Santiago Lorenzo o un negrísimo sentido del humor

Santiago Lorenzo se hizo cineasta antes que novelista. Nacido en Portugalete es responsable en mayor o menor medida de filmes como «Mamá es boba» o el cortometraje de Pablo Llorens «Caracol, col, col». Reseñamos tres de sus cuatro poderosas novelas que, desde lo pequeño, ponen el dedo en la llaga sobre tantas cuestiones...

13 oct 2019 / 21:50 h - Actualizado: 13 oct 2019 / 22:29 h.
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  • EL guionista, director, productor cinematográfico y escritor Santiago Lorenzo. / EFE Archivo
    EL guionista, director, productor cinematográfico y escritor Santiago Lorenzo. / EFE Archivo

«Los asquerosos», el Robinson del siglo XXI

Desde un sentido del humor que hace bricolaje con las palabras, es esta una novela necesaria y, a la vez, invasiva y tranquila como su personaje principal, Manuel. Existe además un lirismo en la forma de expresarse, que sus reclamos podrían convertirse en canción o himno generacional.

Manuel nos cuenta quién es su tío, un psicólogo industrial que le pasa víveres medio de extranjis llegados de Lidl, servicio que Manuel le paga mediante clases de español que imparte clandestinamente desde un teléfono de prepago. Este personaje que aparenta ser del pleistoceno es oro puro, en tanto encarna la soledad absoluta, esa que aparece más en «Robinson Crusoe» de Daniel Defoe, que en las hoy aclamadas novelitas de Thoreau sobre naturismo de despelote en un sentido utopista y marciano.

Manuel es ingeniero y no ha encontrado su sitio en el mercado laboral, lo que le hace sentirse insatisfecho con lo que realmente todavía no es. El giro dramático vendrá cuando en una algarada callejera, hiera en defensa propia de arma blanca a un agente del orden público.

Santiago Lorenzo o un negrísimo sentido del humor

Su amantísimo y también pobre tío, le ayuda a escapar de esa cárcel que es el Madrid actual, y para ello tira millas con él hacia un pueblo de Castilla y León donde vivieron sus antepasados, Zarzahuriel, un remanso de paz donde Manuel llevará a la praxis aquello de que cuánto menos uno tiene, menos necesita.

Habría que ver realmente si ese buen salvaje del que hablaba Rousseau en el XVIII se ha convertido sólo en salvaje a secas, pero Manuel encarna el ideal, y sólo será cuando otra gente de ciudad cansada de su vida quiera aparecer (a partir de la presencia de la Joaqui) cuando se dé cuenta de que usurpar un sueño hecho realidad de estas características con gadgets de última generación y tecnología punta resulta absurdo. Son los mochufas, nuevos pijos de campo, que resultarán ser el enemigo en casa, gente que cree a pies juntillas en todo lo que se dice en «Cuarto Milenio» y que usan accesorios inútiles de todo punto hasta para limpiarse el trasero después de hacer necesidades mayores.

Y es que parece que hasta de la austeridad impuesta a la ciudadanía común, no son ajenos estos mochufas a los que les encanta ver ovnis en los campos de Castilla, y lo que es peor, celebrarlos como auténticos anormales, lo que terminará por impedir que el pobre Manuel disfrute de la soledad como cree merecer, ya que esta consiste no sólo en sentirse o estar solo, sino en serlo.

De un antiguo trabajo de teleoperador, le llegan en un momento dado 100 euros, y cuenta su tío que el gasto que hace es el de comprarse dos lápices 2B y una goma, y volver a casa igual de deprimido por todo. Para entender a Manuel no basta con comprender su problemática tan inscrita en las actuales crisis económicas de larga duración, para entenderlo, decía, hay que quererlo.

Santiago Lorenzo o un negrísimo sentido del humor

«Los huerfanitos», sobre una obra de teatro llamada «La vida»

Los especialistas en empresas familiares parten también hoy, y a pesar de los medios existentes, de la premisa de que el fundador es el rey; los hijos, príncipes; y los nietos, mendigos. Todo esto es mucho más verdad, nos parece ver, si de España se trata, por ser este un país enraizado en sus tradiciones, y donde aún sobrevuela, quizás porque no supimos asimilar en su día a Lutero, dicho cúmulo de circunstancias que se nos siguen apelotonando.

Nos entrega el autor una comedia negra al más puro estilo berlanguiano, con tintes hondos y el resultado es francamente grato al lector, que sabe aplicar las dosis justas de piedad y picaresca sobre la segunda generación, formada por Argi (profesor casado en primeras nupcias con la creativa Laura), primogénito; Barto, funcionario al uso, probo y metódico; y Crispo, el menor vivalavirgen y sin embargo amoroso hermano, estudiante que se eternizó en ingenierías sin resultado y que malvive de chapuzas en un municipio abulense. Los tres son hijos de Ausias, hombre de teatro que muere con los hábitos puestos, y asegurando que nunca ha envidiado, quizás por tiempo, a nadie.

