«Agradezco del toreo el honor y el respeto a las cosas»

Quien liderara muchas temporadas el escalafón taurino echa la vista atrás y siente vértigo al ver todo lo que ha logrado en su vida. La responsabilidad, la disciplina y el respeto son los valores que aprendió de sus padres y que él ha transmitido a sus hijos

26 nov 2017 / 18:36 h - Actualizado: 26 nov 2017 / 20:03 h.
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  • Juan Antonio Ruiz ‘Espartaco’, en la hemeroteca de El Correo de Andalucía, en el cortijo de la Gota de Leche. / Jesús Barrera
    Juan Antonio Ruiz ‘Espartaco’, en la hemeroteca de El Correo de Andalucía, en el cortijo de la Gota de Leche. / Jesús Barrera

{Su infancia fue dura, tuvo que sacrificarse desde bien niño. ¿Cómo se vivía en casa de la familia Ruiz?

—Había una parte muy feliz porque yo vivía con mis abuelos, pero otra parte era más difícil porque veía las necesidades que pasaban mis padres. No teníamos casa y aunque yo era el nieto más mimado porque era el mayor, veía que mis padres necesitaban ayuda. Tuvimos que cambiar el chip e intentar desde muy pequeño coger la batuta de la responsabilidad y ayudar en lo que se podía.

—¿En aquellos años, qué quería ser usted de mayor?

—Futbolista, como todos. Del Betis o del Sevilla, me hubiera encantado.

—Y el toreo, ¿cómo surgió la afición?

—Escoger esa profesión era lo más fácil, porque mi padre lo era. Creo que me enganché más por necesidad que por afición. Y, como he dicho en algunas ocasiones, por darle esa satisfacción a mi padre. Él quiso ser figura y se quedó en el camino. Quería darle esa felicidad.

—Los entrenamientos con su padre eran durísimos...

—Muy duros. Primero porque a él le hacía mucha ilusión pero, como es una profesión tan dura y tan difícil, también creo que lo que quería era que yo me aburriera y lo dejara.

—De todas las enseñanzas que recibió de su padre, ¿cuáles ha transmitido usted a sus hijos?

—La responsabilidad, la disciplina, la honorabilidad y el respeto. Eso es lo que he aprendido de mis padres y de mi profesión de torero. Del toreo agradezco el honor y el respeto a las cosas. Eso es lo que he intentado llevar en mi camino y es lo que he enseñado a mis hijos.

—Hemos hablado de su padre pero, ¿cómo es su madre?

—Mi madre es algo especial. Con 55 años que tengo, necesito llamarla todas las mañanas, todos los mediodías y todas las noches. No me puedo ir a la cama sin hablar con mi madre. Ella es la que menos ha disfrutado mis triunfos y la que más ha sufrido. Sólo me ha visto torear una o dos veces en su vida. Ha estado menos en los triunfos y mucho más en los momentos de tristeza. Siempre la he tenido muy cerca y todavía me sigue cuidando.

—Tuvo que sufrir mucho cuando usted de niño pasaba mucho tiempo en Sudamérica con el bombero torero viviendo más o menos como podían...

—Yo tenía 13 años y había que poner una conferencia para llamar, y tardaban dos horas en dártela. También se preocupaba mucho por las comidas, si dormía bien, etc. Era una preocupación grande para ella.

—Sus hijos, lógicamente, han tenido una infancia más cómoda, pero ¿qué aspecto de su infancia cree que debían haber vivido?

—Ya van siendo mayores y van sabiendo muchas cosas que yo intentaba que no supieran. Las circunstancias fueron tan duras que no me gustaba que ellos supieran de esa dureza. Pero ya me van preguntado cosas y yo les voy contando, y por eso valoran todo lo que tienen.

—Usted es el ejemplo de la constancia. Cuando estaba a punto de tirar la toalla y hacerse banderillero apareció el toro Facultades y cambió la historia para siempre...

