Potente melodrama

«Honey in the head» es una película alemana de tradición hollywoodiense que resulta ser un agradable y entretenido documento sobre una enfermedad mortal de la que oímos todos los días algún caso

29 oct 2018 / 23:16 h - Actualizado: 29 oct 2018 / 23:26 h.
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  • Nick Nolte protagonista de la película. / El Correo
    Nick Nolte protagonista de la película. / El Correo

Asistimos en primicia mundial en el Teatro Zorrilla de Valladolid a una película de la que se advierte queda algún detalle de posproducción por retocar. Y no notamos nada. Miel en la cabeza es un melodrama familiar que habla del proceso de deterioro de un abuelo que sufre Alzheimer, desde que su mujer fallece hasta que la enfermedad (y, por tanto, la vida) termina, y una potente relación con su nieta de no más de diez años. Esta contada, sobre todo la segunda parte, como una postal típica de Venecia y la ciudad de Londres. Un poco como en la triada de películas que Woody Allen rodó hace poco por Europa (Vicky Cristina Barcelona, Midnight in París, Desde Roma con amor) una vez malogrado uno de sus productores habituales Charles H. Joffe. El título es sólo una metáfora de lo que esta terrible enfermedad causa en el sentimiento vitalista del protagonista interpretado con humor, acidez y gran variedad de registros por el gran Nick Nolte, al que sigue un reparto de lujo en que aparecen el hijo Matt Dillon (quién recibió la Espiga de Honor de este año en Seminci por su trayectoria y ha participado entre otras muchas, en Rebeldes o Factótum), su mujer con la que tuvo algún problema de infidelidad en el pasado, interpretada por Emily Mortimer y, sobre todo, su nieta.

Se trata de una producción grande en la que participan Alemania y Estados Unidos y donde su director Til Schweiger no es precisamente un debutante en estas lides, convirtiendo estas películas en taquillazos en su país. Tiene además la suerte o la desgracia de también ser actor, habiendo trabajado en alguna secuela de Tomb Raider y en Malditos bastardos de Quentin Tarantino.

El guion, con tintes bastante melodramáticos, muestra la sencillez de una historia a medio camino entre el indie típico de los 90 y el cine comercial más blanco. Ambienta muy bien el proceso degenerativo (de despedir a su asistenta por creer que le sisa dinero, a mearse dentro del frigorífico creyendo que es el inodoro, o arrancar un seto y unas rosas en vez de retocarlas con la tijera podadora). Lo cierto es que, poniéndonos en antecedentes y tratando de entender su proceso vital es como si los recuerdos se agolpasen para convertirse en algo pastoso, que pronto dará lugar al sentimiento de un enorme vacío ante el que la enfermedad no puede parar de avanzar.

Entre los actores secundarios más importantes y que aportan comprensión y matices a la historia están su cuidadora (Claire Forlani), la nuera del hijo (Jacqueline Bisset), el médico psiquiatra (Eric Roberts), la enfermera (Valerie Huber), el cura del responso por la muerte de su mujer (J. David Hinze) o una de las monjas (Anna Lea Mende).

La fotografía preciosista, tan compenetrada con el dulzor del título la ha llevado a cabo René Richter y el eficaz montaje, Christoph Strotjohann. La música de Martin Todsharow es también totalmente coherente con la vocación original del proyecto, así como las tareas de producción que no son meramente ejecutivas, desde la que se han debido soportar gran cantidad de gastos, si bien tampoco sabemos cuál era el presupuesto inicial calculado por Warner y Barefoot.