El corazón roto del rey Melchor y el ingeniero

José Luis Manzanares Japón nació en Sevilla el año 1941. Triana le vio llegar al mundo y él soñó con cambiar la injusticia que había a su alrededor en aquel momento. Es ingeniero y catedrático; fundador y presidente de la empresa de ingeniería Ayesa

22 nov 2017 / 07:33 h - Actualizado: 22 nov 2017 / 17:07 h.
"Empresa familiar","Personajes por Andalucía"
  • El presidente de Ayesa, José Luis Manzanares, posa en la hemeroteca de El Correo de Andalucía en el cortijo de la Gota de Leche, sede del Grupo Morera & Vallejo. / Manuel Gómez
    El presidente de Ayesa, José Luis Manzanares, posa en la hemeroteca de El Correo de Andalucía en el cortijo de la Gota de Leche, sede del Grupo Morera & Vallejo. / Manuel Gómez

Las ciudades no han aparecido por arte de magia. Son el producto de muchas horas de trabajo por parte de los que las levantaron y siguen haciéndolo, de situaciones históricas que obligaron a hacer una cosa u otra; son el reflejo de lo que un pueblo piensa y quiere representar para sí mismo, son una forma de sobrevivir ante las adversidades, son la mezcla de culturas que durante siglos han ido dibujando los perfiles de edificios, calles o puentes. Las ciudades no son cosa de la magia porque forman parte del ideario común de un grupo de personas que quisieron vivir allí y no en cualquier otro lugar del mundo. Son relatos y, sobre todo, un símbolo en sí mismas. Un puente no es sus materiales sino lo que representa. Cada cosa que forma la ciudad lo es.

José Luis Manzanares, sevillano, ingeniero y escritor, se sienta y espera con calma. Parece un hombre observador, de esos que prefieren saber a lo que se exponen antes de lanzarse sin red, sin conocer bien lo que tiene enfrente. Tranquilo.

Nos saludamos y cambiamos impresiones sobre situaciones que se están produciendo en España. De las cosas que se dicen en los medios de comunicación. Muchas tienen que ver con la voladura de puentes. Eso dicen. Él ha dedicado toda una vida a levantarlos y anota: «No, nadie quiere dinamitar sus puentes; quieren controlar quién pasa por allí. Es otra cosa distinta. Dinamitarlos nunca». Y tiene toda la razón.

Comenzamos a charlar y me cuenta cómo era el lugar en el que nació.

«Me recibió una tierra preciosa que se llama Triana. Mi nacimiento fue en un barrio de Sevilla que entonces era un pueblo, que se sentía distinto de Sevilla. Un pueblo subdesarrollado, con muchas carencias. Nací justo después de la guerra, fueron unos años de infancia aparentemente duros vistos desde ahora, pero yo no lo noté, me parecieron felices a pesar de que carecíamos de todo. Vivíamos pendientes del turismo que llegaba en primavera y poco más. Era un barrio donde la gente venía a intentar divertirse, buscando el flamenco y cosas parecidas. Tuve la suerte de ser hijo de un hombre que estaba inquieto por el futuro. Mi padre era perito industrial, quería que los hijos hiciéramos carrera».

Se detiene un instante. Sonríe levemente y continúa.

«Había una cosa en Triana que se llamaba la Peña trianera. Allí estaban una serie de señores que querían que sus hijos tuvieran mejor futuro y se empeñaron en que hiciéramos una cosa que entonces hacía muy poca gente: hacer carrera universitaria y estudiar. El hijo del policía, el hijo del boticario, el del médico... Estudiamos, logramos cátedras de universidad y teníamos el afán de convertir nuestro mundo subdesarrollado en algo diferente. Enseguida, al tener uso de razón, me di cuenta de que la sociedad era muy injusta. En Sevilla no había clase media. En Triana, por supuesto, tampoco. Había un mundo diferente para los señoritos y para un pueblo que era bastante desgraciado. Aquello había que intentar cambiarlo de alguna manera y crear una clase media para modernizar la tierra. Con ese objetivo y ese aliento nos hicimos mayores. Estudié en Madrid con una beca, hice la carrera de ingeniero de caminos y me ofrecieron quedarme, pero decidí volver a mi tierra e intentar cambiarla, dándole todas las infraestructuras que no tenía y dándole todo el empuje que esta tierra necesitaba. En ese sentido, he tenido la suerte de pertenecer a una generación que ha contribuido al cambio. La Triana, la Andalucía, la España de hoy, no se parecen en nada a las de mi niñez».

José Luis Manzanares explica que no sólo ha sido cosa de su generación, pero que sí han contribuido «a cambiar el mundo».

Le pregunto si han logrado que la ciudad haya podido mantener intacta su personalidad, si ahora es irreconocible.

«Es muy difícil saberlo por el peso de tantos siglos, de tantas culturas como han pasado por aquí. Andalucía es una tierra de aluvión donde se han mezclado muchas razas, muchas culturas. Ha sido una tierra facilona. Nos han conquistado todos los que han venido por aquí. Pero eso es bueno porque cuando se mezclan las razas se obtiene gente más sensata, más inteligente, gente no se sorprende por nada, con más experiencia, personas que no le dan tanta importancia a las cosas. Las razas muy puras ya sabemos a lo que conducen y las reacciones que tienen. En ese sentido, Sevilla sigue siendo igual; una tierra universal, una tierra que acoge bien, que no se siente mejor o peor que nadie, pero que está orgullosa de cómo es. Mira, Triana era un barrio que tenía unos orígenes muy específicos, era el lugar donde se asentaba toda la gente que venía a Sevilla y no podía entrar en la ciudad. Estaban las murallas y los requisitos para entrar en Sevilla. También era un lugar de aluvión de gente que quería progresar. Se organizó la Escuela de Mareantes y esa gente se fue a descubrir América. Y todo ese espíritu sigue intacto».

