Steven Spielberg y sus ensoñaciones con seres de otras galaxias

Steven Spielberg, el afamado director considerado el rey Midas del cine, cuenta con una heterogénea filmografía a sus espaldas. Sin embargo, aquellos trabajos donde ciencia ficción y, concretamente, seres de otras galaxias son protagonistas se convierten en sus películas más especiales.Lo que más puede llamar la atención de su filmografía son dos ideas recurrentes: la niñez y los extraterrestres

12 oct 2015 / 11:34 h - Actualizado: 12 oct 2015 / 11:35 h.
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  • Mítica escena de ‘E.T.’ recordada por toda una generación que creció viendo esta película.
    Mítica escena de ‘E.T.’ recordada por toda una generación que creció viendo esta película.
  • Escena de ‘Encuentros en la tercera fase’.
    Escena de ‘Encuentros en la tercera fase’.
  • Haley Joel Osment interpreta al niño robot en ‘Inteligencia Artificial’.
    Haley Joel Osment interpreta al niño robot en ‘Inteligencia Artificial’.

Steven Spielberg ha demostrado muchas cosas a lo largo de su fulgurante carrera. Dos Óscar (y unas cuantas nominaciones más) lo avalan como uno de los directores de cine más prestigiosos de las últimas décadas. Pero donde nadie tiene margen ni para plantearse dudas al respecto, es en el éxito de sus películas. Un film de este cineasta nacido en el estado de Ohio equivale a un boom de taquilla. De hecho, para aquellos menos allegados a las entrañas del cine, Spielberg es un creador de blockbusters. Eso es lo que ve mucha gente en él, a un hombre con capacidad de rodar historias que arrastren a las salas con cierto ímpetu a un número mayúsculo de personas. Pero tras la piel de este director hay mucho más. En su mente, mucha materia que descubrir, muchos pensamientos que descifrar. Es el padre de películas tan dispares como Tiburón, La lista de Schindler o Lincoln. Pero lo que más puede llamar la atención de su filmografía son dos ideas recurrentes, y a menudo hermanadas: la niñez y los extraterrestres.

‘ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE’ (’CLOSE ENCOUNTERS OF THE THIRD KIND’, 1977)

La cuarta película de su carrera fue la primera en narrar un encuentro con extraterrestres. Para entonces ya había estrenado Tiburón y asombrado al mundo entero con ella. Esta no fue sino la confirmación de que estábamos ante un director que iba a marcar época. Y lo hizo tratando una idea a la que llevaba años dándole vueltas. No fue fácil, ya que una vez destapado como artista de masas, las grandes franquicias no le dejaban apenas aire que respirar, y cientos de proyectos se agolpaban ante la puerta de su despacho. Pero Spielberg no renunció a esa idea que tenía sobre un encuentro pacífico entre humanos y seres de otra galaxia. Nada de invasiones, nada de guerras entre civilizaciones. Él necesitaba contar algo más personal, algo que bullía en su interior desde pequeñito, donde ya la ciencia ficción latía con vigor.

Spielberg renegó para ello de muchos tópicos. En lugar de los manidos platillos volantes, dotó a los alienígenas de fastuosas naves espaciales que desprendiesen luces casi cegadoras, magnificando la importancia que otras formas de vida podrían tener. Se valió además de uno de esos recursos sencillos que él sabe encontrar y convertir en símbolo. Una secuencia musical de cinco notas como vía de comunicación entre humanos y visitantes, que permanecerá de manera indeleble en la memoria de todo aquel que haya visto la película.

Encuentros en la tercera fase narra una historia con tres puntos de vista. Está la parte del científico de buenas intenciones; la abducción de un niño por parte de esos seres cuyas intenciones todavía desconocemos, y que será sufrida principalmente por su madre; y el inevitable protagonismo de un hombre de familia común (con cierta caracterización para no conformar al típico ciudadano ejemplar) que se ve envuelto en un encuentro cercano con un ovni. Si bien en esta película el niño no es el personaje de mayor peso, Spielberg suelta un fino hilo del que terminará tirando para rodar E.T., el extraterrestre. Y se reflejan ya las inquietudes características de la infancia del director, un niño algo solitario y soñador que no gozó de la comprensión con la que siempre deseó contar, y que buscó (y sigue buscando) a través de sus trabajos.

