«Con una sola intervención en el paciente reemplazaremos el gen que le causa una patología por otro que la cura»
Avencia Sánchez-Mejías. Cofundadora y CEO de Integra Therapeutics. Investigadora sevillana con notable carrera científica en genética clínica, oncología molecular y biología sintética, ha dado el paso para desarrollar una empresa, que ya tiene apoyos internacionales, en pos de lograr tratamientos muy avanzados y personalizados que curen pacientes mediante la intervención muy precisa dentro de su genoma.
Juan Luis Pavón
Plataforma de escritura de genes. Edición de genes. Mensaje terapéutico. Hemos de incorporar estas expresiones a nuestro lenguaje cotidiano. Porque el diccionario de la vida lo está abriendo de par en par la ciencia médica a través del conocimiento del genoma humano, su secuenciación, y la creación de tecnología que permite la inserción precisa de pequeños y grandes fragmentos de ADN en el genoma de un paciente para aplicarle una terapia personalizada de modo eficiente y seguro. Un cambio disruptivo cada vez más cercano para generalizarse en el tratamiento de enfermedades genéticas y oncológicas. En mejorar la efectividad y la seguridad de esas terapias de nueva generación está afanada la sevillana Avencia Sánchez-Mejías al frente de la empresa Integra Therapeutics, fundada en el año 2020, con sede en el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona. Ha conseguido la implicación de inversores internacionales y además cuenta con un consejo científico asesor presidido por el norteamericano George Church, profesor de Ciencias y Tecnologías de la Salud en Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachussetts, director del laboratorio Harvard Molecular Technologies, y uno de los pioneros hace 40 años en iniciar el Proyecto Genoma Humano.
Avencia Sánchez-Mejías, de 38 años de edad, reside desde 2018 en Barcelona. Casada con Adolfo Jiménez Castellanos, cordobés, que también estudió en la Universidad de Sevilla, y es director comercial de una multinacional agroalimentaria, tienen dos niños, de 10 y 6 años de edad, respectivamente.
¿Qué significa plataforma de escritura de genes?
Una herramienta de terapias avanzadas capaz de escribir un mensaje terapéutico completo directamente en la célula del paciente, con una sola intervención, y eso puede solucionar problemas que antes no tenían remedio. Esto es el motor que nos mueve dentro de Integra y llegar así a pacientes que lo necesitan. Ante el defecto genético por el cual una persona acaba teniendo una patología, lo que haremos es reemplazar por completo ese gen que el paciente no tiene correctamente en su genoma. Esto es un cambio de paradigma para dar soluciones a más pacientes.
¿Cómo se suministra al paciente una terapia avanzada como la que ustedes están creando?
Será una terapia de administración intrahospitalaria, por profesionales médicos, dentro del ámbito hospitalario, como otras terapias que ya están aprobadas y se comercializan. En nuestro caso, nuestra plataforma tiene la ventaja de que el gen que trata al paciente, que cura al paciente, acaba dentro del genoma del propio paciente. Con una sola intervención, podemos llegar a solucionar el problema sin tener que repetir la dosis. Hay otras alternativas que sí necesitarían más de una dosis, depende también de la tecnología que se use.
¿Cuánto tiempo transcurre dentro del organismo humano hasta que culmina el proceso y el paciente lo ha integrado ya en su genoma?
La actuación de la plataforma y cómo se inserta en el genoma ocurre con relativa rapidez, de 24 a 48 horas. Luego, hay que ver cómo de rápido se empieza a expresar y se sintetiza la proteína que hemos puesto en el paciente, que suple a la que al paciente le falta, y qué cantidad de esa expresión génica es necesaria para empezar a ver un efecto terapéutico. Así que dependerá de la indicación de la enfermedad y de cuántos años lleva el paciente sufriendo esta enfermedad. Pero el proceso molecular es relativamente rápido. Es cuestión de pocos días.
¿Cuáles son sus raíces sevillanas?