Ausias deja como herencia a sus tres mochuelos todo un teatro, el Pigalle, en el que actuó y se curtió, pero la herencia no es sólo el edificio, sino una deuda de impagos que en 1971 era de unas pesetillas y hoy asciende a unos cuantos miles de euros.

El caso es que el solaz contrapatrimonio que desde el principio hace a los hijos ponerse en lo peor, y tener que ponerse de acuerdo en montar una obra con los restos para no acabar al menos tan liquidados como se ven ahora, hará que surjan una enormidad de amigos entre culturetas, técnicos, sastres y alimañas que todo lo creen saber, que empiezan con el sacristán que da la extremaunción a Ausias, hombre de confianza del mismo, siguen con la llegada de actrices sentidas y sobreactuadas sólo por haber hecho un curso de escritura creativa, un director que cree en el arte por encima de todo (lo que hace movilizar a un equipo crecientemente desmotivado y canino) y Manoli, la actriz que acaba sustituyendo a la diva, y que hace que exista algún tema sin esclarecer de cuernos entre hermanos.

La frase «todo puede ser peor» aquí es asumida con ligereza y alegría, relativizando las supuestas máscaras de cada uno, y que en realidad no son tal, sino meros cromos que se pegan en el álbum común de la infancia.

Asimismo, la crítica solapada al teatro como concepto grandilocuente (los diálogos no son tales, sino parlamentos), patético y ridículo nos hace ver que hace demasiado tiempo que, en este país, las bambalinas y el hambre no sólo han ido siempre de la mano, sino que han dejado unas pústulas o heridillas sin cicatrizar que van impregnadas a un ADN capcioso, enfermo y frívolo, en fin, algo, lo queramos o no, muy nuestro.

Santiago Lorenzo o un negrísimo sentido del humor

«Los millones», Francisco o un auténtico caso de mala suerte

Ambientada en el Madrid y Valladolid de finales de los 80 que ve desaparecer a la extinta banda terrorista GRAPO, esta novela pretende retratar al hombre contemporáneo en crisis desde la soledad que le alumbra y unos ideales que sólo con mucho esfuerzo y algún destrozo, son alcanzables.

Francisco trabaja en CoyFer, una fábrica de máquinas de coser camisetas en la que está acompañado sólo de Julio, discapacitado con cara de nada que en un momento dado le acusará de robar un dinero a la empresa y la banda que estaba en un sobre. Un discapacitado muy vivo este Julio. Este protagonista del que hablábamos tiene en su rutina gastarse menos de 200 pesetas diarias entre medios de transporte, cafés y cigarrillos Rex que consume alrededor de a paquete diario. Con este modus vivendi y algún golpe mediante explosivo en papelera de la banda, se deja llevar por un sueño, y es convertirse en profesor de Historia, sin saber que lo que le depara el futuro es maravilloso de un lado y kafkiano de otro, y es que esta identidad le servirá para conseguir y perder a un amigo que no era tal, pero también para lograr conquistar a una chica periodista que vive, como no puede ser de otro modo, en la más absoluta precariedad.

Pero la premisa dramática y novelística es otra. Francisco, cuyo afán numerológico le lleva a acertar los seis números de la Lotería Primitiva, gana el premio extraordinario, y no lo puede cobrar, debido a que siempre ha sido un ser clandestino, sin D.N.I. El caso es, por supuesto, noticia. Y llega a la redacción del periódico distribuido en supermercados, Actual Noticias, donde trabaja Primitiva (que firma como Azucena), hija de un profesor de Ciencias de la Información, que es un periodista frustrado. El director del periódico quiere un reportaje sobre el antes, el mientras y el después de la vida del ganador de este premio. Toharia, que así se llama el sabueso, sabe que este tipo de información donde la celebración y la miseria van tan unidas, le dará réditos como para vender muchos periódicos y pegará el pelotazo. Y así es como Primi y Francisco viven una historia de amor que va unida al hecho, de que aquel no podrá jamás cobrar un premio de 200 millones y además será acusado y defenestrado del lumpen al que pertenecía por el mismo Julio, que además de vivo, parece un chivato.

Para conseguir otro amigo que le ayude en sus cuitas, Francisco, al que también se le da bien controlar el tráfico de trenes y armar maquetas de este tipo, vivirá otras muchas desventuras que le demostrarán que hasta en las situaciones más tenebrosas, con ingenio se suele salir adelante, si bien no siempre indemne.

Recomendada en su contraportada de Blackie Books como manual de supervivencia, conseguimos reír y llorar desde este registro del habitual cotidiano delirante español.