«La crisis ecológica es una crisis de ignorancia»

Tras casi 40 años de activismo a sus espaldas, Juan Romero achaca la actual falta de conciencia ambiental a las carencias educativas y a que «legisla el poder económico»

17 nov 2016 / 16:04 h - Actualizado: 19 nov 2016 / 00:32 h.
"Medio ambiente","Paraísos naturales"
  • Juan Romero, en el colegio Virgen del Rosario de Riotinto donde imparte clases. / El Correo
    Juan Romero, en el colegio Virgen del Rosario de Riotinto donde imparte clases. / El Correo

{El portavoz de Ecologistas en Acción en el Consejo de Participación de Doñana ha visto nacer y crecer las organizaciones ecologistas que hoy intentan mantener un movimiento que tuvo su eclosión en los años 80 del siglo XX.

—¿Qué provocó esa gran gran concienciación?

—La conciencia medioambiental se creó por el programa de Félix Rodríguez de la Fuente, pero había otras tendencias, como la de los anti nucleares, la ordenación del territorio, la contaminación... Con la Cepa (Confederación Ecologista y Pacifista de Andalucía) y Ecologistas en Acción se llegó a una unificación de esas tendencias y ahora el ecologismo es social y ambiental. E incluso se habla de ecología política porque el sistema es imposible que se mantenga con el capitalismo y el consumismo sin control. Gandhi lo clavó: el problema no es que haya recursos para todos, sino que no hay recursos para saciar la avaricia de unos pocos.

—¿Por qué cayó la conciencia ecologista?

—¿Por qué Trump, el multimillonario más analfabeto e inculto, está gobernando el país más potente del mundo? La crisis ecológica es una crisis de ignorancia porque cada vez se invierte menos en educación, sanidad, asuntos sociales... Hoy decir que las cuestiones ambientales son un freno para el desarrollo es una gran mentira y una gran trampa. Hay que buscar un modelo estable y duradero basado en el aprovechamiento de los recursos con el mínimo impacto, conteniendo el consumo. Eso se logra con más escuela, con más concienciación ambiental. Y estos Trump y turistas salvadores de patrias no gobernarían en la vida en ningún sitio. No se puede vivir de los negocios a costa de cualquier cosa. Un ejemplo: la industria petrolífera sabe que el ciclo del petróleo se va a acabar, que es inviable, que altera los ecosistemas, pero no desaparecerá hasta que no se termine el negocio. Hay que hacer economía para las personas.

—¿Tiene el movimiento ecologista suficiente peso para cambiar la situación?

—No tiene peso desgraciadamente para influir. Es igual que el 15M. Pero hubo un resurgir, la gente quiere romper y la ilusión se despertó en la calle. Hay cierta inquietud. Lo único que causa pánico es que los que han recibido la esperanza de tanta gente no sean buenos gestores. Sería una oportunidad perdida difícil de recuperar. Hay que estar a pie de calle.

—Usted es maestro, ¿por qué cree que los jóvenes están tan poco implicados?

—Hay una crisis de participación tremenda, salvo para el fútbol y el folclore. Pero no quiere decir que todos los jóvenes sean iguales. Podemos se nutre de gente joven, sobre todo del mundo urbano. El rural va por otros derroteros distintos. Lo que sí es peligroso son los movimientos xenófobos e intolerantes que cada vez están más en auge. La gran maestra de la vida es la historia y el que no sepa de historia posiblemente quiera repetirla.

—¿Resurgirá el proyecto del dragado del Guadalquivir?

—Ese proyecto está muerto. Doñana necesita una restauración de todos los ecosistemas, parar las amenazas, mimarla y vivir del empleo que crea la conservación. Pero no se pueden hacer leyes y luego dejar que no se cumplan.

—Los problemas de Doñana son los de siempre.

—Sí. El agua es un problema grave y me temo que no se quiere arreglar. La propia Confederación Hidrográfica reconoce la situación de alerta de los acuíferos, pero da agua a una demanda que va a más. Hay que poner límites, ver cuál es el punto de equilibrio, consolidar la agricultura legal y buscar aguas superficiales. Y dos, en Doñana se le da cobertura a cualquiera que se presente a montar un negocio. Es el caso del almacenamiento de gas. Han sacado casi todo el gas y la multinacional, sin dejar nada a cambio, sigue haciendo negocio. Ahora utiliza el subsuelo como infraestructura industrial para meter gas de terceros países como Qatar, Nigeria y Argelia, almacenarlo y operar cuando el mercado demande más. Venir al santuario medioambiental más importante de Europa sin aportar nada, sólo riesgos, ¿por qué? Porque no sabemos qué es política y qué es economía. Legisla el poder económico. El día 26 celebraremos una gran manifestación en El Rocío. 182 grupos han firmado ya el manifiesto y se recogieron más de 6.000 firmas.

—¿Se puede parar?

