1977: Primeras elecciones democráticas (y III)

La llegada de la democracia no modificó la problemática social que sufría Sevilla, pero hizo posible su visibilidad en los medios de comunicación

01 sep 2017 / 09:26 h - Actualizado: 01 sep 2017 / 09:27 h.
"Historia","Andalucía eterna"
  • La Plaza de Cuba, una de las puertas de entrada al entonces joven barrio de Los Remedios, en los años setenta.
    La Plaza de Cuba, una de las puertas de entrada al entonces joven barrio de Los Remedios, en los años setenta.
  • Amate fue una de las barriadas más activas en las protestas.
    Amate fue una de las barriadas más activas en las protestas.
  • En el asentamiento chabolista del Vacie se cronificó la miseria.
    En el asentamiento chabolista del Vacie se cronificó la miseria.

El centro de la ciudad estaba prácticamente tomado por manifestaciones de protesta por el paro, las crisis de empresas, los despidos, el alza de los precios, la falta de viviendas, escuelas y vigilancia, el abandono de las barriadas, y un largo etcétera. En paralelo, en las zonas rurales, comenzaron las ocupaciones de numerosas fincas agropecuarias, los piquetes contra el empleo de maquinaria en las faenas agrarias, los cortes de carreteras y vías ferroviarias.

Uno de los fenómenos más característicos de la época, fueron las pintadas en las paredes. Siempre hubo algunas pintadas, que se borraban; pero desde 1977 en adelante, las pintadas con los textos más peregrinos ocupaban casi todos los espacios posibles en las paredes del caserío. Peor aún: no se respetaron las fachadas de edificios nobles, de los templos ni carteles de publicidad ni señales de tráfico. Cualquier lugar era bueno para escribir todo tipo de insultos contra personas e instituciones, groserías, amenazas con nombres y apellidos... En la avenida de Ciudad Jardín, frente a la acera de Piscinas Sevilla, estuvo durante muchos meses una gran pintada que decía: «¿Dios existe? Ese es su problema».

El problema de la falta de viviendas sociales, por haber dejado de construirse nuevas barriadas con la intensidad que se hizo entre 1962 y 1975, recreó los antiguos «cinturones de la miseria» erradicados durante los años cuarenta y sesenta. Otra vez los suburbios y asentamientos de chabolas ocuparon parte de la periferia, así como pequeñas barriadas clandestinas. Nuevas familias jóvenes, además de las sin techo por causa de la ruina del viejo caserío, siguieron formando estos núcleos por no haber refugios para su acogida de emergencia.

El derribo de La Corchuela era cada vez más lamentado por la sociedad. Los antiguos adversarios del refugio guardaron prudente silencio desde que el hundimiento del edificio de la calle Imperial, número 43, les dejó sin argumentos. Ocho familias, diecinueve personas, fueron las primeras en pagar en sus propias carnes el error de no mantener La Corchuela como alojamientos de emergencia, con las mejoras proyectadas por Gregorio Cabeza.

En 1980, el diario Abc [23 de noviembre] publicó un amplio reportaje firmado por Francisco Javier Aguilera, titulado Todavía quedan chabolas. El Charco de la Pava, Tablada, La Dársena, Aeropuerto Viejo, El Vacie... ¡Otra vez el Vacie! Y gente bajo los puentes. Decían en 1977 los enemigos de La Corchuela que era innecesaria y una vergüenza para Sevilla. Más aún: daban por finalizado el problema de las casas en ruina, que estaban más en los propósitos especuladores de sus dueños que en la realidad material de los edificios.

«Ya se acabaron los corrales infrahumanos», afirmaron voces irresponsables, y resulta que, todavía en 1991, casi quince años después del derribo de La Corchuela y treinta de la catástrofe del Tamarguillo, un equipo de investigadores de la Universidad identificó a quinientos cuarenta y ocho corrales de vecinos localizados en el casco antiguo y habitados por unas cinco mil quinientas personas.

El primer Ayuntamiento democrático se encontró con problemas sociales acumulados durante los últimos años. Era muy elevado el número de barriadas sin recepcionar por la Corporación municipal, generalmente por no cumplir las normas urbanísticas básicas. Alumbrado público, pavimentación, saneamiento, zonas verdes, escuelas, vigilancia, recogida de basuras, transporte, eran problemas graves que se amontonaban sobre la mesa de las autoridades y que tenían cada vez más amplio eco en los medios de comunicación, ya sin censura previa. Sobre todo durante el invierno, cuando las calles se convertían en lodazales, las quejas y denuncias en los periódicos eran muy frecuentes.

Amate, el legendario suburbio de los años treinta, entonces considerado ciudad sin ley, ya como barriada en la década de los setenta fue la que inició los cortes de calles como protesta por la falta de atención del Ayuntamientos a sus problemas. Palmete y Valdezorras le siguieron en conflictividad. Los casos de especulación del suelo fueron muy frecuentes en las zonas periféricas, con graves perjuicios para las familias modestas. Lo mismo seguía sucediendo en el casco antiguo, donde los solares procedentes de edificios en ruina esperaban el alza de los precios convertidos en nidos de escombros, basuras y ratas.

En 1981, la población de Sevilla sumaba oficialmente 653.833 habitantes de hecho en la capital, y 1.478.331 en el total de la provincia. Pero en realidad, la capital tenía menos habitantes, como se pudo comprobar en posteriores revisiones de los padrones municipales. Resultó que la obligada diáspora de decenas de miles de vecinos desde los barrios históricos a las nuevas barriadas, entre 1962 y 1975, había originado duplicidad de inscripciones en miles de familias. Las estadísticas estaban equivocadas por defectos de origen.

Aunque el crecimiento del censo en la capital había sido muy elevado –en 1960, la población era de 442.300 habitantes–, no alcanzó las previsiones previstas en los estudios del Plan de Desarrollo Económico y Social que motivaron el proyecto de área metropolitana del alcalde Félix Moreno de la Cova en la segunda mitad de los años sesenta.

En las estimaciones de aumentos de la población de las grandes ciudades españolas en los años 1980 y 2000, aplicando el índice medio de crecimiento del período 1900-1960, Sevilla tendría 636.912 habitantes en 1980 y 917.148 en el año 2000.