Michael König y Adrianne Pieczonka. La soledad de los cantantes

El Teatro Real de Madrid está lleno de rincones preciosos. En uno de ellos, en la dependencia conocida como ‘salita verde’, nos encontramos con Michael König y Adrianne Pieczonka. Son el tenor y la soprano que encarnan los papeles de Florestan y Leonore en las representaciones de la ópera de Ludwig van Beethoven, ‘Fidelio’, que tiene programadas el Teatro Real hasta el próximo 17 de junio

02 jun 2015 / 19:47 h - Actualizado: 05 jun 2015 / 09:35 h.
"Ópera","Entrevista - Aladar"
  • Puesta en escena de la ópera de Bethoven, ‘Fidelio’. / Javier del Real
    Puesta en escena de la ópera de Bethoven, ‘Fidelio’. / Javier del Real
  • Michael König interpreta a Florestan en ‘Fidelio’.
    Michael König interpreta a Florestan en ‘Fidelio’.
  • Adrianne Pieczonka se encontró con la música a través de los musicales. <br />
    Adrianne Pieczonka se encontró con la música a través de los musicales.
  • Michael König y Adrianne Pieczonka. La soledad de los cantantes

El día en Madrid es caluroso. Adrianne Pieczonka tiene poco tiempo para atendernos. Debe caracterizarse para interpretar su papel. Michael König tiene menos prisa puesto que con él tardan menos las peluqueras y maquilladoras. En cualquier caso, el tenor tiene aspecto de hombre tranquilo, de no tener motivos para las prisas.

La conversación es fácil y se desliza con la cadencia de la siega en verano. Hablamos de los comienzos, de los porqués. Michael König comenzó cantando en un coro de chicos, a los ocho años, aunque eso «no significaba, en principio, que fuera a ser cantante de ópera. Era educación básica y, finalmente, se convirtió en el momento en el que se desarrollo mi vocación».

El tenor contesta con tranquilidad, moviendo las manos con calma y sin aspavientos.

«Fueron mis padres lo que insistieron. Mi padre tenía muy buena voz, pero no le dejaron cantar. Había que reconstruir Alemania. Me inscribió en ese coro de chicos. Al principio no me gustaba, era algo extraño; aunque, después, he sabido que fue la mejor decisión que ellos tomaron por mí. Pasado un tiempo, me pregunté hasta dónde podría llegar eso de cantar. Fue mi propia decisión tras un primer contacto algo dubitativo».

Adrianne Pieczonka es una mujer muy atractiva, de rasgos duros y marcados. Mira a su compañero para comprobar que ya ha acabado su intervención. Y habla. Su tono de voz es precioso.

«La mía es una historia muy diferente. Yo nací en Canadá y allí no existe una tradición como la europea sobre el mundo de la ópera. Es muy distinto. A mis padres sí les gustaba la música. Eran grandes aficionados a los musicales, al jazz; pero no a la ópera. Yo no acudí a ver una hasta que fui adolescente. No, no existía tradición alguna. Eso sí, me encantaba el teatro musical y quería ir a Broadway. Esa era mi gran ilusión y sigue siéndolo. Mi primer encuentro con la música fue a través de los musicales».

Aprovecho para tratar un tema del que me gusta hablar con los profesionales. El jazz no ha terminado de encajar en la ópera; no parece que nadie se anime, definitivamente, a fusionar sus códigos. ¿Por qué no se encuentran patrones con los que se puedan encajar otras músicas en las óperas?

Es Adrianne Pieczonka la que se anima primero.

«Hay un par de óperas que sí utilizan más elementos del jazz. Pero, sí, es verdad, poca cosa. Hay que tener en cuenta que la ópera nació hace 400 años y el jazz es cosa del siglo pasado. Llegan de mundos diferentes. Los compositores más modernos han introducido algunas cosas. Pero, claro, las distancia es enorme».

¿No tendrá que ver con la endogamia que parece envolver el patio de butacas de los teatros?

Ambos contestan que sí, que tiene mucho que ver. Pieczonka habla de «una especie de élite que no deja entrar lo nuevo».

Y mientras charlamos sobre la necesidad de cierta conexión entre los distintos tipos de música, llegamos a los territorios inevitables de la crisis económica. ¿Se ha dejado notar en los teatros del mundo, en los presupuestos, en los medios con los que cuentan los artistas?

Michael König no se lo piensa.

«Absolutamente. Ya no hay planes que miren más allá de una semana; las expectativas son muy inmediatas. Y si no se planifica no se puede estar seguro de nada».

La señora Pieczonca estira la espalda como si quisiera imprimir una potencia mayor a lo que va a decir.

