Una cara amable del jazz

Después de muchos conciertos, de muchas líneas escritas y de muchas emociones, llegaba el turno de la cantante norteamericana Robin McKelle en JAZZMADRID 18. Mckelle es una artista que no ha dejado de indagar en los lugares en los se encuentra el buen jazz desde que inició su carrera como líder de distintas bandas. Buen concierto

01 dic 2018 / 12:40 h - Actualizado: 01 dic 2018 / 15:48 h.
"Música","Música - Aladar","Jazz"
  • Robin McKelle en un momento del concierto. / Fotografía cortesía de JAZZMADRID 18
    Robin McKelle en un momento del concierto. / Fotografía cortesía de JAZZMADRID 18

Aunque sean muchos los conciertos que se acumulan, los festivales se viven con intensidad de principio a fin. Cuando acaban, el horizonte se dibuja difuso por la lejanía y la añoranza te abraza sin compasión alguna. Este casi finalizaba con esta cita.

La ciudad luce preciosa arropada por un frío que se resistía a llegar hasta hace muy poco tiempo. La música se recibe, así, como eso tan necesario para que el mundo sea un lugar acogedor. Con el mercurio abajo, de forma especial.

El jazz puede tener diferentes caras; algunas de ellas insospechadas. De hecho, son muchos los que escuchan música jazz sin saberlo y afirman que les encanta eso que están escuchando. Se les pregunta si les gusta el jazz y dicen detestarlo. Suele pasar mucho más a menudo de lo que parece. Y, además de esas distintas caras que presenta, la música jazz, poco a poco, se ha convertido en un cajón de sastre en el que se mete todo aquello que no está claro qué es. De este modo, se mezcla la música de Bill Evans o la de Lester Young con cualquier otra cosa en la que se improvise.

Una cara amable del jazz
Robin McKelle. / Foto cortesía de JAZZMADRID 18

Una de las caras que convierte al jazz en algo poliédrico nos la entregaba Robi McKelle sobre el escenario del Fernán Gómez de Madrid. Aunque es una cantante con fuertes anclajes al jazz clásico, no dudó en pisar los territorios del soul y del Rhythm & Blues (de ahí ese punto rockero que los asistentes pudieron sentir según comenzaba el concierto). Insisto en que el jazz clásico no faltó y se tradujo, por ejemplo, en una preciosa versión de un tema que Ella Fitzgerald tantas veces cantó: Lullaby of Birdland. La señora McKelle acompañada por el contrabajista Cedric Raymond (solos en el escenario) dejó flotando en el aire un standard fácilmente reconocible por el público y de una belleza apabullante. Tal vez, fue lo mejor del concierto. Destacaron otros temas como No Ordinary Love, Yes We Can Can o Swing Low, todos ellos incluidos en el nuevo álbum de la artista, Melodic Canvas.

Este fue un buen concierto en el que, además de unos pequeños problemas de sonido al comienzo, los instrumentistas tuvieron especial relevancia. El pianista, Raphael Debacker, se perdió más de una vez en tecnicismos innecesarios durante sus improvisaciones; llevó al límite sus recursos colocándose en la frontera de algunas tonalidades que no se podían abandonar. Cedric Raymond transitó esos territorios aunque con mayor control. El baterista James Williams muy bien, es de esos músicos que hacen cosas muy difíciles y parece que las pudiera hacer un niño chico. Y, a pesar de todo, todo funcionó bien.

Robin McKelle no tiene una voz portentosa aunque se apaña más que bien. Con el recurso del scat se siente cómoda (ya saben, esas improvisaciones que hacen los cantantes de jazz con la voz, esas partes de la canción que son incomprensibles porque las sílabas no casan y que son tan expresivas y tan bellas).

Mereció la pena acudir al teatro. Aunque solo fuera por disfrutar del precioso noviazgo entre la voz de Robin McKelle y el sonido del contrabajo de Raymond, mereció la pena.