—La empresa juega a la política de hechos consumados. Busca la indemnización, los 320 millones que dijo el portavoz del Gobierno andaluz. El proyecto Castor, en la costa de Castellón, se tradujo en 500 pequeños terremotos tras la inyección de gas. No estaba todo controlado. La administración lo paró e indemnizó a la empresa con 1.250 millones que pagamos todos. Mientras, la Junta de Andalucía está tibia, porque dice que no puede hacer nada fuera de los espacios protegidos, pero dos proyectos están en el espacio natural y dos en la Red Natura 2000. Todo está protegido.

El portavoz de Ecologistas en Acción en el Consejo de Participación de Doñana ha visto nacer y crecer las organizaciones ecologistas que hoy intentan mantener un movimiento que tuvo su eclosión en los años 80 del siglo XX.

—¿Qué provocó esa gran gran concienciación?

—La conciencia medioambiental se creó por el programa de Félix Rodríguez de la Fuente, pero había otras tendencias, como la de los anti nucleares, la ordenación del territorio, la contaminación... Con la Cepa (Confederación Ecologista y Pacifista de Andalucía) y Ecologistas en Acción se llegó a una unificación de esas tendencias y ahora el ecologismo es social y ambiental. E incluso se habla de ecología política porque el sistema es imposible que se mantenga con el capitalismo y el consumismo sin control. Gandhi lo clavó: el problema no es que haya recursos para todos, sino que no hay recursos para saciar la avaricia de unos pocos.

—¿Por qué cayó la conciencia ecologista?

—¿Por qué Trump, el multimillonario más analfabeto e inculto, está gobernando el país más potente del mundo? La crisis ecológica es una crisis de ignorancia porque cada vez se invierte menos en educación, sanidad, asuntos sociales... Hoy decir que las cuestiones ambientales son un freno para el desarrollo es una gran mentira y una gran trampa. Hay que buscar un modelo estable y duradero basado en el aprovechamiento de los recursos con el mínimo impacto, conteniendo el consumo. Eso se logra con más escuela, con más concienciación ambiental. Y estos Trump y turistas salvadores de patrias no gobernarían en la vida en ningún sitio. No se puede vivir de los negocios a costa de cualquier cosa. Un ejemplo: la industria petrolífera sabe que el ciclo del petróleo se va a acabar, que es inviable, que altera los ecosistemas, pero no desaparecerá hasta que no se termine el negocio. Hay que hacer economía para las personas.

—¿Tiene el movimiento ecologista suficiente peso para cambiar la situación?

—No tiene peso desgraciadamente para influir. Es igual que el 15M. Pero hubo un resurgir, la gente quiere romper y la ilusión se despertó en la calle. Hay cierta inquietud. Lo único que causa pánico es que los que han recibido la esperanza de tanta gente no sean buenos gestores. Sería una oportunidad perdida difícil de recuperar. Hay que estar a pie de calle.

—Usted es maestro, ¿por qué cree que los jóvenes están tan poco implicados?

—Hay una crisis de participación tremenda, salvo para el fútbol y el folclore. Pero no quiere decir que todos los jóvenes sean iguales. Podemos se nutre de gente joven, sobre todo del mundo urbano. El rural va por otros derroteros distintos. Lo que sí es peligroso son los movimientos xenófobos e intolerantes que cada vez están más en auge. La gran maestra de la vida es la historia y el que no sepa de historia posiblemente quiera repetirla.

—¿Resurgirá el proyecto del dragado del Guadalquivir?

—Ese proyecto está muerto. Doñana necesita una restauración de todos los ecosistemas, parar las amenazas, mimarla y vivir del empleo que crea la conservación. Pero no se pueden hacer leyes y luego dejar que no se cumplan.

—Los problemas de Doñana son los de siempre.

—Sí. El agua es un problema grave y me temo que no se quiere arreglar. La propia Confederación Hidrográfica reconoce la situación de alerta de los acuíferos, pero da agua a una demanda que va a más. Hay que poner límites, ver cuál es el punto de equilibrio, consolidar la agricultura legal y buscar aguas superficiales. Y dos, en Doñana se le da cobertura a cualquiera que se presente a montar un negocio. Es el caso del almacenamiento de gas. Han sacado casi todo el gas y la multinacional, sin dejar nada a cambio, sigue haciendo negocio. Ahora utiliza el subsuelo como infraestructura industrial para meter gas de terceros países como Qatar, Nigeria y Argelia, almacenarlo y operar cuando el mercado demande más. Venir al santuario medioambiental más importante de Europa sin aportar nada, sólo riesgos, ¿por qué? Porque no sabemos qué es política y qué es economía. Legisla el poder económico. El día 26 celebraremos una gran manifestación en El Rocío. 182 grupos han firmado ya el manifiesto y se recogieron más de 6.000 firmas.

—¿Se puede parar?

—La empresa juega a la política de hechos consumados. Busca la indemnización, los 320 millones que dijo el portavoz del Gobierno andaluz. El proyecto Castor, en la costa de Castellón, se tradujo en 500 pequeños terremotos tras la inyección de gas. No estaba todo controlado. La administración lo paró e indemnizó a la empresa con 1.250 millones que pagamos todos. Mientras, la Junta de Andalucía está tibia, porque dice que no puede hacer nada fuera de los espacios protegidos, pero dos proyectos están en el espacio natural y dos en la Red Natura 2000. Todo está protegido.