‘E.T., EL EXTRATERRESTRE’ (’E.T.: THE EXTRA-TERRESTIAL’, 1982)

Puede que esta sea la obra maestra por excelencia de Steven Spielberg. Porque tener, tiene varias. Pero ninguna es tan especial. No al menos a ojos de quien escribe esto. Si bien la apariencia de los extraterrestres en Encuentros en la tercera fase quedaba un poco difuminada y no permitía una cercanía o empatía total con los mismos, en E.T. no hay nada de eso. Es imposible querer más a una criatura que nosotros mismos denominaríamos como casi deforme. Y esa es una sensación que Spielberg logró provocar con menos de dos horas de película. Todo es brillante en este trabajo. La historia de amistad que surge entre Elliot (un niño que cumple con el molde de carácter algo solitario y soñador que tanto gusta al director) y E.T. (un extraterrestre que se ha quedado rezagado en la Tierra) es de las que marca a generaciones de niños, adolescentes y adultos. El mismo amor que termina sintiendo Elliot por E.T. en un lapso de tiempo tan breve lo asimila de igual manera el espectador, y esa es una experiencia única.

El guión, escrito por Melissa Mathison, cumple con los requisitos para que trama y estructura funcionen a la perfección. El virtuosismo del director, rodeado de un buen equipo de profesionales, logra que la película tenga un aura muy personal, creando una atmósfera única y que casa a la perfección con la mezcla de ciencia ficción y sentimientos profundos que se nos ofrece. Por si esto no bastase, John Williams sobresale con su banda sonora (más que merecido su Óscar por este trabajo). Pocas películas consiguen ser símbolo en la infancia, en la adolescencia y en la madurez. Pero millones de personas en el mundo no tienen reparo en alzar su dedo índice y pronunciar con voz medio gutural: Miii casaaa... Porque es muy difícil no querer a E.T., tan difícil como no sentir deseos de visionar una y otra vez esta pequeña maravilla del cine.

‘INTELIGENCIA ARTIFICIAL’ (’A.I. ARTIFICIAL INTELLIGENCE’, 2001)

Con esta película, Spielberg se llevó algunos varapalos. Alguno de esos algunos, inmerecido. Inteligencia Artificial había sido un proyecto inicial de su amigo Stanley Kubrick (amigo, sí, aunque de manera bastante peculiar; affaires de Hollywood). Otro genial director incluso más visionario que Steven. Se trataba de una idea extraída del relato Los superjuguetes duran todo el verano, de Brian Aldiss. Sin embargo, había cosas que no terminaban de convencer al director de la mítica 2001: Odisea en el espacio, así que delegó en un Spielberg que ya había sido camelado con las ideas que tenía. Por desgracia Stanley nunca llegó a ver terminado su proyecto inicial, falleciendo antes de que la película se pusiese finalmente en marcha.

A pesar de que no funcionó mal en taquilla, y de que recolectó críticas favorables, una parte considerable del público se alió con varios críticos con hambre voraz para atacar Inteligencia Artificial por todos los flancos. Algunos se quejaron del exiguo tratamiento por parte de un director destacado en sus técnicas. Otros arremetieron contra la adaptación misma de la historia.

En esta película nos encontramos con una sociedad donde los robots de avanzada generación forman parte del día a día. Denominados Mecas, cumplen con diferentes funciones de apoyo para la vida de los humanos, autodenominados seres reales. Son estos seres reales los que nunca tienen suficiente y persiguen innovar y llevar a sus creaciones al máximo exponente. Por eso cuando un matrimonio sufre un trágico suceso con su hijo pequeño, una de las empresas tecnológicas punteras les ofrece un robot con apariencia de niño, único hasta el momento. Único por su capacidad de amar.

El niño robot está encarnado por Haley Joel Osment, cuando todavía era uno de los niños más prometedores de toda la industria cinematográfica. Su interpretación es brillante, y nos hace creer que efectivamente estamos ante un ser no humano, pero con las mismas necesidades que uno podría tener. Porque cuando alguien tiene capacidad de amar, surge otra necesidad implacable: la de ser amado. Ese es el conflicto principal de la historia, y Spielberg lo aborda a través de la óptica que a él más lo mueve por dentro: la de la infancia, la de la niñez.

Bien es cierto que no es una película de extraterrestres, pero no termina aquí la cosa. En el tercer acto de la película, ese que quizá la malogre un poco y por el que más críticas ha recibido, los extraterrestres aparecen. No podía ser de otra manera. Seres espigados con apariencia alienígena un tanto sofisticada, que sin embargo la historia no pedía para contar lo que debía ser contado. Spielberg tenía un final maravilloso en la escena anterior a esa última larga secuencia. Pero que cada uno juzgue por sí mismo una vez la haya visto. ~