Un juego de claroscuros y mucho mambo

En Madrid, todavía, no hace ni frío ni calor y se ha vivido el estreno de la Compañía Nacional de Danza en el Teatro Real con varios cambios de temperatura en escena; desde el paisaje frío y desolador con temática suicida, a lo más ajetreado del mambo mexicano.

04 oct 2022 / 08:53 h - Actualizado: 04 oct 2022 / 12:07 h.
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  • Fotos: Javier del Real
    Fotos: Javier del Real

La CND ofrecía en la primera parte, una danza de Jiří Kylián​​​​​​​, Bella Figura, que complacerá más a aquellos que disfruten más del ballet clásico que del contemporáneo, con una serie de sincronías impecables entre los bailarines. Una pieza donde la mujer y el hombre bailaban al son, donde sus cuerpos realizaban los mismos pasos, pero hacían al espectador percibir siluetas completamente opuestas. Por un lado, los robustos y musculosos, pero flexibles cuerpos de los bailarines y por otro, los aparentemente delicados pero fibrosos y maleables figuras de las bailarinas.

La pieza empezaba fuerte, mostrando a todos los bailarines vestidos por igual con unas faldas amplias de un color rojo que vibraba sobre el fondo negro.

Un juego de claroscuros y mucho mambo

Lo más llamativo eran los torsos desnudos, tanto de ellos como de ellas. La libertad del movimiento, el vaivén de los senos en cada gesto y sobre todo, la elegancia de la coreografía y su expresión, que ha permitido mostrar cuerpos prácticamente desnudos sin rozar lo obsceno ni lo vulgar. Muy por el contrario, acompañaban la trama, que mostraba el paso del tiempo y lo orgánico de los cuerpos y la sincronía entre ellos.

También destacable un rotundo parón de la música de Lukas Foss para apreciar un par de minutos de baile en silencio, donde sólo se escuchaban el crujir de los dedos de los bailarines y sus cuerpos deslizándose por el escenario.

Una vez finalizada la pieza, con las luces encendidas y un público ya de pie y dispuesto a tomarse un descanso, nos encontramos con la coreografía de Andrea Schermoly, una breve pieza de 4 minutos donde los bailarines Joaquín de Luz y María Kochetkova nos deleitan con danza en pareja frente a una proyección sobre las fases del duelo.

Tras una pausa, Morgen de Nacho Duato ha sido técnicamente hablando, pulcro, pero emocionalmente hablando, duro.

La escenografía versaba sobre los claroscuros, el humo, el plástico, la asfixia, la angustia, la incomodidad de vivir y accesorios como una soga o el pasamontañas del bailarín que -fabulosamente- interpretaba la muerte.

Se apreciaba el simbolismo del “punto y coma” en el vestuario de la bailarina principal en representación del suicidio. Ese punto y coma tan viral en los últimos años, en los que se anima a las personas a no poner un punto y final a su vida, sino a poner un punto y coma y seguir adelante, a pesar de que todo lo oscuro parezca brillar.

Un telón de plástico que encerraba humo formaba en el escenario una cámara de gas. Y se escuchaba un narrador de fondo diciendo en inglés “gas smells awful, but you may leave”. En efecto, este acto retrataba cómo intentar escapar de todo.

Un juego de claroscuros y mucho mambo

El broche de oro, lo ha puesto una última pieza firmada por Sol León y Paul Lightfoot. El escenario tenía paredes completamente negras, aunque la luz era más fuerte. Los bailarines tenían el cuerpo completamente cubierto de blanco (incluso el pelo, del que se desprendían polvos de talco) y lleno de lo que parecían ser arañazos o rasguños negros.

Este acto ha sido desconcertante, aunque se ha llevado la ovación del público. Sonaban timbales, mambo y demás música latina. Los cuerpos -siempre manteniendo una técnica impoluta y unos movimientos muy controlados y respetando el equilibrio- se dejaban llevar por una música que captaba toda la atención. Se pueden hacer una idea escuchando «Perfidia» del grupo «Los Panchos» y tratar de hacer en su cabeza una amalgama de esta melodía que invita a moverse del asiento con la retención de una coreografía de danza «poco seria». Lo cierto es que la mujer sentada a mi derecha ha espetado «qué marihuanada», aludiendo a la locura de último acto que estábamos presenciando. Y sí, lejos de terminar la función con algo que pegaba con el resto de la obra, que parecía seguir un hilo conductor, estos últimos minutos estaban sazonados con una buena dosis de desmelene y locura.

Un juego de claroscuros y mucho mambo

La conclusión que se debe obtener, tras un segundo acto de sensaciones tan oscuras y grotescas, es que en la vida siempre va a estar presente la muerte, la oscuridad, el mal, y esos rasguños que llevaban dibujados los bailarines en sus cuerpos.

Sin embargo de todo ello se puede escapar, y al final, la vida resulta ser un chiste tan breve, que lo mejor que podemos hacer con los rasguños es sacudirlos en cada paso y reírnos de las desdichas a carcajada limpia.