Nací en 1983 en Sevilla, en el Hospital de la Cruz Roja en Triana. Mi padre es economista y fue auditor de cuentas. Mi madre estudió Historia y ha trabajado siempre como profesora de Educación Secundaria. Soy la mayor de sus dos hijas. En mi interés por la ciencia y la medicina desde mi infancia y adolescencia tuvo mucho peso mi abuelo, José María Bravo-Ferrer, médico, cirujano, catedrático de Cirugía, con afán por la investigación. Y además fue hermano mayor de la cofradía del Valle y pregonero de la Semana Santa de Sevilla. Además, en la familia hay tíos y primos también vinculados con la medicina y la ciencia.
¿Qué vivencia de infancia le estimuló más la pasión por descubrir?
Quizá la Expo'92, yo entonces era una niña, con mi familia iba todos los días. Vivíamos en la calle Marqués de Paradas, en el centro, cerca de Cartuja. Cuanto tenía 13 años de edad, nos mudamos al barrio de Los Bermejales cuando empezaron a habitarse sus primeras calles. Estudié la Primaria en el Colegio Entreolivos, y Secundaria la cursé en el Instituto Fernando de Herrera. Después decidí hacer la carrera de Biología en la Universidad de Sevilla.
¿Quiénes le influyeron más positivamente en su periodo universitario?
Isabel López Calderón, catedrática de Genética, y quien fue su mentor, Enrique Cerdá, también catedrático y uno de los fundadores de la Facultad de Biología en Sevilla. Me marcaron para saber elegir yo mi camino. La tesis doctoral la hice en el Instituto de Biomedicina de Sevilla cuando aún no tenía su actual edificio, y formé parte como investigadora dentro del Hospital Universitario Virgen del Rocío en la Unidad de Gestión Clínica de Genética, Reproducción y Medicina Fetal, que dirigía el doctor Guillermo Antiñolo. Mi tesis la dirigió Salud Borrego. Era sobre todo cómo entender mejor la base genética de enfermedades que tienen componentes genéticos, para ayudar en el diagnóstico, en el consejo a las familias, y muy en contacto con la práctica clínica. Lejos de lo que hacemos hoy de terapia génica, pero era cuando empezábamos a poder hacer diagnósticos preimplantacionales para darle solución a estas parejas que ya tenían hermanos afectados. Incluso buscando hermanos compatibles que pudieran curar a un familiar afectado. Fue un momento muy bonito para hacer investigación genética, cuando en el año 2009 se consiguió el primer niño libre de una enfermedad hereditaria. Fueron años en los que aprendí mucho, para llegar a la dimensión actual: buscar soluciones terapéuticas directas para estos pacientes que tienen estas condiciones genéticas.
Quizá también la nueva dimensión es que personas como usted, de su generación, asumen el reto de crear empresas para que la transferencia de conocimiento se implemente en mayor medida y se consolide el triángulo universidad-sanidad-industria.
Cuando analizas las vías que hay para trasladar la tecnología que generamos desde el ámbito académico con el fin de tener un producto que pueda tratar enfermedades, enseguida te das cuenta que hace falta fundar este tipo de empresas, y conseguir los socios industriales. Una vía que desde la academia es mucho más difícil de hacer.
¿Cómo siguió avanzando en su carrera?
Estuve cuatro años en Estados Unidos, en un laboratorio de oncología molecular en la Universidad de Miami. Mi mentor en el posdoctorado tenía una empresa farmacéutica para comercializar un fármaco que había desarrollado y que estábamos probando para el tratamiento de cáncer. Desde el principio, sí vi ese cambio de paradigma, de cómo llevar lo que desarrollábamos en la academia hacia la industria. Cuando ya sentí que había cubierto una etapa, busqué moverme a otro lugar para seguir avanzando. Descubrí que Singapur estaba haciendo una apuesta muy fuerte por la investigación en ciencia biomédica, y estaba reclutando mucho talento, especialmente de Europa y de EEUU. Estuve tres años, de 2014 a 2017, en el Cancer Science Institute de la Universidad de Singapur, integrada en el equipo de Yvonne Tay, que regresaba a su país para fundar un laboratorio tras su etapa de cinco años en Harvard, donde había trabajado con Pier Paolo Pandolfi, ganador del Premio Nobel por el trabajo que había hecho sobre los ARN no codificantes.
