«Los humanos vivimos de cara a la pared como especie»
Entrevista a Eloy Revilla, director de la Estación Biológica de Doñana, uno de los centros de investigación más relevantes de España en el área de recursos naturales
Ricardo Gamaza
El investigador Eloy Revilla es desde 2019 el director de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), considerada uno de los centros de investigación más relevantes de España en el área de recursos naturales y que, además, gestiona la Reserva Biológica de Doñana, en el corazón de este espacio protegido. Licenciado en Biología por la Universidad de León, Eloy Revilla ha sido investigador en Leipzig (Alemania) y en Jerusalén (Israel), además de los programas de investigación Marie Curie, de la Comisión Europea, o el español Ramón y Cajal.
-Cuando le nombraron director de la Estación Biológica de Doñana (EBD) usted dirigía el departamento de Biología de la Conservación de la EBD. Además, es autor o coautor de más de 120 publicaciones científicas, en especial, las relacionadas con la conservación de especies amenazadas, manejo y conservación de poblaciones y conservación de la naturaleza. ¿A nivel global, cuáles son los principales retos que afrontamos en la conservación de especies?
-Básicamente que los humanos consumimos la mayor parte del espacio y de la producción primaria, los recursos planetarios, y está quedando cada vez menos para otras especies. Los humanos nos hemos apropiado de espacios que antes estaban ocupados por matorral, praderas, bosques... y lo hemos transformado en zonas agrícolas, industriales, urbanas, donde sólo pueden vivir determinados tipos de especies que son más generalistas y que además dependen de nosotros en gran medida. Así, estamos perdiendo paulatinamente ecosistemas más complejos y ricos, con un mayor número de especies. Este es un problema global, a gran escala, y la conservación de especies tiene que afrontar ese gran reto de como lidiar con un planeta que tiene recursos limitados con una población humana que sigue creciendo y cuyo consumo de recursos sigue aumentando.
-¿Entonces estamos viviendo por encima de nuestra posibilidades naturales, no?
-En efecto. Tiene que ver con la aproximación que tenemos los humanos como sociedad: queramos o no somos una especie de mamífero y funcionamos por las mismas reglas que el resto de especies. Nuestra organización social tiene muchas similitudes con otras especies, incluyendo la cultura, porque otras especies también tienen herencia cultural, aunque los humanos tendemos a contraponer civilización frente a naturaleza o biosfera, pero la verdad es que somos una pieza más, no somos “especiales”. Lo que ocurre es que vivimos de cara a la pared, sin darnos cuenta de que dependemos de toda esa red que genera una serie de servicios que son esenciales: el agua, el aire o el suelo, del que depende nuestra existencia, depende a su vez de especies a las que no prestamos atención alguna. Nos creemos una especie muy inteligente pero la verdad es que no lo somos cuando solo nos miramos el ombligo sin ver más allá.
-Es un problema de concepción de la producción y el consumo en una economía de frontera, que tiene como característica principal considerar a la naturaleza como una oferta ilimitada de recursos que pueden utilizarse por los individuos y como un sumidero infinito de residuos y desechos.
-Así es. Pensamos que siempre hay un más allá e incluso otro planeta al que podamos ir, pero a este le hemos dado la vuelta y hemos llegado al límite de la capacidad del planeta. Y eso es muy peligroso para nosotros como especie. La cultura de crecer por crecer es un problema que nos va a dar en la cara en este siglo.
-¿Y a nivel local? ¿Por qué hay un gran movimiento que ha dado la alarma en Doñana por la escasez de agua?
-El agua es un ejemplo muy bueno para explicar ese problema global. En el caso de Doñana el desarrollo de la agricultura industrial en la corona que rodea al espacio protegido ha generado un consumo de agua subterránea y de agua superficial en la comarca que está por encima de lo que puede permitirse ese mismo ecosistema. Además, en el futuro va a ser peor, porque va a haber menos agua disponible porque hará más calor y lloverá menos, y además la calidad de ese agua también será peor. En ese escenario, que utilicemos gran parte de los recursos en desarrollar cultivos industriales va a terminar originando un problema a las personas y a los lugares que compiten por ese agua.
-La Estación Biológica de Doñana fue creada en 1965 con la fundación de la Reserva Biológica del mismo nombre y como núcleo central para la conservación de este espacio protegido, considerado uno de los más valiosos de Europa. Hoy en la reserva se llevan a cabo numerosas investigaciones.
-Cuando se habla de la Estación Biológica de Doñana (EBD) la gente piensa en el espacio protegido, pero es un centro de investigación que tiene su sede en Sevilla y que depende del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Lo que tenemos es una estación de campo en la reserva de Doñana que es donde se llevan a cabo tareas de investigación como un laboratorio natural.