«Han llegado a cancelar producciones. En América, por ejemplo, los pequeños teatros están cerrando. El dinero que nosotros ganábamos se ha estancado. Es más, ahora siempre te dicen ¿puedes cobrar algo menos? Y es muy duro porque el nivel de vida sube, los hoteles son más caros, los billetes de avión lo mismo...»

Esto es un problema sobre todo para los jóvenes ¿no? ¿Se puede hablar de una generación perdida o de la posibilidad de que la estemos alimentando? Michael König contesta con cierta amargura en el gesto.

«Eso depende de donde estés. En España hay mucho paro y eso es un enorme problema. Tenéis una generación pedida en todos los campos. Eso significa que deben pelear por su vida. No pueden disfrutar de casi nada. Así cómo se te ocurre meterte en la ópera o algo parecido..., ¡como si fuera un placer extra! En una sociedad con menos paro se puede estudiar y trabajar y, tal vez, tener tiempo para ir a la ópera».

Adrianne, ahora, habla moviendo las manos en busca de un énfasis que aleje la duda.

«Creo que un niño que tiene una voz maravillosa lo debe conseguir. He estado haciendo esto, cantar y cantar, durante treinta años; y, a veces, pienso que si volviera veinticinco años atrás y tuviera la posibilidad de elegir, no sabría decir qué hubiera pasado. Mucho trabajo, muchas posibilidades diversas que te permiten elegir un camino u otro. Sin embargo, hoy, tal vez, alguien puede poseer solo su voz y si tiene talento tiene que abrirse camino».

En cualquier caso, dedicarse a cantar, a viajar por todo el mundo, a depender de terceros, no es fácil. La vida de los cantantes no es tan sencilla como algunos lo pintan. ¿Cómo se puede tener una vida normal siendo cantante?

«Es una vida muy complicada. Mira, los dos tenemos familia y estamos en una ciudad preciosa como es Madrid. Pero no somos turistas. Estamos trabajando. El entorno es adorable, nuestros compañeros son adorables, pero nos sentimos solos. Es como ser cura o monja. Y duro. Si a eso le añades que vuelves a casa y te dicen, oh, estás aquí como si no pasara nada, llegas a sentirte incomprendido». Adrianne Pieczonka, que suele sonreír, ahora no lo hace.

«En casa la vida sigue. Los niños crecen y tu no estás allí. Hay cosas como esas y duele. Mantener una familia unida, teniendo esta vida, es difícil. A nosotros dos nos está yendo bien, pero la complicación es enorme». König tampoco parece tener ganas de sonreír al decir esto.

Tenor y soprano están en Madrid para interpretar el papel de Florestan y Leonora. La única ópera de Beethoven es exigente para los cantantes y para los músicos. Su música, llena de aristas, demanda un esfuerzo importante. Pero Fidelio tiene en su núcleo algo maravilloso: la oscuridad que desaparece gracias al ímpetu de una claridad más que humana y que nos ha permitido seguir adelante. Les digo esto para que hablemos unos minutos sobre la ópera de Beethoven. Comienza ella.

«Sí, los prisioneros salen a la luz, están caminando hacia ella incluso en la oscuridad de la mazmorra. Eso le permite tener esperanza. Leonora, mi personaje, es alguien que ha perdido a su marido. Se acerca a la oscuridad para encontrarle y es la sombra entre las sombras porque se viste de hombre para conseguir su propósito. Todo lo que hace busca salvar a Florestan. También hay grises. Leonora es obligada a ser gris. No solo blancos y negros. Para llegar a la claridad hay que vivir dentro del gris durante un tiempo».

Supongo que la dificultad técnica para una soprano es máxima. ¿Es así?, le pregunto.

«Mucho porque Beethoven compuso la ópera como si los cantantes fueras un instrumento más. Es muy bonito, pero muy difícil».

Michael König habla de su personaje y de su trabajo.

«Florestan es un delirio que ve la luz en forma de mujer que percibe como si fuera un ángel. Es el medio con el que puede liberar su alma. Vocalmente es terriblemente difícil. Las últimas partes son matadoras».

«Y eso que no está en escena hasta la primera mitad», matiza la soprano.

El tiempo que; lamentablemente, era escaso; me permite pedir que hagan una recomendación a los jóvenes que quieren dedicar su vida a cantar. Contesta ella aunque él asiente desde el principio al final

«No basta con tener la voz; trabajar día tras día; disciplina, disciplina y disciplina. Hay que estudiar con el profesor con constancia y dedicación. No hay que darlo todo un día, soltar el chorro de voz y pensar que eso es todo. Cantar es una carrera de fondo». Ahora toca maquillaje y peluquería (a ellos). Disfrutar de sus voces (a María y a mí). Y reflexionar sobre todo esto de lo que hemos estado hablando.