Día uno de dos. 19.00 horas
Le repiten los pimientos verdes rellenos de paella. Estaban ricos aunque le han resultado algo pesados, algo indigestos. Eso le ha dicho a la cocinera aunque, en realidad, piensa que en ese pueblo de mierda son todos unos paletos de cojones. Sólo piensa tacos. Jamás los dice por una cuestión elemental de educación. Camina despacio intentando entender un trazado de las calles y unas construcciones completamente absurdas. Lo único que sirve de hilo conductor es una manifiesta falta de buen gusto, una mínima sensibilidad con la armonía del conjunto. Esto es como el reguetón, piensa. El desorden le parece ordinario y extravagante desde niño. Es posible que este sea uno de los pueblos más anodinos y más feos que haya pisado en su vida. Así lo cree.
Un perro, a un par de metros, adopta una extraña postura. Es como si quisiera sentarse en una silla imaginaria. Se para frente al animal. Entrelaza los dedos meñiques y tira fuerte con ambas manos. De niño, le dijeron que haciendo eso los perros son incapaces de cagar. El perro da pasitos cortos con las patas traseras. Emite un quejido agudo y corto. Lo intenta unos segundos más y se estira. Se va. Muy rápido. Él sonríe. No puede evitar pensar en aquellas lagartijas y en aquellas ranas que atrapó para hacer todo tipo de barbaridades con la navaja suiza que le regaló el abuelo. Qué niñez tan apasionante, recuerda. Y lo del abuelo fue el colofón. Con su propia navajita. Sin piel desde los talones hasta las rodillas. Cómo gritaba...
Es entonces, cuando recuerda a punto de alcanzar una especie de éxtasis, cuando la ve a través del cristal del escaparate. Rubia, mirando extraña atención al frente. Parece que quiera descubrir quién es, qué hace allí. La peluquera se afana en que el pelo quede liso por completo. Y no para de hablar. Debe estar contando gilipolleces de paleta, piensa. Se fija, ahora, en las botas de la rubia, en sus pantalones. Lleva uniforme. Siente cómo el deseo le sube desde los dedos de la mano derecha hasta el cerebro. Siempre mata con la derecha.
Una paleta vestida de uniforme. Esto no lo había visto venir. Le parece que es el premio gordo de la lotería. Un pueblo perdido en mitad de ninguna parte y un cabello rubio que brilla entre tanta mugre. No se le puede escapar. Eso es lo que piensa.
19.35 horas
A Jacinta le gustan los hombres. El problema es que ella no les gusta a ellos. Demasiado moderna para algunos, muy masculina para otros, decidida y difícil de dominar para todos. Cree que con ese color de pelo está despampanante. Pide agua mineral. Está deseando llegar a casa para ponerse cómoda y para disfrutar del silencio. Lauri, la peluquera, le ha puesto la cabeza como un bombo. Se mira en el espejo, justo en ese hueco que queda libre entre las botellas de ginebra y las de ron. El tipo que se ha colocado en el otro extremo de la barra no deja de mirar. Le pone algo nerviosa. No le conoce de nada, jamás le ha visto. Debe ser viajante o algo así. Allí sólo llegan viajantes o algo así y todos en el pueblo lo saben. Es la primera vez que pasa por allí. Pregunta al camarero cuánto debe y le contesta que le ha invitado el hombre de la chaqueta azul marino. Se lo dice mientras hace un gesto como queriendo decir que él no sabe de qué va el tema, y que le importa muy poco. Pues dime cuánto tengo que darte porque quiero que le pongas lo mismo que ha estado tomando hasta ahora. Paga y comienza a esperar en su lado de la barra. El hombre de la americana azul se acerca, por fin. Estatura media, facciones duras, atractivo, parece un hombre aseado. Llama mucho la atención el contraste entre el negro del pelo y el azul de los ojos. Si se fija en ese detalle le parece más guapo. Toma un combinado de ron y zumo de limón. Debe ser una bomba. Antes de ir hacia ella ha tomado un último trago y le ha parecido que le costaba tragar sin mostrar un gesto incómodo. Sonríe abiertamente mientras se acerca. Jacinta aguanta sin mover un solo músculo, no quiere dar pistas, aunque si por ella fuera, le besaría dejándose llevar por las sensaciones, como una de esas actrices porno que tanto gustan a los hombres más cerdos del pueblo. Ahora es rubia y podría hacerlo.