Mi gran diluvio griego

Actualmente, no llueve. Parece que eso del agua cayendo del cielo se está convirtiendo en un espectáculo extraño que hay que esperar mucho tiempo antes de poder contemplarlo. Sin embargo, antes sí llovía y esa lluvia se convirtió en un mito que podía acabar con la humanidad de un plumazo: el diluvio universal, esa amenaza húmeda que puede acabar con todo en un par de días. Todas las civilizaciones han tenido un hueco para ubicar este mito.

09 dic 2017 / 08:59 h - Actualizado: 07 dic 2017 / 23:20 h.
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  • Noah’s Ark on Mount Ararat. / Simon de Myle
    Noah’s Ark on Mount Ararat. / Simon de Myle
  • Todas las civilizaciones han tenido su catálogo de destrucción masiva. El diluvio es un clásico. / El Correo
    Todas las civilizaciones han tenido su catálogo de destrucción masiva. El diluvio es un clásico. / El Correo
  • Poseidón. / El Correo
    Poseidón. / El Correo

El Diluvio es un mito universal, es una de las historias más extendidas de la humanidad. Tenemos el diluvio mesopotámico, el chino, judeocristiano, hindú, muisca, mapuche, maya... El miedo a lo que nos pueda caer del cielo es algo que ha preocupado a todas las culturas que han poblado la tierra, excepto a los españoles en 2017 que andamos agobiados por lo que no cae y celebramos un día de lluvia como el que observa por primera vez un espectáculo sorprendente. Hasta cogemos los paraguas, abrigos y chubasqueros con una felicidad inusitada y rogando para que la lluvia, o su mera amenaza (hay ratos en que nos conformamos con eso) se alargue. Pero volvamos al diluvio y a la posibilidad de morir ahogados, un gravísimo problema se mire por donde se mire.

Los griegos tenían su propia historia sobre el Diluvio Universal (posiblemente de influencia oriental). Para explicarlo debemos partir de una premisa esencial: Zeus nos odia (ba) y desconfia (ba) de nosotros, por este motivo tenía el ojo puesto todo el día en lo que hacíamos. Bajó del Olimpo dispuesto a conocer mundo y se topó con Licaón (el rey que fue convertido en el primer hombre lobo, podéis encontrar su historia en la página web de Aladar) y decidió que lo mejor que podía hacer era exterminarnos. También es cierto (no es por justificar a Zeus) que Licaón le había servido como primer plato al hijo que Zeus había tenido con Calisto (hija de Licaón), Arcas. Servirle a un dios a tu propio nieto (que además es su hijo) como merendilla no es buena idea.

La decisión estaba tomada: Zeus iba a destruir a la humanidad, pero Hermes, dios que tenía un trato algo más íntimo con nosotros (no en vano era considerado dios de los viajeros, ladrones, mentirosos...) se propuso interceder e hizo una propuesta. Le pidió que si encontraba dos buenas personas viviendo en la Tierra, nos diera otra oportunidad. Zeus aceptó el reto, nos visitó de nuevo en compañía de Hermes y Apolo. Llegaron a la Capadocia donde encontraron a Filemón y Baucis, un matrimonio de ancianos que los hospedaron y les dieron todo lo que tenían, a pesar de no tener ni idea de quienes eran los viajeros. A Zeus no le quedó más remedio que reconocer que eran nobles. Quería concederles lo que ellos desearan. La pareja pidió morir al mismo tiempo. Dicho y hecho, Zeus les concedió lo que querían y murieron uno en brazos de la otra. Tras su muerte, los convirtió en árboles que se inclinaban uno hacia el otro. A Filemón en roble; y a Baucis, en tilo. Hermes y Apolo estaban satisfechos «Has perdido la apuesta» le dijeron. Zeus sonrió y contestó que no, que lo que él había prometido era que si vivían dos personas justas en la Tierra, sería misericordioso con la humanidad, pero que esas dos personas acababan de morir, así que no había razón para que los humanos sobreviviesen. Poseidón se encargó de llevar a cabo la inundación con una eficacia absoluta.

