‘Munich’: El terror hijo del terror

Aunque ‘Munich’ no es una película sobre deporte, sí es una cinta que se encarga de contar lo que sucedió tras el secuestro y asesinato de once deportistas israelitas durante los Juegos Olímpicos de Muchich en 1972. Steven Spielberg hace una reflexión moral sobre el horror de la violencia, sobre la espiral de dolor que arrastra la conocida Ley del Talión.

20 ene 2017 / 08:00 h - Actualizado: 15 ene 2017 / 19:59 h.
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  • La puesta en escena de ‘Munich’ es soberbia. / El Correo
    La puesta en escena de ‘Munich’ es soberbia. / El Correo
  • ‘Munich’ es una reflexión sobre la violencia pagada con violencia. / El Correo
    ‘Munich’ es una reflexión sobre la violencia pagada con violencia. / El Correo
  • Desolación, cinismo, miedo, odio o huida son los ingredientes de la película de Steven Spielberg. / El Correo
    Desolación, cinismo, miedo, odio o huida son los ingredientes de la película de Steven Spielberg. / El Correo
  • El asesinato es una de las constantes de ‘Munich’. / El Correo
    El asesinato es una de las constantes de ‘Munich’. / El Correo
  • El aprendizaje que aporta el crimen se convierte en un protagonista más de ‘Munich’. / El Correo
    El aprendizaje que aporta el crimen se convierte en un protagonista más de ‘Munich’. / El Correo
  • La ley del Talión articula toda la trama de ‘Munich’. / El Correo
    La ley del Talión articula toda la trama de ‘Munich’. / El Correo

La semana pasada hablábamos en esta misma página de una película que trata sobre el atentado que la banda Septiembre Negro perpetró durante los Juegos Olímpicos de Munich el año 1972: 21 horas en Munich. Fueron muchos los muertos, mucho el dolor que se generó, mucho el odio que se removió en unos y otros. Un acontecimiento deportivo como los juegos Olímpicos quedó marcado para siempre por la antítesis de lo que representa, por la violencia y el terror.

Pero la cosa no quedó ahí. Todo empeoró. De hecho parece que nunca podrá mejorar. Lo que se alimenta con violencia genera más violencia. Hacer pagar al enemigo con muerte provocará, antes o después, más muerte en cualquiera de los bandos enfrentados.

Tras el atentado de Munich, el gobierno hebreo organizó una operación de castigo que se extendería durante diez años. Munich se centra en los dos primeros. Se formaron varios comandos que tendrían que asesinar a los responsables de la muerte de los once deportistas en Alemania. Spielberg se centra en uno de esos grupos.

La duda, antes de ver la película, es saber si el realizador norteamericano logra cierto equilibrio al presentar los hechos (basados en lo que ocurrió aunque invadido por la ficción y, por tanto, ficción absoluta). Siendo judío y echando un vistazo a su filmografía, todo hace pensar que la balanza estará inclinada sin remedio. Y, a decir verdad, tampoco es para tanto. Spielberg intenta quedarse en un lugar neutral y, aunque no lo consigue del todo, logra un resultado bastante mejor del esperado.

La película es estupenda. Técnicamente es una demostración de lo que supone contar con los mejores para hacer cine. El montaje es espléndido, la banda sonora (incluye soul, funk, jazz y alguna pieza escrita para la película que matiza muy, muy, bien la acción) acompaña la trama sin invasiones innecesarias, la iluminación casi quirúrgica, el vestuario exquisito; todo es una maravilla. Los efectos especiales, visuales y de sonido, son verdaderamente buenos.

El guion traza una línea para que el personaje principal vaya creciendo sin pausa durante los ciento sesenta y cuatro minutos que mide la cinta. Pero no olvida a los secundarios que se utilizan para iluminar al principal aunque con los matices necesarios para que no se agoten a los pocos minutos. No cae, el guionista, en la búsqueda de emociones baratas, ni siquiera trata de encontrar héroes, ganadores o perdedores. Las preguntas quedan planteadas sin que las respuestas aparezcan por ninguna parte. Sencillamente no existen.

El ritmo narrativo de Munich, a pesar de ser una película de muchos minutos, no decae. Siempre encuentra el espectador un motivo para estar atento a lo que pasa, para reflexionar sobre lo que sucede. Porque el nudo moral que se trata de desatar es cosa de cada uno de nosotros, porque lo que nos presentan es un mundo que no podemos entender y que sabemos que es el nuestro. La cámara de Steven Spielberg va buscando encuadres siempre acertados, no estorbar demasiado a los personajes dejando que tomen posesión de la película aunque con cierto orden, claro.

Los actores están muy bien dirigidos. Ni uno solo de ellos puede ser criticado por el papel que encarna. Es verdad que algunos papeles son cortos y algo más irrelevantes, pero nadie desentona. Eric Bana cumple más que bien; Daniel Craig hace gala de su mejor concepto interpretativo cuando el personaje se acerca a la falta de corazón; Ciarán Hinds está soberbio y Geoffrey Rush despliega todo su arte para conseguir uno de los personajes más inquietantes y cínicos de los últimos años. El resto del reparto, muy bien.

Aunque el papel de la actriz Marie-Josée Croze es muy corto (apenas cuatro o cinco minutos en pantalla) hay que señalar que su aparición es una especie de terremoto emocional. No desvelaré nada para que los que no conozcan la película puedan valorar lo que voy a decir sin influencias externas: con Croze descubrimos el gran desastre moral que nos han ido planteando durante muchos minutos. Resulta impresionante la escena en el barco que se encuentra en Holanda.

En fin, Munich es una película obligatoria. Fue maltratada en su momento puesto que ese equilibrio que buscó el director no agradó a nadie. Pero el cine no se puede medir con premios. Así que vean la película, por primera vez o segunda o tercera vez, y disfruten.