—Era una tarde muy importante. Era la Feria de Sevilla y era un cartel muy bonito con mis amigos Tomás Campuzano y Emilio Muñoz, y una corrida de toros del maestro Manolo González. Fue una de esas tardes emotivas que hizo que la gente pudiera confiar mucho más en mí después de ese triunfo. Por eso le debo tanto a Sevilla. Triunfar ese día me abrió las puertas del toreo.

—Ahora que ha nombrado Sevilla, ¿es de las personas que echa de menos la tierra cuando está fuera?

—Mucho. Estoy acostumbrado a mi gente, a mi ciudad, a mi Andalucía, a mis comidas, etc. Cada vez me cuesta más. Siempre tengo ganas de conocer sitios pero cuando llevo cuatro días fuera, ya la echo de menos.

—¿Podría explicar qué es Andalucía para usted?

—He estado prácticamente por todo el mundo y respeto todos los países porque hay cosas maravillosas, y no sé si lo digo porque soy de aquí, pero Andalucía es única. Como Andalucía no he visto otra cosa. Amo tanto a mi tierra y la quiero tanto que me doy cuenta de que la amo y la quiero cuando estoy fuera. El trato, el cariño, el olor, esto es grandioso. Después de conocer tanto, lo mejor para mí está aquí.

—Cuando viene alguien de fuera, ¿qué quiere enseñarle de nuestra tierra?

—Quiero que conozcan el ambiente, que vean cómo es la gente de aquí. Las personas son quienes realmente te transmiten si están a gusto o no. Y el trato que tenemos aquí con quienes vienen de fuera es superespecial. De ahí el encanto que tiene Andalucía.

—La gente le ha admirado mucho y pagaban para ir a verle a las plazas. Cuando usted ya era figura, ¿le costó no cambiar?

—Para nada. Yo echaba de menos a mi gente, aunque conocía a muchas personas nuevas porque viajaba mucho. Pero la vida de un torero pasa muy rápido, y lo que queda es la persona. Tienes que ser y sentir como eres y no cambiar nunca. No me costó nada porque intenté no cambiar.

—¿En qué toreros se fijaba usted cuando empezaba?

—La referencia de aquella época eran El Cordobés, Camino, Paquirri, Diego Puerta, Palomo Linares, Manzanares, Dámaso, etc. Eran mis ídolos. Verlos llegar a la plaza o intentar ver una corrida de ellos ya era algo muy especial.

—¿Qué sentía entonces cuando compartía cartel con ellos?

—No me lo creía. Cuando El Cordobés me da la alternativa en Huelva junto a mi entrañable amigo Manolo Cortés yo no me lo creía. Era un sueño para mí poder estar junto a ellos con solo 16 años. Yo llegaba al patio de cuadrillas y no sabía si los podía saludar, darles un abrazo o desearles suerte. Era la timidez de un niño.

—Otro ejemplo de que todo se consigue con esfuerzo es su finca de Constantina. De joven pasaba usted por allí con Paquirri y soñaban con comprarla algún día...

—Dios me dio la ayuda suficiente para poderlo lograr, y también el público y el toro, y para que el día de mañana la puedan disfrutar mi familia y mis hijos. Me ha costado tanto conseguirla que la disfruto al máximo. Quién me iba a decir a mí que iba a poder comprarla, en aquel momento era algo inalcanzable.

—¿Cómo es ahora el día a día de Espartaco?

—Pues como el de un trabajador normal. Pensando en mis preocupaciones, preocupado por la lluvia porque no llueve, por la ganadería, la agricultura, es una lucha. Antes era un artista y ahora soy un trabajador.

—¿Está muy encima de sus negocios y sus asuntos?

—Sí, sí. Estoy muy encima porque me gusta. Antes me llevaba el mozo de espadas, me sacaba los billetes para viajar y hoy ya no (risas). Ahora tiene uno que estar pendiente, estar con la gente del campo y demás. Mi familia me ayuda mucho. Mi hermano Víctor lleva una parte de la dehesa y Fran, la parte del arroz. Toda mi familia está muy unida. Allí no me considero ni el dueño porque me gusta compartirlo todo. Tenemos que darle gracias a Dios todos los días por la situación que estamos viviendo y las oportunidades que nos ha dado y que hemos podido aprovechar.

