‘Un sueño posible’: Cine inofensivo

Algunas películas se dejan ver, son agradables y arrancan alguna lágrima o alguna sonrisa, pero el poso que dejan es nulo. Es un cine previsible y prescindible aunque, a veces, se hace necesario para los espectadores que quieren olvidar sus problemas durante un rato y dejarse llevar

29 may 2018 / 09:00 h - Actualizado: 28 may 2018 / 18:01 h.
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  • Oher se cruza con una familia maravillosa que le acoge y le prepara un futuro envidiable. / El Correo
    Oher se cruza con una familia maravillosa que le acoge y le prepara un futuro envidiable. / El Correo
  • Michael Oher. / El Correo
    Michael Oher. / El Correo
  • ‘Un sueño posible’: Cine inofensivo
  • Poster de ‘The blind side’. / ElCorreo
    Poster de ‘The blind side’. / ElCorreo

A veces, la mejor de las voluntades no puede ocultar un punto racista o clasista. Y eso es algo que sucede en la película dirigida por John Lee Hancock Un sueño posible (The Blind Side, 2009). No deja de ser una forma de señalar a los afroamericanos para que sepan que sin los blancos, sin la oportunidad que solo un buen blanco puede dar, no tienen ninguna posibilidad. Los negros están casi condenados a ser ciudadanos de segunda categoría. Sin embargo, lo que quería John Lee Hancock era otra cosa cuando adaptó la novela de Michael Lewis; lo que quería era contar una maravillosa historia de integración a través del deporte, una historia en la que, una vez más, quedase demostrado que si un norteamericano tiene un sueño siempre podrá cumplirse. Es decir, quería contar una vez más lo que ya otros contaron.

La película es entretenida. Eso no puede negarse. Pero tampoco se puede ocultar que la estética recuerda a las películas de los domingos en televisión, que la historia está gastada, que es previsible, que se busca la lágrima fácil, que se hacen trampas narrativas para que las cosas parezcan lo que no son. Pero hay que insistir: la película resulta agradable, se deja ver.

Lo que se cuenta en Un sueño posible es la historia de Michael Oher, un joven afroamericano con enormes posibilidades para practicar el fútbol americano puesto que su tamaño y fuerza son descomunales. El problema es que Michael pertenece a una familia desestructurada, le separaron de su madre años antes, no es capaz de progresar en sus estudios y el entorno en el que se mueve es peligroso, hostil. Una noche se cruza con una familia maravillosa que le acoge y le prepara un futuro envidiable. Por supuesto, todo sale a pedir de boca. Todo esto pasó realmente y había que contarlo porque la demostración de generosidad y poderío del norteamericano blanco y de clase acomodada era un cheque en blanco y al portador.

La película tiene un punto Disney. Algunas escenas son tan melosas que se hace difícil creer que el director no esté de coña. Y todo se desmorona (si es que hay algo construido) y se vacía por los cuatro costados (si es que algo está lleno de algo).

Lo mejor de todo esto se llama Sandra Bullock. Logró un Oscar por su interpretación. Una exageración como otra cualquiera porque defiende bien su papel y logra encarnar a su personaje sin fisuras y de forma creíble, pero nada de eso impresiona tanto como para pensar en un Oscar. Eso sí, la cámara ama a la señora Bullock y cada toma en la que aparece se convierte en un regalo para la vista. El trabajo de la actriz está muy por encima del de los demás.

Por otra parte, de fútbol americano poco o nada. Cuatro escenas de entrenamiento y un par de ellas de un partido. No es una película que quiera hablar de deporte. Tan solo es una excusa. El realizador nos intenta colar todo lo contrario comenzando con unas escenas reales en las que se explican algunos aspectos técnicos de ese deporte. Pero lo que parece una declaración de intenciones se queda en anécdota sin trascendencia alguna.

Dicho todo esto, sería injusto no decir que la película intenta gustar y, si el espectador se deja, lo consigue. Técnicamente no está nada mal. Desde la iluminación hasta el maquillaje todo está a una altura considerable. El montaje es muy clásico y permite que cualquier tipo de público pueda ver la película sin ningún problema de comprensión o de continuidad. Y las intenciones, ya está dicho, no son malas.

Diez minutos después de ver Un sueño posible se olvida todo. El poso no existe porque la historia ya se ha contado muchas veces y los tópicos son tantos que convierte el conjunto en prescindible. Pero no hace daño ni nada de eso. Como muchas.