Pero mientras guardaba silencio, yo no estaba pendiente del diálogo de los demás; en mi mente bullían los acontecimientos vividos durante los cinco años anteriores, desde que en 1962 tuve, por primera vez, noticia de que se proyectaba instalar una siderúrgica integral en el Sur, hasta el planteamiento de las razones en favor de Andalucía, en forma de catorce preguntas al ministro de Industria, hechas públicamente unas semanas antes en Abc, que habían caído en el vacío.

Levanté la mano solicitando permiso para hacer nuevas preguntas. El señor López Bravo me lo concedió, pero esta vez su rostro no se mostraba sonriente; estaba serio.

Señor ministro –le dije–, antes hablábamos de los factores que hay que tener en cuenta, además del mineral. Por ejemplo, el agua...

El ministro cortó mis palabras con esta afirmación:

—Allí hay agua.

No, señor ministro; allí no hay agua. Usted lo debe saber. No hace muchos días que la entidad extranjera ha encargado un estudio precisamente para que se localicen veneros...

Nueva interrupción por parte del ministro:—Bueno, ¿usted sabe cuánta agua hace falta?

La contrapregunta del señor López Bravo me dejó sin aliento. Cinco años siguiendo el tema, casi un año dedicado al estudio exhaustivo, a nivel periodístico, de cuantas razones eran favorables para el Sur, sabiendo que teníamos agua suficiente, pero sin matizar la cantidad exacta o aproximada.

Recurrí a una evasiva que consideraba legítima:

Don Gregorio, yo no soy ingeniero de Minas, ni siquiera un experto en siderurgia; yo soy periodista...

Mientras pronunciaba estas palabras defensivas, mi mente trabajaba a su máxima velocidad... ¿Cantidad de agua?... ¿Cantidad de agua necesaria?... ¡Pero si apenas hacía unos minutos que lo acababa de escuchar de labios del profesor Félix Aranguren!... ¿Había yo interpretado bien las palabras del director del Instituto Geológico y Minero, en aquella breve reunión previa al acto oficial? No lo dudé; mi corazón pudo más que mi cerebro. Sobre la marcha improvisé la frase, completándola así:

—... y no tengo que conocer ese dato... Pero sí lo sé: como mínimo, un metro cúbico por segundo.

La respuesta del ministro me hizo recobrar el aliento. Con un instintivo gesto de disgusto reflejado en su semblante, exclamó:

—¡Vaya! En realidad ni Sagunto ni ninguna otra población tiene el agua precisa para una siderúrgica.

—Aquí sí la hay: por ejemplo, en el Guadalete.

—Pero habría que canalizarla.

—Por lo menos no hay que buscarla, que es más caro.

Nueva pausa. Nuevo diálogo con otras personas. Y nueva pregunta por mi parte:

—Don Gregorio, ¿y el costo de los terrenos? Usted sabe que en Sagunto hay que gastar más de mil millones de pesetas y a la vez eliminar una riqueza extraordinaria de nuestro agro: regadíos selectos, es decir, naranjos. Aquí los terrenos no costarían más de sesenta millones de pesetas y todos de secano.

—Bueno, eso me parece bien. Pero, como ya he dicho en varias ocasiones, por eso se está estudiando a fondo el asunto. Hay que conocer perfectamente todos los factores. Lea usted mi nota...

—Le he escuchado a usted. En fin, don Gregorio, quiero que usted nos diga si de verdad hay una puerta abierta a la esperanza.

—Le vuelvo a decir que lea usted mi nota. Nada está aún decidido; habrá que profundizar más antes de decidir la legalización de la planta. Pero, además, hay que pensar en el futuro. Ustedes, los sevillanos, se han empeñado en que sea esta...

Esta vez fui yo quien interrumpió al ministro:

—Perdón, señor ministro, que le interrumpa. Nosotros nunca hemos pedido nada para Sevilla. Aquí siempre se ha solicitado que el lugar fuera el Sur, y todo lo más que se ha matizado es que fuera en la zona del canal Sevilla-Bonanza. A nosotros nos guía un espíritu regional.

—En Madrid se cree otra cosa.

—Estarán mal informados. En fin, don Gregorio, que conste que yo soy valenciano? Señor ministro, a la vista de sus razonamientos favorables a Sagunto, desearía saber si una siderúrgica se localiza donde convenga al bien común, es decir, donde resulten más económicos los gastos de primer establecimiento y de explotación, o donde les pueda interesar a ciertos grupos económicos o regionales.

—La opinión que usted maneja —respondió el señor López Bravo— es algo infundada. Le ruego concrete, para evitar malos entendidos. La realidad es que al hacer el estudio se están analizando todas las posibilidades para que en la zona que se pretende se cubran las condiciones más favorables, tanto en transportes como en las fundaciones, etcétera.

El ambiente de la reunión era muy tenso.

Volví a pedir la palabra.

—Don Gregorio, a la vista de la situación actual del problema, ¿puede confirmarse que el Sur tendría prioridad en igualdad de condiciones?

— ¡Pchs!

—Digo confirmar—, respondí ante la interjección del ministro, que yo entendí como actitud reservada, que no indiferente ni displicente– porque usted lo anunció en la primavera pasada en Algeciras.

—Puede decirse –respondió. Hizo una leve pausa, y añadió–: La última palabra la dirán los técnicos, y el Gobierno la confirmará si está de acuerdo con los intereses económicos nacionales.

Dichas estas palabras, el ministro se levantó de su asiento, dando por terminada la rueda de prensa con un golpe de puño sobre la mesa. Ya de pie, sonriente, le dije:

—Yo tengo más preguntas que hacerle.

Don Gregorio, sonriente también, me contestó:

—Esas preguntas me las hace usted luego, en la escalera. [Versión íntegra en Abc del 7 de marzo de 1967, y en Nicolás Salas, Sevilla: complot del silencio, Universidad de Sevilla, 1974].

Semanas después, la censura prohibió nuestra sección Números cantan en Abc, donde habíamos demostrado con datos oficiales el abandono de Andalucía por parte de la Administración Central.