¿Continuó con la oncología molecular?
Sí, sobre todo cómo podíamos usar los ARN no codificantes para entender y para tratar distintos tipos de cáncer. El de hígado es en el que más investigué.
¿Cómo se vive en Singapur?
Es un país muy ordenado. Espectacular la apuesta por la educación de calidad a todos los niveles, desde el preescolar hasta el universitario. Se paga a los profesores lo que tienen que cobrar, y se da gran importancia a la educación. Sorprende el alto nivel de seguridad. Parece de ciencia ficción. No es comparable a ningún otro sitio en el mundo.
¿Qué la impulsó a iniciar en Barcelona una nueva etapa?
Queríamos volver a Europa. Ya había intentado retornar a España, y es muy difícil para los científicos conseguir desde fuera un buen trabajo. En 2018 surgió la oportunidad, desde la Universidad Pompeu Fabra me propuso Marc Güell, jefe del grupo de Biología Sintética Translacional, participar en un proyecto de investigación muy enfocado a la aplicación en pacientes. Eso es lo que más me atrajo, que tuviera impacto directo en la sociedad.
De las terapias avanzadas se habla desde hace muchos años como un reto que alcanzar. ¿Estamos ya en puertas de que se generalice su uso en los tratamientos de enfermedades al conjunto de la población?
Sí. Cada vez estamos viendo más proyectos de terapias avanzadas llegar a ensayos clínicos, incluso ya en fases muy próximas a terminarse el ensayo. Hay productos que ya se comercializan y son una realidad en la práctica clínica diaria. Y cada vez veremos más. El éxito de las vacunas contra el covid mediante ARN mensajero ayuda a avanzar en este campo. Moderna ha anunciado que como empresa también se expande a la edición del genoma con fines terapéuticos. Así veremos pronto más soluciones para los pacientes que lo necesitan.
¿Cómo colabora dicha universidad barcelonesa en la creación de Integra Therapeutics?
La Pompeu Fabra es socia y accionista sin puesto en el consejo de dirección. Tenía una iniciativa llamada UPF Ventures que estaba participada por la universidad, y que daba apoyo a investigadores que querían sacar un proyecto translacional. Grandes profesionales nos ayudaron a hacer el modelo de negocio. Participamos en el programa de aceleración CaixaImpulse, iniciativa de Fundación la Caixa y Caixa Capital Risc, que no solo aportan mentorización y contactos valiosos, sino que también dotan de fondos, para hacer protección intelectual y para el producto innovador que estamos desarrollando. Te da una flexibilidad que no tienen las ayudas académicas. Cuando en 2020 constituimos Integra, lo que hicimos fue alquilar a la Pompeu Fabra espacio de incubación al lado del laboratorio en el que empezamos. Y hay parte del desarrollo de actividades de I+D que hacemos en colaboración con la universidad, que nos da total libertad para decidir las actividades y para contratar a quien necesitemos, no tiene que ser alguien de la propia universidad.
¿Qué cuantía es la mínima aconsejable para el comienzo de una empresa como ésta?
Depende de las necesidades de cada proyecto, pero siempre son altos los gastos en I+D, en protección intelectual y en equipos muy especializados. Nosotros, tras pasar por el programa de aceleración y salir a buscar financiación privada, hemos cerrado una ronda de capital semilla de 4,5 millones de euros gracias a la implicación de tres fondos que han valorado muy positivamente el proyecto y el equipo: Takeda Ventures, desde EEUU; Invivo Capital, desde Barcelona, y AdBio Partners, desde París. Son fondos de capital riesgo muy especializados en salud y biotecnología, que entienden perfectamente la necesidad de dedicar varios años a investigación y desarrollo del producto, así como a ensayos clínicos con pacientes que aporten todas las garantías para que sea seguro. Con esos fondos la comunicación es muy fluida y también nos ayudan a dar pasos hacia esos objetivos.
