada, nada, sin problemas. ¿Qué prefiere? ¿Pasamos una temporadita en la buhardilla intentando publicar antes de ingresar en el manicomio o directos a meternos treinta o cuarenta pastillas diarias? No dé usted mucha guerra, que incomodará a los de los sillones y algunos pedirán el cambio. Sea generoso.

Muy bien. Bienvenido al gran desierto de las letras. Yo he avisado.