Afortunadamente todavía nos quedaba Prometeo, que aunque sometido a tortura en el Cáucaso, no permitía que nada perturbase a su adorada creación: la humanidad. Llamó a su hijo Decaulión y le pidió que construyese un gran barco. Así Decaulión se convirtió en el Noé de la mitología griega. El problema es que el matrimonio formado por Decaulión y Pirra (que por cierto era hija de Pandora y supuestamente la primera mujer nacida de un parto natural) no había tenido descendencia ni estaban en edad de tenerlos, así que la supervivencia se presentaba como algo complejo. Una manera de alargar el sufrimiento, pensaron los pobres Decaulión y Pirra. Cuando después de nueve días y nueve noches, las aguas comenzaron a bajar, la pareja descendió de su barco y recorrieron la tierra en busca de hombres, o animales. Sólo encontraron vegetación y no en muy buen estado. Después de varios meses de caminata retornaron al Cáucaso donde continuaba sufriendo Prometeo. Le preguntaron qué podían hacer y el titán respondió: «Lanzad los huesos de vuestra madre a vuestras espaldas». Me los imagino abriendo los ojos como platos y diciéndose «a este titán se le ha ido la cabeza», pero como eran personas educadas no hicieron ningún mohín. Tomaron la sugerencia en un sentido literal y se fueron a buscar las tumbas de sus respectivas madres, pero al desenterrar los huesos no se vieron con fuerzas para hacer lo que les habían pedido.

Pirra continuó dándole vueltas a las palabras de su suegro y pensó que tal vez no era una frase que hubiera que tomar al pie de la letra. Podía no ser concretamente los huesos de sus madres, sino de toda la humanidad y, cuando Decaulión se veía desenterrando a las madres de todos los que ya no estaban, ella aclaró la propuesta. Era posible que Prometeo se refiriese a la Madre Tierra. En ese caso, los huesos podían ser las piedras, que abundaban en el suelo. Aunque Decaulión desconfiaba de la interpretación de su mujer, no perdían nada por intentarlo. Cogieron las piedras que estaban a su alrededor y las lanzaron a sus espaldas y al caer se transformaron en hombres y mujeres.

Algunas fuentes señalan que Decaulión y Pirra tuvieron tres hijos con posterioridad: Helén, Protogenia y Anfictión, aunque si nos paramos a pensar de alguna forma nos dieron de nuevo la vida a todos. Helén fue su hijo más famoso pues dio origen al epónimo del pueblo griego: helenos.

Por su parte, la supervivencia de los animales vino de la mano de la diosa Artemisa que no veía con buenos ojos que Zeus terminara con toda la vida de la Tierra. Envió a una paloma, que había sobrevivido al Diluvio, con una flecha en el pico. No era una flecha cualquiera sino que estaba impregnada por la sangre de todos los animales que habían habitado la tierra (excepto los dinosaurios, que no existían en la mitología griega). La paloma dejó caer la flecha en el suelo y de él renacieron todos los animales que cohabitan con nosotros. Ni más ni menos. Otras fuentes indican que las Nereidas también se encargaron de salvar a algunos animales. Tristes al ver que los bosques, ciudades y animales se hundían y ahogaban, encargaron a sus delfines que hicieran lo posible para salvarlos.

Todas las culturas tienen su propio mito sobre el Diluvio y es lógico, porque el miedo a las fuerzas de la naturaleza, sobre todo cuando no se conoce ni comprende su origen es un terror fundado. Los rayos, el exceso de agua, de sol, el frío helador... La humanidad ha buscado la forma de explicarse por qué sucedían determinadas desgracias y, por supuesto, una posible solución. Está pasaba en un principio por el rezo a los dioses, ofrendas y sacrificios buscando un futuro mejor para la comunidad. También hay que reconocer que la sabiduría popular de alguna forma ha puesto en jaque esas plegarias, sólo tenemos acudir el refrán que dice «a Dios rezando y con el mazo dando».

La ciencia nos da una respuesta más certera de los fenómenos atmosféricos: de por qué no llueve o lo hace en exceso; de los terremotos; tsunamis; erupciones volcánicas... Sin embargo algo en nuestra mente se resiste y todavía hay quien prefiere encomendarse a dioses, santos para que llueva o deje de hacerlo.

Mientras llegan o no llegan las aguas, mejor será que busquemos la forma de no malgastarlas y concienciarnos de que nuestros recursos son limitados. Mirar por ellos evitará sequías, diluvios y muchos de las desgracias atmosféricas que nuestra ceguera provoca.