El confinamiento del lince, el orangután y la tortuga marina

El 2020 no ha sido fácil para los zoológicos andaluces. Así han vivido el Bioparc de Fuengirola, el Zoobotánico de Jerez y el Acuario de Sevilla (y sus inquilinos) un año de pandemia y confinamiento

Julio Mármol julmarand /
14 feb 2021 / 04:00 h - Actualizado: 14 feb 2021 / 04:00 h.
"Genética","Lince ibérico","Animales","Tiburones","Acuario de Sevilla","Pandemia"
  • Tití en el Zoo de Jerez / Julio Mármol
    Tití en el Zoo de Jerez / Julio Mármol

Que haya tiburones cerca no es un temor frecuente cuando se pasea por las calles de Sevilla, como tampoco tiende uno a preguntarse si habrá o no tigres en aquel pueblo malagueño en el que veranea, o quizás incluso dragones. Y, sin embargo, bastaría recorrer unos pocos metros para encontrarse con ellos; Sólo habría que seguir la dirección correcta para toparse de bruces con un tigre de Sumatra si uno está en Fuengirola, o para contemplar los ojos negros y vacíos del tiburón toro si en Sevilla. Algunos de estos animales llevan años allí; Es su hogar, donde han nacido. No conocen otra vida.

En Andalucía hay varios parques zoológicos, unos pocos acuarios e, incluso, algún que otro mariposario, como el de Benalmádena. Son oasis inesperados de naturaleza en el interior de las ciudades; Recintos en los que un muro separa al ajeno colegial que regresa o va a clase del león que cabecea, somnoliento, o al ansioso oficinista que ve que el autobús que espera tarda en llegar del avestruz que, con avidez, curiosea el horizonte más allá de su instalación. Estos son algunos de ellos, y así ha sido su 2020.

La extinción de los visitantes

Los baobabs son árboles africanos de anchísimo tronco, capaces de alcanzar los treinta metros de altura y sobrepasar los mil años de vida. Algunas tribus los consideran sagrados: No puede existir algo terrenal que sea tan grandioso. En el Bioparc de Fuengirola, uno de estos baobab es la puerta de entrada a la Isla de Madagascar. En ella, moran los lémures. Una vez que los visitantes trasponen el baobab, se los encuentran vagando a su gusto por una isla hecha a imagen y semejanza del lugar del que proceden, y que ellos desconocen.

Un día de marzo, los visitantes dejaron de venir. El recinto cerró sus puertas. Comenzaba el confinamiento. “Desde febrero”, dice Marta Pérez, directora de Márketing del Bioparc de Fuengirola, “teníamos prevista esta posibilidad, así que cuando nos vimos obligados a cerrar el 14 de marzo, contábamos con un plan”. Durante meses, equipos de mantenimiento, veterinaria y administración se adentraban en el Bioparc para cuidar de los animales. “Fuimos muy escrupulosos en cuanto a que los grupos no se mezclasen entre sí, y preparamos retenes por si, en caso de contagio, había que poner en cuarentena a todo un equipo, el Bioparc no se viese sin recursos”, explica Marta. “Nosotros no somos una cafetería que se puede cerrar y abrir. Nuestra máxima, la de mantener a los animales en buen estado, continúa esté o no el Bioparc abierto a los visitantes”. En el Zoológico de Jerez y en el Acuario de Sevilla, el procedimiento fue el mismo.

Para los animales, entre tanto, nada había ocurrido. Su rutina prosiguió sin alteraciones. Sólo que ahora nadie los fotografiaba, ni los buscaba con la vista por las extensas instalaciones del Bioparc, en los recintos del Zoo de Jerez o en los tanques de agua del Acuario de Sevilla. “Los visitantes contribuyen al enriquecimiento ambiental del animal: Traen consigo olores, sonidos y comportamientos que estimulan su curiosidad”, dice Marta. “Así que, al ausentarse estos, el enriquecimiento ambiental mengua, aunque esto no afecte a su estado anímico”. Los dragones de Komodo, los lagartos más grandes del mundo, son uno de los habitantes del Bioparc: A ellos, el ir y venir de las personas poco les importa. “Los simios, en cambio”, dice Íñigo Sánchez, biólogo conservador del Zoo de Jerez, “es probable que sí echasen de menos a los visitantes, porque son más curiosos”.

En Jerez, han advertido que, durante el confinamiento, los animales pasaban a ocupar zonas de sus recintos cercanas a los caminos por los que transitaban los paseantes; lugares que antes evitaban en busca de reposo. En el Acuario, un cierto crecimiento reproductivo, comparado con otros años. Poco más: “El día a día fue el mismo”, señala Rocío Alcázar, gerente del Acuario, “pues los animales no entienden de confinamientos ni cuarentenas”.

