Adrian Grunberg es el director de «Rambo: Last Blood». Intenta hacer cine y no es capaz. Intenta escapar de los estereotipos que han lastrado el personaje protagonista durante muchos años y muchas películas y logra un enorme y casi indestructible estereotipo. Logra un trabajo plano, vacío y algo efectista en la fase final. Ni más ni menos.
Solo cuando Rambo quiere parecerse a Rambo, la cosa funciona. En esta película, eso ocurre en los últimos veinte minutos. Es decir, hasta llegar a este punto todo es un aburrimiento estereotipado.
Rambo está felizmente retirado. Rambo no rompe un plato. Rambo cría a una chica mejicana y cuida de su abuela. Rambo se dedica a domar caballos y a construir galerías subterráneas. Mientras Rambo da una lección de mansedumbre norteamericana; los malos que en esta película son muy, muy, malos y muy, muy, tontos, dedican todos sus esfuerzos a causar estragos entre las chicas mejicanas y a sembrar el pánico sin filtro alguno. Porque si algo queda claro en esta película es que los norteamericanos son ángeles y sus vecinos del sur demonios.
El papel que defiende Sylvester Stallone es plano y superficial hasta límites dolorosos. / El Correo
El ritmo narrativo es moroso; los diálogos son superficiales e inservibles; la fotografía ni fu ni fa; el vestuario irrelevante; la cámara va y viene porque se tiene que mover aunque sin demasiado criterio. Eso sí, los veinte últimos minutos es tal el festival de luz y de color que se organiza que despierta a cualquiera que esté frente a la pantalla. Matar a los malos, vengar a los buenos e inocentes; matar a los malos y, después, rematarlos. El éxtasis llega con una especie de imagen de San Sebastián (con cara de mejicano malo) que sufre hasta el infinito. Mucho gore, mucho hierro asesino, mucho odio y mucho me muero como un gran norteamericano que soy.
Sylvester Stallone es un pésimo actor y en esta película demuestra que todo puede ir a peor. El lenguaje gestual no existe, el lenguaje corporal no existe, el lenguaje oral se convierte en una especie de sonido incomprensible. Un verdadero desastre. El resto de los actores defienden papeles cortos y sin importancia. Esto es Rambo y solo cuenta él.
La película es mala de verdad. No se salva nada. Los amantes del cine de acción que busquen mirar sin hacerse preguntas, aquí tienen un tesoro. Los nostálgicos de esos personajes que terminan quedando instalados en el recuerdo colectivo, aquí tienen un refugio. Los amantes del buen cine tendrán que buscar un poco más. Aquí no hay nada que les pueda interesar.
Por cierto, si alguien descubre que pinta Paz Vega en la película que lo diga. Por más vueltas que le doy no soy capaz de imaginar una sola razón.
Cartel de ‘Rambo: Last Blood’. / El Correo