Pero ¿qué son las danaides?

La mitología es fascinante. La explicación del mundo, de todo lo que le puede pasar a un ser humano y el sentido de lo que ocurre, la deidad haciendo y deshaciendo a su antojo; tragedias improbables aunque cercanas. La mitilogía es una forma de acercarse a la realidad desde un relato que nada tiene que ver con ella aunque te permite pensar ese mundo tan extraño en el que vivimos. Esta semana inauguramos nueva sección con las Danaides

01 abr 2017 / 12:58 h - Actualizado: 31 mar 2017 / 12:29 h.
"Temas Aladar","Tribuna Aladar"
  • The Danaides in Hell. Nicolas Bertin. / El Correo
    The Danaides in Hell. Nicolas Bertin. / El Correo
  •  Danaides. John William Waterhouse,1906. / El Correo
    Danaides. John William Waterhouse,1906. / El Correo

Creo que las personas somos esencialmente curiosas (en el mejor y el peor sentido). Todo nos llama la atención. Yo misma, en ocasiones, me apunto (o hago alguna busca rápida) nombres de lugares que me resultan llamativos, de imágenes curiosas, de noticias impactantes. Es algo que viene de lejos, cuando era más joven solucionaba mis dudas buscando en una enciclopedia y ahora acudo a internet.

Recuerdo que hace tiempo, en una plaza cerca de donde vivo, había un centro de belleza y estética llamado Danaides. Me pareció un nombre extraño, ¿sería algún nombre de moda?, ¿una horterada sin más? El cartel en negro sobre blanco no me decía nada, pero el nombre se las traía. Lo apunté y terminé con dar con la solución en un libro de mitología clásica.

Me gusta la mitología, supongo que tiene que ver con el hecho de ser escritora (o simplemente curiosa). Por lo general estas leyendas cuentan unas historias tremebundas y estupendas, divinas para entretenernos con venganzas; celos irracionales; engaños; homicidios individuales o colectivos; engendros entre dioses y hombre... mucho mejor que en cualquier programa de televisión que veas. ¿Me prestas cinco minutos para sacarte de tu error? Hablemos de las Danaides.

Eran las cincuenta hijas del rey Dánao, hermano del rey Egipto, padre a su vez de otros cincuenta varones. Dánao y su hermano eran gemelos y se odiaban desde que estaban en el vientre materno, tanto, que mataron a su pobre madre en el momento del parto, intentando salir los dos al mismo tiempo. No sé a qué viene esa antipatía mitológica hacia los gemelos (mellizos o trillizos) que parece que lleven una carga de fatalidad sobre sus espaldas. Posiblemente la rareza de los partos múltiples, lo complicado de estos embarazos y lo extraño que resulta ver dos personas idénticas, hacía que estos niños resultasen curiosos (o marcados) a los ojos de sus contemporáneos.

Dánao y Egipto crecieron separados y odiándose de forma visceral. Su padre, el rey Belo, los encerraba en habitaciones alejadas y separadas, de las que escapaban para pegarse. Con el tiempo tuvo que mandarlos a puntos distintos del reino. No había nada que hacer para solucionar la rivalidad de los hermanos. Cuando su padre murió dejó dividido el reino entre sus hijos, que lógicamente querían quedarse con todo y someter a su hermano.

Dánao tuvo cincuenta hijas, Egipto cincuenta hijos (las cosas en mitología se hacen a lo grande o no se hacen). Un día Egipto fue a la corte de su hermano con una propuesta de paz después de muchas guerras: debían casar a sus hijos y así terminarían con el problema. Sin embargo Palas Atenea se le apareció a Dánao y le recomendó que escapase con sus hijas, si quería conservar la vida.

El rey y sus hijas embarcaron y no se detuvieron hasta llegar a Argos, en un barco con cincuenta remos del que se encargaban las muchachas. Cuando llegaron no había agua en el reino y el único río que encontraron era de agua salada. El rey envió a una de sus hijas a buscar otras fuentes de agua. La pobre muchacha estuvo a punto de ser violada por un sátiro (en sentido literal, no figurado), aunque, por suerte, el dios Poseidón que pasaba por la zona, escuchó sus gritos y la salvo; eso sí, a cambio de favores sexuales (ya sabéis como eran los dioses griegos). Quedó satisfecho e hizo brotar tres torrentes de agua que endulzaron aquel río salado del que antes no se podía beber.