El verano anómalo

Con la llegada del verano, y con el fin del confinamiento, como una extraña especie de ave migratoria, aparecen los primeros visitantes en Fuengirola, Jerez y Sevilla. Su número era menor, y también su origen, mucho más próximo: “El 50% de los que nos visitan son extranjeros, y este año no ha sido así”, explica Marta, del Bioparc. “El turista autonómico y el residente se han convertido en nuestro principal visitante, y gracias a ellos hemos logrado alcanzar en torno a un 50% de ocupación respecto a años anteriores”. En el Zoo de Jerez, las cifras han sido algo superiores: un 55%. “Como dato positivo podemos destacar que estas Navidades han sido de las mejores de los últimos años en cuanto a visitantes”, dice Manolo Jiménez, del Departamento de Márketing del Zoo, “Y el que en octubre de 2020 llegásemos a superar las visitas de octubre de 2019 nos anima a pensar que conforme nos estabilicemos, nuestras visitas también lo harán, incluso sin la erradicación total del virus”. En el Acuario, hablan de una “acogida bastante aceptable”, durante un verano que, “dadas las circunstancias, no puede considerarse que haya sido malo”.

Aun en un año como este, la supervivencia de los parques zoológicos está garantizada. “La pandemia ha sido un huracán que ha hecho temblar a todas las empresas, pequeñas y grandes, pero nosotros estamos dispuestos a aguantar”, dice Marta. Una resolución ante la cual una parte de la sociedad no estará muy satisfecha.

Un pequeño pájaro blanco y un gran gato rayado

El confinamiento del lince, el orangután y la tortuga marina
Tortuga marina (Acuario de Sevilla), Lince Ibérico (Zoo de Jerez) y Orangután (Bioparc de Fuengirola)

La miná de Bali es un ave de plumaje blanco inmaculado, que contrasta con el anillo ocular de vívido azul que rodea sus ojos y, aún más, con las plumas negras que rematan sus alas. Restringidas a la isla de Bali, este pájaro fue descrito por primera vez en 1912. Apenas noventa años después, se llegó a la triste conclusión de que en la naturaleza no quedaban más de cinco o seis ejemplares. Una situación así, en cualquier otro caso, habría condenado a la especie: Habría que darla ya por extinguida.

Afortunadamente, en los zoológicos de todo el mundo había una población en cautiverio que rondaba los setecientos ejemplares. El de Fuengirola y el de Jerez son dos de los lugares en los que uno puede contemplar esta rara avis. “La historia del miná es la que más me ha enganchado al proyecto”, cuenta Marta, del Bioparc. “Explica muy bien nuestra filosofía. Gracias a los programas de conservación de los centros zoológicos, se reintrodujeron pero volvieron a darse por extintos. No tiene sentido devolver a la naturaleza animales cuando no se garantizan las condiciones necesarias para su seguridad”.

No son pocas las especies que han ayudado a salvar los zoológicos: Desde algunas tan imponentes como el bisonte europeo o el tigre de Sumatra (una de las subespecies más amenazadas de este gran felino) hasta otras algo menos populares, como el ibis eremita o la propia miná. Estos cuatro animales pueden encontrarse en el Bioparc de Fuengirola y en el Zoológico de Jerez.

“El animalista, y no quiero generalizar, porque los habrá que tengan mucha información y se definan como tales con consecuencia y con conciencia, cuando lo hace es por ignorancia”, opina Marta. “Y es ese desconocimiento hace que no tenga sentido para ellos tener un zoo en el que tener animales en cautividad”. Gerald Durrell, naturalista y fundador del Zoológico de Jersey para especies amenazadas, habló en más de una ocasión de la “peligrosa antropomorfización” de los animales: Del error de intentar buscar nuestro mundo a través de sus ojos. “Uno de los pocos animales que vive menos en cautiverio de lo que lo hace en libertad es el ser humano”, dice Íñigo Pérez, del Zoo de Jerez. “Los demás, por lo general, superan su esperanza de vida en la naturaleza en los zoológicos, porque aquí ven sus necesidades cubiertas, que son la alimentación, la reproducción y la seguridad”. La libertad no está entre ellas. Íñigo y Marta coinciden al poner un ejemplo: El del visitante que les recrimina el aburrimiento al que se ve sometido el tigre o el león, al que no ha visto sino dormitando durante toda su estancia en el zoo. “Lo que muchos no saben”, explica Marta, “es que el tigre duerme 17 horas al día en la naturaleza. Su comportamiento en el Bioparc no difiere mucho del que tendría en la jungla”.

El Zoológico de Jerez ha sido fundamental para la conservación del lince ibérico. Desde Esperanza, el primer lince que acogió el parque gaditano, han sido muchos los felinos que han pasado por sus instalaciones; algunos, por su estado particular (como uno de los que está ahora en exhibición, debido a una tara genética), destinados a vivir para siempre en el Zoobotánico y otros, temporalmente. Después, serán liberados. “El lince es la joya de nuestra corona”, lo define Íñigo. La gerente del Acuario, Rocío Alcázar, cree que “aunque, sin duda, el animal que más atrae al público es el tiburón toro”, la especie más emblemática de su colección es la tortuga marina, protagonista de uno de sus proyectos de conservación, y amenazada en la naturaleza por la actividad humana. Marta escoge al orangután, cuyo código genético es semejante al nuestro en un 97%. “A veces, cuando un orangután coge a su cría, y la abraza”, dice Marta, “escucho a alguien decir “mira, es como nosotros”. Y no. Lo cierto es que es al contrario: Nosotros éramos como él”. Así, basta observar con atención a cualquier animal, incluso al más distante, para advertir paralelismos con el hombre. No tardaría, en ese caso, en llegarse a una conclusión parecida a esta: Que conservar la naturaleza no es más que conservarse a uno mismo, a través del tiempo.