-Para alcanzar estos niveles de producción científica se ha tenido que dar un salto tecnológico en estas décadas. ¿Que supone ser reconocida como Instalación Científico Técnica Singular (ICTS), la de mayor rango tecnológico que hay en España?
-La ICTS la tienen muy pocas infraestructuras de investigación en España, tienen que ser muy especiales (buques oceanográficos, salas blancas de microelectrónica, observatorios astronómicos...). La Reserva Biológica de Doñana la tiene porque es un lugar donde se puede hacer investigación puntera en base a la observación tanto de ecología como de conservación o evolución, y donde hay científicos que no sólo pertenecen a la Estación Biológica de Doñana, sino que acuden aquí investigadores de muchos países. Anualmente hay cerca de un centenar de proyectos distintos desarrollándose aquí.
-Y gracias a esas observaciones se llevan a cabo descubrimientos científicos.
-Por ejemplo, hay series de datos de observación y anillamientos muy largas en el tiempo, desde los años 70 del siglo pasado, que han permitido comprobar que hay determinadas especies de aves migratorias que han ido cambiando su cuerpo: al cambiar las migraciones hay cambios perceptibles en la longitud del ala, en el peso...
-Pese a que hablemos de excelencia en las investigaciones, lo cierto es que hay una gran precariedad laboral de los jóvenes científicos en España. Es sangrante la “fuga de cerebros” en la ciencia española. ¿Invertimos poco en ciencia en nuestro país?
-Invertimos menos que Portugal, menos que Italia, menos que la República Checa, por poner algunos ejemplos. Lo que pasa es que los científicos españoles son muy vocacionales y muy productivos. Nuestros científicos y científicas trabajan mucho y muy bien pese a las dificultades y la precariedad, por eso, llegado el momento de pagar las facturas que todos tenemos en el día a día, muchos investigadores se van a sitios donde ofrecen condiciones mucho mejores.
-Eso lo hemos sufrido en la producción científica de esta pandemia de COVID.
-En España teníamos una serie de grupos de investigación que estaban trabajando en Coronavirus y estaban muy avanzados en sus investigaciones y sin embargo nuestro país no ha estado ahí en la producción de vacunas porque no tenían los recursos necesarios. La inversión privada en ciencia es muy pequeña en España, no hay interés en el sector privado por la investigación sino sólo en la explotación de licencias de terceros, y mientras no cambie esa mentalidad es difícil que avancemos.
-¿La clave está en la inversión privada o en la pública?
-Van de la mano. Para que la inversión pública sea mantenida en el tiempo y la privada se dé cuenta de que invertir en investigación da rentabilidades más altas hace falta un cambio de mentalidad en nuestro país.
-¿Y porqué se invierte poco en ciencia en España?
-Por falta de tradición. Invertir en ciencia es arriesgado, por eso la mayor parte de la inversión en la ciencia más básica es pública. En el caso de las vacunas contra el COVID, las farmacéuticas no han desarrollado la investigación, que ha sido pública, sino que lo que hacen son los ensayos clínicos y poner a punto los métodos para la producción masiva y la venta de esas vacunas.
-¿En la actualidad, hay trabas burocráticas para investigar?
-Muchísimas. Y es asfixiante. En la gestión pública, el dinero hay que gastarlo al céntimo y los investigadores somos conscientes de ello y aprovechamos cada céntimo al máximo. Sin embargo, la burocracia no lo pone fácil. Te pongo un ejemplo: para un viaje yo busco el vuelo más barato aunque tenga que hacer cinco transbordos, el hotel es el más económico... Sin embargo, los procedimientos administrativos nos hacen gastar más dinero del que gastaríamos nosotros. Es poco operativa y muchas veces hay que justificar por enésima vez el dinero muchos años después normas nuevas, que cambian a posteriori, lo que obliga a devolver parte del dinero lo que repercute en otros proyectos en marcha en ese momento. Es kafkiano.
-¿Qué hay de las ayudas prometidas de fondos europeos para la investigación?
-Están empezando a llegar ahora, son proyectos de gran tamaño y ambiciosos, con una gran complejidad en la ejecución del gasto. Nos obliga a predefinir cómo se va a gastar el dinero a priori y eso en ciencia es peligroso porque a medida que se avanza en una investigación puede que sea recomendable modificar esa ‘hoja de ruta’ y eso no se permite. Deberían permitir más flexibilidad en el gasto sobre todo para rentabilizar ese dinero.
-Pero aplicar esa rigidez burocrática a la investigación científica es ir en contra del propio método científico.
-Así es. Es que los criterios por los que se rige el gasto público en ciencia son los mismos que se aplican para construir una carretera, pero los investigadores no hacemos carreteras, sino ciencia.
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