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Warhol, el gran publicista

Es una de las exposiciones del año. El momento para observar un panorama completo sobre uno de los iconos del Arte del siglo XX. Sin Warhol el mundo actual sería incomprensible. Su visita a España en 1983 se considera el inicio de la Movida madrileña. Se pueden disfrutar, además, fotografías realizadas al artista y un audiovisual, que acompañan la muestra. Muy útil el taller de estampación para los más pequeños

03 mar 2018 / 09:00 h - Actualizado: 01 mar 2018 / 10:10 h.
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  • Ashaf Pahlavi, Princess of Iran, 1978; Mohammad Reza Shah Pahlavi, Sha of Iran, 1978; Farah Diba Pahlavi, Empress of Iran, 1977. Acrílicos y serigrafías sobre lienzos. Colección Tony Shafrazi, Nueva York.
    Ashaf Pahlavi, Princess of Iran, 1978; Mohammad Reza Shah Pahlavi, Sha of Iran, 1978; Farah Diba Pahlavi, Empress of Iran, 1977. Acrílicos y serigrafías sobre lienzos. Colección Tony Shafrazi, Nueva York.

En 1976 el embajador de iraní ante las Naciones Unidas, convocaba a Andy Warhol a la corte de Teherán con el encargo de un retrato de la emperatriz, Farah Diba. El país asiático se encontraba en medio de un salto en el vacío que debía haberle llevado desde la Edad Media al capitalismo postindustrial en menos de una década.

Tras la crisis del petróleo, el precio del crudo se había multiplicado por cuatro, la dinastía acababa de celebrar el 2.500 aniversario de la fundación del Imperio Persa por Ciro el Grande con una fiesta milyunochesca, y Occidente observaba asombrado el fasto de la familia imperial, y el afán modernizador del monarca. Los Palevhí acumulaban ya una colección de Arte contemporáneo cuyo valor superaba los dos mil quinientos millones de dólares, que estaba considerada como la más importante fuera de Europa o los Estados Unidos. Buscando legitimarse ante los ojos del mundo, el autócrata optó por Andy Warhol, el Gran Publicista del siglo.

El tríptico familiar, compuesto por las imágenes del emperador, su hermana melliza la princesa Ashraf -conocida como la «pantera negra»- y la emperatriz Farah Diba, resulta clave para entender la esencia del artista norteamericano. Es icónico, junto con los retratos que hizo de Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, Mao Tse Tung -que están en la exposición- Mick Jagger, o Isabel II.

Warhol mantiene en el encargo el equilibrio perfecto entre el retrato psicológico, la ironía de una crítica velada, y la representación de poder y glamour para la que se le había contratado. Pero además encontramos casi todos los temas, las inquietudes, y las características del pop art. El mecanicismo en la ejecución de las obras, realizadas por procedimientos serigráficos, compuestos sobre fotografías polaroid, y susceptibles de multiplicarse. La reflexión sobre los conceptos de mito, fama, imagen pública, y proyección de la personalidad. La manipulación publicitaria, el culto al papel couché, y la mercantilización del Arte en beneficio propio. Todo un acierto.

La visión de estas tres obras, conociendo lo que ocurrió después –revolución, exilio y sometimiento del país al fanatismo religioso- añade la reflexión adicional sobre uno de los temas en torno a los que el artista trabajó, sobre todo a partir del atentado contra su vida en 1968: la idea de la muerte. Porque el momento dorado se extinguió, pero Farah Diba es uno de los pocos personajes que aparecen en la exhibición que aún están vivos. Porque el proceso fotográfico implica al mismo tiempo la congelación del instante y su inmortalidad impostada. Porque el dictador consiguió el efecto deseado que se le negó a su régimen: la trascendencia. Si han resultado ser ciertos los «quince minutos de fama» que Warhol predijo para cada ciudadano anónimo, los retratos de la familia imperial –esas miradas- representan el equivalente a ese tiempo reducido, en la Historia del Arte, que les correspondería a esos personajes públicos.

La exposición recorre de manera exhaustiva la obra de Andy Warhol. Está la serie celebérrima de Marylin, la del boxeador Mohamed Alí. Hay secuencias de «La silla eléctrica» y de las imágenes de Jacqueline Kennedy posteriores al magnicidio de Dallas, ambas se sitúan entre las más profundas, reflexivas e impactantes de alguien que fue injustamente denostado como frívolo y superficial. Vemos una sala entera dedicada a portadas de discos, carteles de cine, publicaciones, audios, y filmaciones, que presentan de manera tangible de qué manera la obra warholiana ha influido en el diseño gráfico y los objetos cotidianos. Además hay una muestra destacada de los dibujos con los que inició su carrera en las revistas de moda.

Se echa a faltar alguna pieza del último ciclo de Warhol, «La última cena», que ilustrase la exposición sobre temas que no se tocan: la impresión religiosa, que persiguió al artista durante toda su vida, o la inspiración de los pintores clásicos; y a otros asuntos que sí que están presentes, pero en los que esa obra podría abundar: la repetición como práctica obsesiva, y la transgresión como norma de trabajo.

Es destacadísima la colección de fotografías realizadas al artista, y el audiovisual, que acompañan la muestra. Muy útil el taller de estampación que se ha instalado para los más pequeños, y efectivas las imágenes manipuladas que los visitantes se pueden tomar en la planta baja y compartir en las redes sociales.

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ANDY WARHOL. EL ARTE MECÁNICO

CaixaForum. Madrid

Madrid, 1 de febrero a 6 de mayo de 2018

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