María José Forné es artista. Nació en Castellón aunque es sevillana por los cuatro costados. Es una mujer de trato agradable. Su tono de voz tiende a domesticar el entorno, envuelve con tranquilidad lo que dice y equilibra lo que quiere expresar con las palabras justas.
María José Forné es pintora y cree que en Sevilla el esfuerzo que se hace para apoyar y promocionar la cultura es escaso, que es una pena que otras ciudades andaluzas apuesten definitivamente por al arte y que Sevilla, cuna de grandes pintores, no se sume a ese esfuerzo. Le parece incomprensible. Pero es una pintora de raza y siempre ha estado buscando rutas de escape, formas nuevas para su arte, vehículos que le permitiesen difundir su obra.
María José Forné es una mirada.
¿Por qué alguien decide comenzar a pintar y dedicar su vida a ello?
«Comencé por afición. Siempre había visto a mi padre dibujando, cogiendo un trozo de barro y haciendo figuras con él, siempre aprovechaba sus ratos libres para dedicar tiempo a esas cosas. Eso lo he visto desde muy pequeñita y eso ha sido lo que ha marcado para siempre. Me encantaba estar a su lado y aprender. Así que comencé a pintar. Y esa afición se convirtió en una necesidad. Si he tenido malos momentos, me he refugiado por completo en la pintura. Pintando, he llegado a olvidar que había que comer, por ejemplo».
Un lienzo es una representación de la realidad. Pero es, también, una realidad autónoma. ¿El artista vive dentro de su propia obra? ¿Come en sus cuadros, duerme en sus cuadros, es feliz en sus cuadros?
«Personalmente, cuando elijo un lienzo en blanco procuro encontrar el equilibrio con la intuición. Cuando estoy dentro me abstraigo buscando tranquilidad, la idea justa. Es como si ese lienzo me atrapara, como si me invitara a entrar con el color que elijo (cada color sirve para expresar cómo me siento en un momento determinado) y comienzo a pintar sin saber qué voy a plasmar finalmente. Debe ser por eso por lo que he ido del arte figurativo al abstracto. Pintando ese tipo de cuadros me vacío, me expreso mucho mejor. Si un día estoy rabiosa elijo colores rojos y comienzo a trabajar. Depende del estado de ánimo llego a un lugar o a otro. Cada cuadro es parte de mi historia».
¿Puede un pintor ver una flor o, por el contrario, el pintor está condenado a ver otras cosas dónde otros ven flores y paisajes?
«Los pintores vemos las cosas de diferente forma. Somos privilegiados. Vemos cosas donde los demás no las ven. Si miro un árbol veo caras, animales, distintos verdes que forman el conjunto. A veces, puedo estar toda una mañana mirando la misma cosa.
En los tiempos que corren necesito ver el color. Porque todo me parece gris. No hace mucho soñé que todo era tristeza y era gris. Y, por eso, ahora pinto flores y uso el color tan necesario para que todo vuelva a su ser aunque sea en un cuadro».
El arte explica el mundo. ¿Su pintura le ha dado respuesta en los malos momentos? ¿Ha logrado entender lo que pasa gracias al arte?
«Actualmente, creo que nos falta alegría y motivación cuando pintamos. Es mucha la tristeza que inunda el mundo. Ahora, la pintura propia ayuda menos a entender lo que pasa. Casi nada sirve para comprender una pandemia. ¿Quién compra un cuadro ahora? ¿Quién se atreve a exponer? Pues todo eso se refleja en la pintura. A los artistas también nos afecta tanto mal».
¿Cómo pasa un artista un confinamiento?
«Refugiada en la pintura. Llena de dudas; pintando para mí misma. Sin pensar en presentaciones o en exposiciones, ni nada parecido».
¿De qué color es el SARS-CoV-2?
«Gris».
¿Y un respirador de los que se utilizan en las UCI españolas?
«Azul. Un azul que pueda iluminar y tranquilizar a la persona que lo está utilizando para salvar la vida».
¿Y la lágrima del que no puede acompañar a un ser querido mientras se muere en una habitación de hospital?
«Negra. La lágrima es la pena y eso es negro, del color del humo más oscuro».
¿Cómo pintaría el ramo de flores que no se puede entregar a los enfermos de Covid-19?
«Desde la representación abstracta. Cada uno ve una cosa distinta y alguien en esa situación debe poder ver lo que le alivie, lo que quiera que sea que le haga feliz».
¿Un recién nacido desprende la luz que ilumina el mundo entero, esa luz que tanto busca el artista?
«Es lo único que nos da esperanza en estos momentos. Lo malo es que pensamos en el mundo que les estamos dejando a las criaturas y da coraje que no vayan a poder disfrutar de una vida preciosa y plena».
¿Se puede pintar la idea de amor sin corazones, besos o caricias?
«Claro que sí. El color es una forma de decir cosas, de expresar sensaciones. Una caricia puede ser un color. El color, por eso, nos influye tanto a las personas. Un color nos puede marcar en la vida. Si quieres conocer a alguien hay que fijarse en el color de su ropa, por ejemplo».
¿Qué se pierde el que no es capaz de contemplar un cuadro?
«Todo. Es terrible que no sean pocos los que pasan por este mundo sin apreciar la belleza que hay en una flor, en una escultura o en la mirada de una anciana. La gente camina por las ciudades sin ver. Y es una pena porque la belleza está por todos los lados esperando a ser contemplada».
¿Cuándo pinta usted en Sevilla lo hace igual que si lo intenta en Madrid o Castellón?
«La luz de Sevilla es diferente e imponente. A mí me gustan las cosas con luz, con vida. Y en Sevilla la luz que se refleja en un edificio o en la naturaleza hace que lo que podemos ver en Sevilla es único en el mundo. He de confesar que yo ya no miro nada al pintar. Solo veo el lienzo en blanco y procuro mirar hacia dentro de mí misma».