Zenobia Camprubí. La reina de Moguer

Si en la antigüedad existió Zenobia, reina de Palmira, que conquistó buena parte de oriente (hasta que el emperador Aureliano decidió cortarle las alas), en pleno siglo XX, Zenobia Camprubí conquistó Moguer, ese precioso pueblo de Huelva con alma de pan y vino, con una luz maravillosa y cegadora.

17 sep 2016 / 12:16 h - Actualizado: 16 sep 2016 / 12:02 h.
"Arte","Arte - Aladar"
  • Imagen de la casa museo de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez. / El Correo
    Imagen de la casa museo de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez. / El Correo
  • Imagen de la casa museo de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez. / El Correo
    Imagen de la casa museo de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez. / El Correo
  • Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jimenez. / El Correo
    Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jimenez. / El Correo
  • Retrato de Zenobia Camprubí. / El Correo
    Retrato de Zenobia Camprubí. / El Correo

Años antes de conquistar Moguer, Zenobia Camprubí había hecho suyo a uno de nuestros más conocidos poetas, componiendo una pareja compenetrada y curiosa.

Si tenéis la ocasión, visitad la Casa Museo de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez. He ido este verano y aunque no era mi primera vez, volvió a engancharme como si lo fuera. Está situado en la casa familiar del poeta. El museo respira autenticidad. No sé si se debe a que contiene más de tres mil quinientos ejemplares de libros que poseía la pareja; infinidad de ejemplares de revistas; las colchas de sus camas; las alianzas del matrimonio... Hasta dos pares de pequeños zapatos de Zenobia y algún traje de Juan Ramón descansan sobre un galán de noche. Podréis admirar las máquinas de escribir con las que ella transcribía la enrevesada letra de Juan Ramón... Todo está dispuesto de tal forma, que parece que pudieran retornar en cualquier momento, aparecer por las puertas de alguna estancia para sorprender al visitante.

Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí formaron un tándem indisoluble en el que uno prestó genio poético y la otra un genio de otras características. ¿Habría sido Juan Ramón quien fue si no hubiera dado con una mujer así? Tengo mis dudas. Zenobia Camprubí Aymar fue escritora, traductora, lingüista, emprendedora, conductora, representante... Una mujer con capacidades más que sobradas para cualquier empresa que hubiera decidido llevar a cabo. A pesar de todo, es recordada esencialmente por su matrimonio. Hija de un ingeniero de caminos catalán y una adinerada americana, el ambiente familiar en el que se movió hizo de ella una persona culta y pragmática. Zenobia viajó a Estados unidos con su madre durante el proceso de separación de sus padres (que se dilató a lo largo del tiempo) y allí permaneció hasta 1909. Comenzó estudios universitarios y realizó múltiples actividades culturales. Escribió cuentos en castellano e inglés y fue la primera traductora del poeta y filósofo hindú Rabindranath Tagore.

Desde 1910 vivió en Madrid donde se relacionaba esencialmente con norteamericanos. En 1913 conoció a Juan Ramón Jiménez, en una conferencia celebrada en la Residencia de Estudiantes. Fue allí donde ese hombre hiperestésico, al que cualquier ruido molestaba, quedó prendado por la risa de Zenobia. Si veis sus fotos casi siempre luce una sonrisa de esas que se te meten en el corazón, abierta y franca. En contra de la voluntad de sus padres, Zenobia acabó contrayendo matrimonio con el poeta. Fue en Estados Unidos, en la iglesia católica de Saint Stephen y aunque su madre habría preferido que se casara con un abogado amigo de la familia, apoyó a la pareja y se encariñó con Juan Ramón.

Una vez casada continuó leyendo y escribiendo, al tiempo, se convirtió en la persona que pasa la obra del poeta a máquina, porque Jiménez se negaba a hacerlo y tenía una letra que no entendía nadie, salvo su mujer (la mía no la entiendo ni yo). El problema que ocasionaban sus manuscritos era que las imprentas acababan componiendo poemas o prosa que nada tenía que ver con lo que había redactado el poeta onubense, perfeccionista y obsesivo. Asumió Zenobia una labor ingrata, pues él era una persona a la que el ruido (la luz, los olores...) le fastidiaban y ella se encargaba de evitarle todas esas molestias. También se convirtió en su chofer, agente, contable, enfermera y traductora oficial pues hablaba cinco idiomas con soltura.

