La casa del poeta Edgar es de planta baja, como todas las del barrio de Santa Rosa, en la Pampa argentina. En el centro han crecido algunos rascacielos cuya presencia no se comprende donde hay tanto espacio para construir, aunque reconozco que solo desde la 11ª altura de mi habitación del hotel Calfucurá puedo disfrutar de unos amaneceres insólitos desde donde diviso la llanura donde estamos situados e impresionan por la gama colorida de las nubes, donde parece que el cielo se incendia.
Edgar nos abrió la puerta y entramos, junto al poeta y periodista Sergio di Matteo, directamente a la cocina, destacaba un calefón (calentador) muy grande y varias teteras para calentar el agua del mate. Lucía en el cuello una traba de plata para el pañuelo, se lo regalaron en Carmen del Sauce. Es oriundo de Santa Fe, a los veintiséis se fue a vivir a la Pampa. Su esposa, Margarita Monges, que falleció en 2012, nació en el mismo lugar. También poeta con Obra Reunida publicada.
Edgar dejó sobre la mesa de la cocina, donde también había amontonados papeles manuscritos junto al mate, varios libros. Parte de su obra que comenzó a publicarse en 1949, con interrupción de varios años a causa de las dictaduras argentinas. «Los edito yo porque aquí no pagan ediciones, excepto esta antología publicada en Ediciones en Danza y otra del Fondo Nacional de las Artes; los demás son libros grandes, siempre en colaboración con artistas plásticos». Mientras me habla con una perfecta dicción acompañada de memoria prodigiosa a sus 88 años, cae la tarde y se refleja a través de los cristales de la ventana de su cocina. En Santa Rosa la luz es muy intensa, la percibo como un acontecimiento que te hace dejar lo que estés haciendo o pensando. El apellido paterno del poeta vivo más importante de la Pampa proviene del cantón suizo de Tessina, único lugar de Austria donde se habla italiano. Lo dice entusiasmado, habla del s. XIII y del sufrimiento de aquellos pueblos a causa de las tiranías de los aristócratas y nobles y nombra a la familia Borgia, verdaderos tiranos que dejaron una secuela de odio en Italia.
Su profesión ha sido la de agrimensor, es decir trabajaba como topógrafo vinculado al aprovechamiento de los ríos pampeanos, sobre todo a orillas del río Colorado, al sur de La Pampa, lindando con la provincia de Río Negro. Dice que hay varias pampas a causa de los climas, en el Este, que es zona agrícola, caen seiscientos o setecientos milímetros de lluvia, en el Sur y Oeste, que es la aridez, solo 150 milímetros anuales. Esa es la pampa de su poesía, la del Sur. Le pregunto si hay muchos topógrafos poetas y me dice que sí, habla de Scalabrini Ortiz, que ahora tiene una calle en cada población de Argentina.
Para qué sirve la poesía, le pregunto. «Sería muy difícil vivir sin ella, nos permite superar las adversidades, cada vez escribo más breve, mis textos siempre van acompañados de ilustraciones, y lee un poema inédito que se llama padre silencio madre palabra». Me habla del paisaje, el paisaje en la Pampa es poderoso porque el cielo lo abarca casi todo y la planicie, llena de seres vivos que la habitan, está repleto de caldenes – el árbol típico de esas tierras- y campos de vacas. El paisaje una geografía llena de criaturas vivas. Sus ensayos se basan en la recuperación de algo inherente a las culturas originarias de América además de la recuperación de la conciencia ambiental y darle voz a quienes nunca la han tenido. Los estancieros ricos llevaron especies exógenas a principios del s. XX y ahora en el Parque Luro se realizan cacerías. Trajeron ciervos y jabalíes, la competencia por el alimento altera el ecosistema. Los pueblos originarios están todavía aquí, se han mezclado con la población, organizan actividades, es la base de la tradición literaria, durante más de nueve mil años vivieron sin mezclarse, luego sí, los ranqueles con europeos que iban llegando.
La desaparición del tren trajo mucho sufrimiento a los pueblos, quedando abandonados algunos. Las poblaciones fueron vivificadas por el tren y lo siguen añorando. La estación de Santa Rosa deja ver dos letreros viejos, uno a cada extremo de las vías enterradas por la hierba, me dice que en algunos pueblos la estación se ha convertido en la casa de la cultura y eso es un signo de resistencia. De tanto en tanto, me enseña algunas ilustraciones de sus libros. Habla de los sueños, de la importancia de los mismos. Los sueños de la siesta son germen de los que se producirán en la noche, la estructura leve de los mismos se agranda y construye nuestro inconsciente, por eso, pasando las páginas de uno de sus libros, me detengo ante las ilustraciones de Paula Rivero, que los dibuja. De pronto hace mención al poeta de Entre Ríos, Marcelino Román, que dijo que las grandes luchas por los pueblos han sido, son y serán, en el fondo, luchas por su identidad cultural. Hay que matizar y verlo en el contexto temporal y nacional, el populismo arrastra elecciones que acaban apoyando a dictadores, la mayoría no tiene siempre la razón, por eso hay que contextualizar muy bien. Hitler llegó al poder por el voto popular.
Edgar es un hombre preocupado por la identidad que han querido borrar diversos gobiernos, la identidad de los pueblos originarios, como recuerda. Muchos de sus libros rememoran esas historias. En un artículo de 2011, Osvaldo Bayer decía: «Nada menos que Morisoli, el poeta de esos soles y noches pampeanas, de esas distancias y verdes, de esos silencios. Prohibir a un poeta. ¿Todavía ocurre eso en la Argentina, después del espanto de la desaparición de jóvenes y libros? Es su poesía tan del lugar que parece oírse entre los vientos que soplan, entre los bosques de caldenes, unos árboles que solo crecen en la Pampa y que dibujan el horizonte con sus geométricas formas y el color que no acaba de ser verde ni marrón».
Esta es una provincia para querer de /a poco, /para encender de a poco sus lámparas /dormidas /y que el viento choiquero despabile su /llama /de antorcha peregrina, /mientras encueva el llanto su carapacho /oscuro /y sube cielo adentro la ternura /escondida.