Modificar un personaje no consiste en cambiar su peinado, su forma de vestir o en hacerle hablar con un acento puramente cañí. Para conseguir un cambio sustancial hay que variar la forma de enfrentar el mundo que tiene, la forma de mirar las cosas y la relación que termina teniendo con todas ellas. Y un cambio en el personaje debe estar justificado con solvencia. Somos lo que somos. Y a los personajes les suceda lo mismo. De buenas a primeras, un tipo no puede pensar de forma distinta. Tiene que ocurrir algo que lo justifique. Ese es uno de los problemas de la serie protagonizada por James Bond. Es tan larga, lleva tantos años alargándose, que cualquier cambio suele rechinar a los fans.
007 Alta Tensión es la decimoquinta entrega de la serie protagonizada por James Bond.
El actor que encarna, esta vez, al agente secreto del MI6 es Timothy Dalton. Es su primera aparición como Bond. La primera de dos. Y es una pena. Dalton rehusó por dos veces defender el papel en otras películas anteriores y cuando aceptó hacerlo en esta, a pesar de realizar un trabajo notable, no se le valoró tanto como hubiera sido justo. Porque es un excelente Bond. El problema es que el personaje se acerca mucho a lo que Ian Fleming retrató en sus novelas y se aleja del Bond de Connery o del que interpretaba con más guasa de lo normal Roger Moore. Esto hace que el agente secreto sea más un asalariado del crimen, alguien que no disfruta con su trabajo aunque lo realice con profesionalidad milimétrica; esto hace que los flirteos desaparezcan para que la relación con las mujeres sea más seria y profunda; esto hace que la ironía quede en segundo plano y todo sea más serio por grave. Algo desconcertante para el espectador. Es verdad que a Dalton se le ve algo rígido en su interpretación, no inseguro como estuvo George Lanzeby, pero desarrollando un registro algo frío.
El guión está bien armado y, aunque el final se precipita, se desarrolla con buen ritmo. No tiene la chispa que otras veces, pero tampoco vendría a cuento un mayor número de frases ingeniosas. La trama no dejaba sitio para más. El problema llega con el dibujo de los personajes secundarios. Ni los villanos son los mejores (Jeroen Krabbé y Joe Don Baker, defienden bien sus papeles como Gregori Koskov y como el traficante de armas Whitaker); ni la protagonista (Maryam d’Abo, sosita y muy forzada al interpretar) es la más apropiada. Los villanos quedan desdibujados apareciendo y desapareciendo en más de una ocasión y no se profundiza en absoluto con ellos. Todo resulta superficial. En el caso de ella, el intento de convertir a las mujeres de la serie en personas inteligentes y capaces de cualquier cosa (para huir del objeto sexual en el que se convirtieron desde el principio) es fallido. Ni la actriz ni la trama ayudan a que ocurra esto. Todo parece artificial y desprende un importante tufo a gomaespuma y petición de perdón al público femenino. A pesar de todo esto, la acción se desarrolla entre una justificación narrativa consistente.
La gran noticia es que Bond se dedica al amor y no a ligar con todo lo que lleve faldas. Eso que es cosa más del Bond de Fleming que del Bond del cine, queda algo extraño aunque es verosímil.
La película arranca con una de las mejores escenas de inicio de la saga Bond. Se produce en Gibraltar. La acción es trepidante, está muy bien rodada (el director John Glen, aunque con algún altibajo, firma un buen trabajo) y termina con el agente secreto aterrizando en la cubierta de un barco. Magnífica escena en la que ya se perfila lo que será este nuevo James Bond. Otra escena destacable es la que protagonizan 007 y Necros (uno de los secuaces de los dos villanos) en un avión cargado de droga. Muy emocionante. La peor de las escenas es la que nos muestra a los protagonistas escapando del ejército enemigo sobre la funda de un chelo. Muy pueril. Algo así cabía en las películas de Moore, pero aquí sobra. Eliminar esta escena hubiera sido estupendo; así el metraje sería el justo (el producto final es excesivo). El resto de la acción se desarrolla en diferentes escenarios aunque el más llamativo es Afganistan. Es curioso ver cómo los afganos luchaban contra los rusos y eran los más mejores amigos de los americanos.
La banda sonora se compone de 19 cortes y tres canciones (A-aha, The Pretenders y The Prenders). Se alternan algunas piezas de música clásica. En conjunto es más que notable el trabajo de John Barry.
Otra película. Otro Bond. Otra oportunidad de disfrutar con el agente secreto más famoso de todos los tiempos.
Licencia para matar. Esta es la segunda película en la que aparece Timothy Dalton interpretando el papel de James Bond. Segunda y última.
Con Dalton el personaje de Ian Fleming aparecía en plenitud y con Dalton se produjo un giro más que necesario en las películas de 007.
Bond no es tan machista, es capaz de entender a una mujer y se para más ante una inteligencia que ante un pecho descomunal. El Bond de Dalton, en esta película, vuelve a ser un hombre serio, profesional, arisco, solitario. Y, por si fuera poco, en Licencia para matar es un hombre cegado por la sed de venganza. No se mueve buscando el bien de su país, ni del mundo entero; lo hace buscando solucionar sus propios problemas. Este Bond sufre, se mancha los zapatos de polvo, recibe golpes como el que más, tiene los sentimientos que cualquier otro hombre podría sentir. Es el Bond más genuino que se había rodado hasta esa fecha.
Lo curioso es que el guión de la película no es adaptación de alguna de las novelas de Fleming. Ya estaban todas llevadas al cine (esta es la entrega decimosexta). Los guionistas, Michael G. Wilson y Robert Laudaum, inventaron la trama de principio a fin. Logran un guión sólido que mantiene la tensión y un ritmo estupendo. Abundan las muertes violentas, casi sádicas. Y se centran en una asunto que preocupaba especialmente a nivel mundial allá por finales de los años 80: la droga.
Las chica Bond, encarnada por Carey Lowell, además de ser una belleza, es atrevida, inteligente y cínica. Toma una importancia en el desarrollo de la trama muy notable. Talisa Soto (otra de las mujeres protagonistas) se queda más en el territorio de mujer florero.
El arranque de la película vuelve a ser espectacular aunque, esta vez, es el final el que se lleva la palma. Acción trepidante, vehículos incendiados, helicópteros, fuego, disparos. Todo rodado muy bien y montado mejor.
El villano es tremendo. Despiadado, astuto, calculador. El autor elegido fue Robert Davi. Y el personaje malísimo se llama Franz Sánchez. Le acompañan Anthony Zerbe (la muerte de su personaje es escalofriante) y un jovencísimo Benicio del Toro (la muerte del suyo es peor todavía).
Los inventos preparados para 007 siguen siendo sorprendentes y divertidos. En esta película, los amantes de estos chismes disfrutan de lo lindo. Más que nada porque Q (que es el personaje que los idea) aprovecha sus vacaciones para ayudar a Bond.
La banda sonora es estupenda. Sobresale la canción Licence to kill a cargo de Gladys Knight.
Una estupenda película de acción, más cercana al realismo que otras de la serie Bond, bien contada y bien escrita. Una lástima que fuera la última de Dalton.