Ver para crecer

El lema del Festival de Cine de La Habana refleja la inquietud que la organización quiere transmitir a los espectadores. Una programación aparentemente ausente de censuras, o vetos, en la que colaboran diferentes países europeos.

10 mar 2018 / 08:34 h - Actualizado: 08 mar 2018 / 21:18 h.
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  • Alicia Alonso en el concierto de año nuevo. / Augusto F. Prieto
    Alicia Alonso en el concierto de año nuevo. / Augusto F. Prieto
  • James Ivory & friends en la embajada de Oceana en La Habana. / Augusto F. Prieto
    James Ivory & friends en la embajada de Oceana en La Habana. / Augusto F. Prieto
  • Una de las sedes del 39 Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano. / Augusto F. Prieto
    Una de las sedes del 39 Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano. / Augusto F. Prieto
  • El cine Karl Marx, donde se organizó la gala de inauguración, se acerca a las cinco mil localidades. / Augusto F. Prieto
    El cine Karl Marx, donde se organizó la gala de inauguración, se acerca a las cinco mil localidades. / Augusto F. Prieto

Raúl se va, pero se queda. A los reyes de España se les espera, pero no van. La isla se recupera poco a poco del ciclón que ha puesto a Puerto Rico en la triste realidad del capitalismo, mientras que cesa la llegada de viajeros estadounidenses

VER PARA CRECER

La película chilena «Una mujer fantástica», de Sebastián Lelio, que acaba de recibir el Oscar a la mejor película extranjera, se había revelado ya como la más sugestiva propuesta del Festival de La Habana, por el desconcierto con el que nos sumerge en lo que debería ser normal, y no lo es, cuando hablamos de amor, de resistencia y de superación en una mujer para la que ya solo que vale el presente. Incidió en estas razones el jurado, que otorgó sendos premios Coral a su protagonista, Daniela Vega, y al filme «que retrata con una enorme verdad y fuerza artística las circunstancias de un personaje femenino inolvidable». Este reconocimiento sigue la estela de Berlín que le otorgó el Oso de Oro, o de la Academia española con el Goya a la mejor película iberoamericana.

Con tremendo esfuerzo y una organización que se adentra en lo real maravilloso, se celebró en diciembre, el 39 Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano, con una programación digna de cualquier certamen de primera categoría. Con las salas de cine atestadas de público -y recordemos que solo el Karl Marx, donde se organizó la gala de inauguración, se acerca a las cinco mil localidades- Con cambios repentinos en la programación y los horarios, proyectores que se desbaratan, cortes de luz y fallos de sonido. Pero a pesar de todas las calamidades fueron ancianos, jóvenes, y adolescentes los que infundieron, una vez más, el fluido vital a uno de los concursos más interesantes del mundo.

Mensajes contra la violencia de género, y por la prevención de las enfermedades de transmisión sexual, en las campañas institucionales presentes en todas las pantallas. Una sección dedicada a Los colores de la diversidad, la diferencia como sujeto de debate y reivindicación, muy meritoria para un país que adelanta en los derechos LGTB a pasos agigantados, con la mirada muy pendiente en esta ocasión de la transexualidad y el lesbianismo, así como una poderosa reflexión sobre las persecuciones durante la dictadura argentina, «Todo sexo es político», de Antonella Centurión- que actúa, en Cuba, como exorcismo de las purgas de la UMAP.

Destacó, sobre todas las demás, la extensa producción presentada por Brasil, que se consolida como una de las cinematografías más vitales del continente, siempre investigando en la desigualdad social y racial, en torno a la violencia en las ciudades. Abrió el Festival «La película de mi vida» de Seltón Melo, un filme irregular con cierto empaque y una atmósfera nostálgica. La obra de Daniela Thomas, «Vazante», nos traslada al mundo épico de las haciendas esclavistas. Carolina Jabor nos interroga en «A tus ojos» sobre la implacable tiranía de las redes sociales y sus juicios paralelos; y Lúcia Murat arma una transferencia mental entre una paciente y su psicoanalista, en la que traslada la claustrofobia de la favela y el racismo a la vida cotidiana. Pero sin duda la película más impactante que pudimos ver fue «Las buenas maneras» de Marco Dutra y Juliana Rojas, una hibridación de maternidad, fantaterror y licantropía en la que lo verdaderamente inverosímil es que funcione. Enlazando el análisis de género con lo brasileño está el documental «Mi cuerpo es político», de Alice Riff.