¿Cuáles son los plazos que se han marcado para que sea realidad el fármaco que están ideando?
Con este primer capital semilla de 4,5 millones de euros financiamos sobre todo las actividades de los dos próximos años, que nos permitan, por una parte, posicionarnos con respecto a la propiedad intelectual, y tener un porfolio de patentes muy sólido. Y, por otra parte, terminar el desarrollo del prototipo y la prueba de concepto en modelos animales y celulares, que nos permitan de aquí a dos años conseguir el resto de capital que nos haría falta para hacer toda la fase de preclínica regulatoria, que serán también dos o tres años. Antes de poder llegar a la fase, en 2027 y 2028, de hacer el primer ensayo clínico.
¿Está dedicada al cien por cien a Integra?
Sí, mi rol como investigadora en la Pompeu Fabra ha terminado y puedo centrarme al máximo en la empresa, donde somos ya ocho personas, de las que seis trabajamos a tiempo completo y dos a media jornada.
¿Cómo compagina su vertiente investigadora con la de empresaria?
Ha sido una transición curiosa. Me preparé mediante formaciones específicas como la facilitada por la Pompeu Fabra con la Barcelona Business School para la creación de startups. Es un cambio grande porque son actividades muy distintas las de gestión y negociación, respecto a las de desarrollar un producto. Los mentores que hemos tenido, más en la parte de negocio, también nos han ayudado a estar preparados para este cambio. Y dentro de la compañía, hemos ampliado el equipo de I+D, cada vez es más grande y más sólido, y pueden llevar a cabo estas actividades con la supervisión de quien asume la gestión empresarial.
Si no se remedia el desajuste que hay en España entre la medicina de atención primaria, que está colapsada y no realiza bien su función preventiva, respecto a esta medicina tan avanzada y esperanzadora, ¿no será ya colosal el desajuste entre lo preventivo y lo asistencial?
La detección precoz siempre es fundamental para un tratamiento médico. Los recursos económicos son los que son, y habrá que ir trabajando en esa dirección. Poco a poco, incluso para las enfermedades genéticas, tenemos la tecnología para poder diagnosticarlas antes del nacimiento o que se implante el embrión, o hacer incluso un test de cribado en parejas antes de que puedan concebir. Hay tecnología para evitar muchas de las patologías que hoy son un problema. Con los recursos que tenemos como sociedad, tendremos que gestionarlo lo mejor posible para llegar al punto ideal.
España es uno de los países del mundo donde más población abusa de automedicarse sin fundamento. Y nos encaminamos a un cambio de paradigma: medicina preventiva y tratamientos personalizados. ¿No sería básico educar ya a toda la ciudadanía para que conozca y entienda una realidad que obliga a un cambio de hábitos?
Sin duda, hay que divulgar más en qué consisten estas terapias avanzadas. Porque son maquinarias moleculares complejas. Es fundamental que la sociedad en su conjunto entienda en qué consisten, cómo nos pueden ayudar, qué peligros puede haber. Y que la ciudadanía forme parte de la toma de decisiones sobre hasta qué punto podemos usar estos avances tecnológicos para tratar enfermedades o para mejorar las condiciones de los pacientes.
¿Teme que se aproveche el desconocimiento que algunos sectores de la población tienen sobre la genética y la biología molecular, para infundir adrede miedo y rechazo a estas terapias, al igual que ha sucedido contra las vacunas covid?
Cuando a la sociedad llegan avances que son disruptivos, que no se han vivido antes, y que son capaces de llegar a situaciones donde antes no habíamos estado, creo que es bueno que se debata, que toda la sociedad participe en este debate, que exprese sus miedos y que se pueda explicar. Por eso los científicos hoy tenemos una gran responsabilidad de poder hacer partícipes a toda la sociedades de estos avances. Y con los datos objetivos, los resultados científicos y los ensayos clínicos, todos tendremos la madurez suficiente como para tomar una solución racional basada en la evidencia. Es muy importante nuestro papel de divulgación sobre esta tecnología, que puede ser complicada de entender por parte de la población.
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