—Una vez retirado de los ruedos, ¿le llaman los compañeros para pedirle consejos y asesoramiento?

—Me llaman mucho. Me preguntan qué camino coger, por dónde tirar. Pero más que darles consejo me gusta contarles anécdotas que me hayan ocurrido. Me cuesta mucho dar un consejo. Decir la verdad es muy duro. Es muy duro decirles lo que tienen que hacer para poder triunfar, por eso prefiero contarles algo que me haya ocurrido y vayan cogiendo datos para saber por dónde tirar.

—¿En qué situación ve la fiesta actualmente?

—La veo en una situación complicada aunque tenemos toreros buenísimos y ganaderías extraordinarias. Pero pasamos por una situación difícil y es muy complicado que mucha gente conozca realmente al toro, cuál es su vivencia, el trato y el amor que le tenemos. Es muy difícil explicarlo, quizás porque no entienden bien o no sabemos explicar muy bien para qué se cría al toro bravo.

—La crisis también castigó mucho y bajaron los festejos taurinos...

—Cuesta mucho dinero organizar novilladas y la gente cada vez va menos a los toros. Ahora los jóvenes lo tienen muy difícil para triunfar. Cuando van a un sitio importante no van preparados como antes. Hoy se tienen que abrir camino con una novillada que es una auténtica corrida de toros en un sitio importante y es muy difícil. El examen que tiene que hacer es muy complicado y aprobarlo, muy difícil.

—¿A qué toreros intenta siempre ver?

—Los veo a todos, de verdad. Me fijo en las cualidades de cada uno, desde un novillero hasta una grandiosa figura. Me gusta fijarme en todos.

—Su último paseíllo fue un gran gesto. ¿Se le viene a la cabeza todavía cómo fue todo aquello?

—Fue un sueño, fue un sueño, fue un sueño. Lo viví muy intensamente y no sólo por el tema profesional. Hice un gran esfuerzo porque pienso que lo necesitaban la Maestranza y la Fiesta. En un principio me daba mucho miedo, pero me compensó muchísimo. No tengo palabras de agradecimiento suficiente para el cariño, el respeto y la admiración que ese día tuvo el público conmigo. Yo lo había vivido en muchos momentos, pero que mi familia y mis hijos pudieran ver lo que me quieren aquí es lo más grande que me ha podido ocurrir en mi vida.

—Sus hijos no le había visto torear. ¿Qué le dijeron?

—¡Puuuf! Estaban como locos, no ya como torero sino por ver todo ese cariño que me tiene la gente. Ver cómo me llevaban al hotel... No tengo palabras suficientes para agradecer todo aquello tan bonito que viví ese día junto a mis hijos.

—Ahora, cuando está usted solo en el campo y ve todo aquello. ¿En qué piensa?

—Uf, no me lo creo. Me pregunto incluso si será mío, porque el campo en definitiva nunca es de uno. Ha pasado por tanta gente que es como libre. Pero lo disfruto porque los míos tengan la oportunidad de disfrutarlo. Y estoy muy a gusto cuando veo los toros, porque aunque dan muchas pérdidas económicas tienen el mismo derecho que yo a disfrutar de la dehesa.

—Cuando ve un toro en el campo, ¿qué siente?

—Me gusta cuidarlo muchísimo, creo que lo merece. Nos ha dado tanto y da tanto que, aunque haya pérdidas, es el rey de la dehesa. Es una maravilla verlo. Pienso cómo he sido capaz de ponerme delante y cómo ellos han sido también capaces de respetarme.

—¿Se les habla en la plaza?

—Sí. Tenemos que tratarlos como a un amigo. Por eso lo queremos tanto. Hay veces que la gente entiende cómo lo podemos matar pero ojalá se pudieran indultar todos los toros. Muchas veces me ha dado pena.