Como lo que ganaba el poeta no era mucho inició varios negocios con el fin último de dar estabilidad económica a la pareja. Ejercía de guía a grupos turísticos de extranjeros en Madrid, donde abrió una tienda en la que vendía artesanía española: forja, juguetes, encajes, vidrieras... No contenta con esto, exportó estos productos a Estados Unidos. Se encargó de decorar los primeros Paradores Nacionales de España y realquiló pisos a los extranjeros que iban a Madrid a pasar temporadas en misiones diplomáticas y culturales.

Llevó una labor social intensa en el Lyceum Club Femenino, donde, junto a María de Maeztu y Victoria Kent (entre otras pioneras), reivindicaron una mayor presencia de la mujer en la sociedad y aportaron modernidad a España (que buena falta nos hacía). Crearon un servicio de atención a niños con enfermeras profesionales (en lugar de monjas) que provocó no pocas críticas desde los púlpitos, que además veían con escándalo el hecho de que estas mujeres no tuvieran un padre espiritual, ni imágenes religiosas en su sede.

La pareja también padeció episodios muy oscuros, como el suicidio de Marga Gil Roësset, que en 1932 se quitó la vida con sólo 24 años, supuestamente por el amor no correspondido que sentía por Juan Ramón, siendo amiga la pareja y habiendo realizado un busto de Zenobia (del que se conserva una foto en la casa museo).

Extremadamente doloroso fue el exilio, especialmente para el poeta que sentía una nostalgia brutal por su país. Ninguno de los dos pensó que su alejamiento de nuestra patria fuera a durar tanto y por eso dejaron su casa de Madrid (sita en la calle Padilla) casi intacta, llevándose unos pocos enseres con ellos. Sin embargo, no fue así y durante casi veinte años la pareja rehizo su vida entre Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico, donde finalmente recalaron.

La melancolía de Juan Ramón era tan grande que siempre llevaba consigo tierra de Moguer, y tenía una piedra que hacía funciones de pisapapeles que también se había hecho traer de allí. Aunque he llegado a creer que la piedra sobre la que se asentó Juan Ramón (consciente de ello) fue su esposa. Zenobia le entregó una brújula para que se orientase y pudiera saber siempre donde estaba España, porque él se sentía perdido sin su patria. Durante el tiempo que vivieron en Estados Unidos se encargó de encontrar viviendas cerca de hospitales (el poeta sufría graves episodios depresivos), y a ser posible, con nombre en castellano. Juan Ramón se negó a hablar en inglés, a pesar de que conocía el idioma y la pareja terminó por irse a vivir a Puerto Rico. Zenobia llevó un diario desde que comenzaron el exilio hasta pocos días antes de su muerte. Durante éste impartió clases en diferentes universidades y continuó con las labores de secretaria y representante de su marido.

Falleció de cáncer de ovarios pocos días después de que comunicasen al poeta que iba a recibir el premio Nobel, lo que debió ser una noticia amarga para ambos, pues no iban a poder disfrutar del premio juntos. Para entonces la Diputación de Huelva ya se había encargado de adquirir la casa que iba a ser el museo de ambos, aunque Juan Ramón había pedido que el nombre fuera sólo el de ella. Donaron su biblioteca y los enseres que no habían sido saqueados en su casa de Madrid en 1939, también el telegrama en que le concedían el premio Nobel y la mitad de su importe, ¡que era un millón y medio de pesetas de le época! (la otra mitad fue para la Universidad de Puerto Rico que lo había acogido en sus últimos años de vida). Ella fue nombrada hija adoptiva de Moguer nada más conocerse su muerte. Los restos de ambos, descansan en el cementerio local desde 1958.

Habrá quien se pregunte si no fue Zenobia prisionera del poeta, del mito, del hombre enfermizo. Sin embargo no deja de ser una mujer admirable en muchos sentidos por su independencia, pragmatismo, entreverado con un amor incondicional. Su sonrisa llena los rincones de Moguer, del museo, de la vida de los que estuvieron a su alrededor. Si tenéis la oportunidad visitadlo y así la conoceréis.