La máxima expectación, tanto de cubanos como de extranjeros, la generaron las producciones nacionales, ante la eventualidad de restricciones en su exhibición, o dificultades de distribución, destacando entre todas «Los buenos demonios», de Gerardo Chijona, interpretada por un espléndido Carlos Enrique Almirante; o la crítica ironía de «Sergio y Sergéi», de Ernesto Daranas, una fábula sobre el derrumbe de la Unión Soviética, pero sobre todo una historia de amistad y hermanamiento, que no en vano recibió el premio del público. Magda González Grau habla en «¿Por qué lloran mis amigas?» sobre la tolerancia, la amistad y los recuerdos, con una limpieza que perdona todos los fallos de dramaturgia y de guion.

«El insulto», del libanés Ziad Doueiri; el filme argentino de Santiago Mitre «La cordillera»; y la excepcional «The Square» del director sueco Ruben Östlund, destacan por su calidad impecable, y ya se están exhibiendo en Europa con gran éxito de público y de crítica.

Puso la guinda en el pastel el fabuloso concierto de danzón de la gala inaugural, y la presencia del director James Ivory –oscarizado también esta semana por el guion adaptado de «Call me by your name»- que no dejó de asistir a ninguna de las proyecciones del ciclo con el que se le homenajeó por el trabajo de toda una vida dedicada a la creación de atmósferas sugerentes.

LA TRISTE FIGURA

Propuesto por los gestores culturales, como complemento de una exposición que se planea sobre el personaje célebre de Cervantes, todo ello con motivo de la visita oficial de los reyes a Cuba, el Gran Teatro de La Habana ha programado «Don Quijote», un ballet coreografiado por Alicia Alonso, sobre el original de Marius Petipa, y la versión de Alexander Gorki. La música es de Ludwing Minkus. Se estrenó en el concierto de Año Nuevo, celebrando el 59 aniversario de la Revolución cubana.

Los reyes no han llegado, la que sí estaba presente, como cada año, es la Prima ballerina assoluta, que a sus 97 años continúa encarnando el mito de la cultura cubana en el mundo. Antes de la función se descubrió una escultura que homenajea a la diva en la escalera de honor de lo que fue en su día el Centro Gallego de La Habana.

«Don Quijote» se estrenó en el Teatro Imperial de Bolshói en Moscú en 1869.

Muy consciente de la profundidad de sus raíces españolas, Alonso dirigió un cuidadoso trabajo, en su versión, sobre la legitimidad de las referencias folclóricas en los pasos de danza. El argumento dramático es bastante delirante, arranca en una España invadida por los franceses en la que el pueblo acude a pedir amparo ante las estatuas de dos figuras de ficción, don Quijote y Sancho Panza, buscando un auxilio más moral que real. Este prólogo sitúa los ideales quijotescos del amor, la libertad, y la justicia en medio de una trama amorosa de enlaces imposibles, y tretas rocambolescas de los amantes, que se remata con un final feliz. Un asunto fantástico y una trama romántica, suficientes para sostener un andamio coreográfico de gran enjundia, en el que destaca el pas de deux del acto III, incorporado por el Ballet Nacional de Cuba.

Brillaron en la función, con la técnica depurada que se descuenta para la que es una de las tres principales tradiciones dancísticas del mundo, los primeros bailarines Anette Delgado y Yoel Carreño, y en la composición del personaje de Camacho, Ernesto Díaz, además de un cuerpo de baile que con excepción de un infortunado traspiés, funciona con la precisión de un reloj.