¿Andalucía es una tierra de tópicos, sigue anclada a sí misma?

«El mundo entero es provinciano. En cada sitio se creen el ombligo del mundo y tienen sus perspectivas. En todos los sitios existen estereotipos porque es algo universal».

Comentamos la anécdota que él vivió con un ministro de la UCD y que le hizo afianzar su postura frente a la realidad, frente a la pelea que hay que mantener para hacer frente a los injustos estereotipos.

«Era un ministro sevillano. Que aquel ministro me desalentara diciendo que no teníamos nada que hacer y que desde Sevilla sólo se podía vender flamenco y toreros y cantaores y nunca ingeniería, significó un acicate, un reto. Dije: te vas a enterar lo que vale un peine y te voy a demostrar que eso no es así. Por otro lado, le estoy muy agradecido a Sevilla. Siempre se ha portado muy bien conmigo y estoy en deuda con mi ciudad, y con mi gente. No he sentido en Sevilla esa envidia de la que se habla, ni he visto intentar destruir al que vale. Yo eso no lo he vivido. Tengo que dar gracias a Dios y a mi tierra porque no he sufrido ningún maltrato, ni ningún estereotipo que me haya hecho daño. Cuando he tenido incomprensión, como la de aquel ministro, ha sido un estímulo y no un desánimo».

José Luis Manzanares es, además, escritor. Señala a Antonio Muñoz Molina como el autor español que más le gusta. Nos ponemos en modo on escritor para seguir con nuestra conversación.

«Fui escritor antes que ingeniero. En mi colegio mayor, en Madrid, se celebraban unas fiestas primaverales y me dio por escribir obras de teatro en verso, tipo Muñoz Seca, ambientadas en el colegio y con las que la gente se partía de risa. Tuve éxito e hice tres obras de teatro durante tres años consecutivos. Me di cuenta de que escribir era algo maravilloso, porque te hacía feliz, te permitía expresar lo que pensabas y hacías feliz a los demás. De manera que mi vocación por la escritura nace antes de la ingeniería. Más tarde, cuando empiezo a ejercer como ingeniero, tengo mucho trabajo y poco tiempo para escribir. Sin embargo, los ingenieros escribimos mucho porque nuestros proyectos, sobre todo antes, necesitaban ser contados, necesitaban ser explicados, necesitaban ser descritos y eso te obliga a escribir. Intenté que cada proyecto de un puente, de un regadío o de un canal, tuviera un contexto histórico y fuera importante como documento escrito. Escribí bastante durante los primeros veinte o veinticinco años e intentaba dar un sello literario a los informes porque me salía del corazón, porque me gustaba, porque me parecía más creativo».

José Luis Manzanares ha escrito, últimamente, sátira política. Son trece los libros que ha publicado y tiene pendientes dos novelas más. Pero tengo la sensación de que, de todo lo que ha escrito, uno de sus cuentos lo considera especialmente importante.

«Salí de rey mago, aquí en Sevilla, en el año 92. Fui Melchor y tuve que dar el discurso que dan todos los Reyes Magos el día 6 en el hotel Alfonso XIII. Me resistía a ser vulgar, a decir lo que todos, y escribí un cuento. Tal y como me salió lo conté. Decía que en aquel momento no era José Luis Manzanares sino que era el verdadero rey Melchor, que la gente no sabe que los Reyes Magos se encarnan de verdad en las personas y cuando terminan la cabalgata se van y, entonces, esas personas vuelven a ser ellas mismas. Y que por eso los que hacen de reyes magos no saben concretar qué ha pasado porque, realmente, no han estado. Pero, en mi caso, Melchor vio una Sevilla nueva, diferente, a través de los ojos de ingeniero, y se enamoró y no quería irse y el que les estaba hablando no era José Luis Manzanares, el ingeniero, sino el rey Melchor. Conté una historia de lo que sentía y cómo le llamaban al orden desde el más allá por lo que no tenía más remedio que volver aunque con el corazón roto. Rocío Jurado que estaba allí, me dijo que era lo más bonito que se había escrito».

Han pasado unos años desde aquello y quiero saber si todavía le emociona algo de forma especial, si le quedan retos que enfrentar.

«Yo lo tengo todo por hacer. Si yo pudiera... Tengo ilusión por hacer puentes importantes en Europa, me gustaría escribir algún que otro libro más que tengo en la cabeza y no sé si tendré tiempo, me gustaría que mi empresa creciera y que se asentara como una de las líderes mundiales. En cuanto a las emociones... Me emociona mi mujer. Yo admiro muchísimo a mi mujer, todos los días descubro en ella algo que me emociona, la admiro y me emociona».

¿Cree que puede emocionarse consigo mismo?

«No, yo me conozco muy bien, sé lo que hay de realidad y de fachada dentro de mí». Sonríe al contestar y hace un gesto que deja claro que no se le pasa por la cabeza algo así.

De regreso a la estación de Santa Justa, pienso en la ciudad, en sus gentes, en que ni una sola lágrima, de las que se han derramado o quedan por derramar, ha sido para nada, en que cualquier lugar del mundo esconde una riqueza extravagante y única: los secretos de un pueblo entero. Pienso la ciudad como algo vivo, que jamás para de evolucionar aunque salvaguardando lo que es por siempre jamás. Emocionante.