Dánao organizó un servicio de vigilancia a cargo de sus hijas (las pobres cargaban con todo), para evitar que Egipto los encontrase y terminase con ellos. Con el tiempo casi todas relajaron el celo y formaron sus propias familias. Sólo Hipermnestra, la hija mayor, se mantuvo atenta y mientras vigilaba, conoció a un joven llamado Linceo, con el que fue trabando una relación que se convirtió en amor. Ninguno sabía quién era el otro. La fatalidad estaba servida: Linceo resultó ser el hijo mayor de Egipto, que finalmente encontró a su odiado hermano y volvió a proponerle el plan de pacificación mediante matrimonio de sus hijos. Aunque unos y otras tenían familias, eso era un problema menor, pues tras los esponsales expulsarían a los maridos, mujeres e hijos habidos y punto.

Parecía que esta vez Dánao si cumpliría los deseos de su hermano, pero aconsejado de nuevo por Palas Atenea (que tenía una aversión tremenda a Egipto), decidió no hacerlo, utilizando de nuevo a sus hijas, que para eso eran suyas. Les regaló una aguja para los pasadores de pelo, ordenándoles que las utilizaran la noche de boda contra sus esposos, atravesándoles el corazón. Las mujeres se horrorizaron, no querían obedecer a su padre, se preguntaban si no habría otra solución, pero él se negó. Se produjo el desposorio entre los primos. Hipermnestra desobedeció por primera vez a su padre, huyó con su Linceo, aunque no llegaron a advertir al resto de hombres del futuro que les esperaba.

La tragedia (griega, claro está) se consumó y se vertió tanta sangre aquella noche, que se formó un torrente que desembocó en aquel río que Poseidón había endulzado. Fue tanta la sangre que recibió que dejó de ser potable de nuevo y los habitantes de Argos se quedaron sin suministro de agua.

¿Creéis que los dioses castigaron a Dánao? Pues no, el castigo recayó sobre sus cincuenta hijas. En vida los dioses juzgaron y condenaron a Himpermnestra por desobedecer a su padre, aunque fue liberada por la diosa Afrodita que apoyó su conducta. Después de su muerte, las cuarenta y nueve hermanas restantes fueron condenadas (en lugar de serlo su odioso y obcecado padre) y permanecen en el Tártaro (infierno de la mitología griega) dónde deben transportar agua en cestos de mimbres para llenar cántaros. Cuando llegan a su destino, no queda ni una gota, por lo que han de regresar a la fuente del agua y realizar de nuevo su tarea. Así una y otra vez, hasta el fin de los tiempos. Otra versión que se da del castigo es que deben llenar un recipiente sin fondo. El resultado el mismo: su castigo como el de Sísifo, es absurdo y no tiene fin.

Aunque no deja de ser una leyenda, me rebela que fueran ellas las que recibieran el castigo y no su padre, a la sazón inductor del horrible crimen. Esta historia provoca incertidumbre en quien la escucha. La disyuntiva entre obedecer o no a tu padre no queda debidamente resuelta, pues la hermana que desobedeció fue castigada en vida y las que no lo hicieron, tras su muerte. ¿Había alguna forma de actuar que hubiera impedido que fuesen castigadas por los dioses? Parece que no. ¿Debían ser castigadas con tanta dureza cuando no eran más que instrumentos en manos de su padre?

Como veis cualquier excusa es buena para aprender y rebuscar, para dar rienda suelta a la curiosidad, hasta el cartel de un centro de belleza que nunca llegaréis a pisar. Además, tendréis que reconocer que esta historia ha sido un melodrama que si se llevase a la pantalla os dejaría sentados un par de horas en un sillón. Y eso que no os he hablado del río que hemos mencionado varias veces (ese que primero era salado, después dulce y después rojo) tenía nombre propio (Ínaco) y una leyenda tristísima detrás. Tampoco os he hablado de Sísifo, ni de Palas Atenea o Afrodita... ¿Os gusta la mitología? Pues pronto, más. Sólo tenéis que seguir leyendo Aladar.