Especial Stanley Kubrick

«¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú»: Todos androides

Maravillosa película de Stanley Kubrick que se convierte desde la primera escena en una sátira sobre la comunicación, la relación del ser humano con las máquinas y consigo mismo, sobre la destrucción del planeta... Inolvidable

26 jul 2020 / 17:46 h - Actualizado: 26 jul 2020 / 18:06 h.
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  • Slim Pickens es ese actor que todo el mundo recuerda subido a una bomba nuclear como si el artefacto fuera un caballo salvaje. / El Correo
    Slim Pickens es ese actor que todo el mundo recuerda subido a una bomba nuclear como si el artefacto fuera un caballo salvaje. / El Correo

Es fascinante enfrentarse a la estupidez humana; es un acto al que deberíamos acostumbrarnos inmediatamente. Pero sin tanto alarido de terror ni tanto susto como al que nos someten los medios de comunicación.

¿Somos estúpidos? Claro que sí. ¿Estamos acabando con el planeta? No les quepa duda. ¿Dependemos en exceso de las máquinas? Mejor no pensar en ello. ¿Una pequeña cosa es suficiente para que se produzca un cataclismo? Desde luego. Y como esto es así nos queda poco margen de maniobra. Un par de opciones. O nos reímos de semejante panorama o nos lamemos las heridas en una esquina con la esperanza de que lo malo se acabe lo antes posible.

Stanley Kubrick optó por filmar una película sobre todas estas preguntas manejando la opción primera. Y digo bien, preguntas. Porque en «¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú» se plantean muchas aunque no se dan soluciones. Se limita a terminar la película de forma poco alentadora, es decir, nos muestra una sociedad devorada por sí misma y pagada de sí misma y todo de sí misma.

La película es impecable en muchos aspectos. En casi todos. El guión, adaptación de una novela, es divertidísimo, ingenioso, sarcástico, inteligente y convierte la trama en una narración de ritmo perfecto. Por otra parte, el montaje es especialmente acertado y ayuda a que el espectador no se pierda entre los tres escenarios principales ni en esfuerzos estériles. La fotografía es inmejorable. El movimiento de la cámara parece medido al milímetro, es exacto, haciendo de cada plano algo mágico e insustituible. Incluso los efectos visuales y sonoros pasan con muy buena nota a pesar de que la película tiene ya unos años.

Pero el gran valor de la película es la dirección de actores que llevó a cabo Stanley Kubrick. Tampoco lo debió tener difícil con el reparto que manejó aunque, incluso a los mejores, hay que indicar el camino justo, la intención exacta.

Por un lado, encontramos a Sterling Hayden interpretando el papel del General Jack Ripper, un tarado que está convencido de tener que iniciar una guerra atómica contra la Unión Soviética. Cree que están siendo envenenados a través del agua, de cualquier tipo de fluido. Hayden defiende el papel con elegancia, con un control absoluto en cada movimiento. Y el papel era difícil de verdad.

«¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú»: Todos androides
En «¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú» lo deslumbrante llega con Peter Sellers. / El Correo

Slim Pickens es el comandante de un bombardero cargado de armas atómicas. Es un paleto y está rodeado de ignorantes que obedecen sin preguntarse si lo que hacen es bueno o malo (como él mismo). En sus manos está el futuro del mundo. Nadie puede comunicarse con el avión y dependerá de la tripulación que el final sea más o menos feliz.

Pickens es ese actor que todo el mundo recuerda subido a una bomba nuclear como si el artefacto fuera un caballo salvaje. Una de las escenas más famosas de la historia del cine. El trabajo del actor es impecable.

George C. Scott es el general Turgidson. De todos los personajes de la película es el más histriónico, el más cómico. No el actor. No. Me refiero al personaje. George C. Scott consigue una interpretación muy divertida.

Pero lo deslumbrante llega con Peter Sellers. Interpreta tres personajes. Un militar, un científico y al presidente de los Estados Unidos de América. Esto es, al Capitán Mandrake, al Dr. Strangelove y a Merkin Muffey. Perfecto en todos ellos. Logra que los buenos modales del militar terminen siendo una ridiculez, el pasado del doctor (nazi alemán) otra ridiculez, y la diplomacia del presidente otra. La película es una sátira y si algo había en los personajes que se pudiera confundir con otra cosa, Sellers lo pone en su sitio.

Apunta Kubrick algún tema que desarrollaría después en sus películas. Por ejemplo, la relación del hombre con las máquinas. Y lo hace presentando situaciones completamente absurdas de las que depende el futuro de la raza humana. La escena en la que el Capitán Mandrake pide a la operadora que le ponga con el presidente del país desde una cabina es inolvidable. El mundo a punto de quedar arrasado y un hombre tiene que reventar una máquina de bebidas porque no tiene cambio. O el doctor Strangelove que se mueve sin control (parece un androide) pegado a su silla de ruedas y a sus aparatos hace pensar en todo lo que hacemos de forma automática como si fuéramos, eso, máquinas.

«¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú»: Todos androides
Cartel de la película «¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú». / El Correo