Ecoperiodismo

La historia de Doñana, la Atlántida natural

Está considerada como la mayor reserva ecológica de Europa y es Patrimonio de la Humanidad desde hace más de una década, pero Doñana estuvo a punto de convertirse en un eucaliptal para producir madera y alojar una central nuclear

Ricardo Gamaza RicardoGamaza /
10 mar 2019 / 08:00 h - Actualizado: 10 mar 2019 / 08:00 h.
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  • Humedal dentro del espacio protegido de Doñana. / EFE-Eduardo Abad
    Humedal dentro del espacio protegido de Doñana. / EFE-Eduardo Abad

El arqueólogo estadounidense Richard Freund, de la Universidad de Hartford, sostiene que la Atlántida estaba en el actual Espacio Natural Doñana. Según este investigador que ha filmado su hipótesis para National Geografic, un tsunami acabó con esta civilización y la dejó sumergida en la actual costa.

Al margen de esta teoría sobre la civilización mítica de la que hablaba Platón, de lo que sí hay constancia científica probada es de la presencia de las culturas Fenicia y Tartessica, con vestigios de la diosa Astarté, precursora de la Virgen del Rocío, que se venera en la aldea almonteña del mismo nombre, a orillas de la marisma. La historia de la aldea del Rocío, que cada año celebra la romería catóica más multitudinaria del mundo, tiene su origen en el año 1270, cuando tras la reconquista, Alfonso X reconstruye una pequeña ermita paleocristiana que había en este enclave, la Ermita Santa María de las Rocinas, que en tiempos de los Reyes Católicos pasó a ser la Madre de las Marismas.

Sin embargo, el cruce de hermandades en romería a través de Doñana no se llevaría a cabo hasta el siglo XVIII, cuando el caño de Braines, por el que llegaban las hermandades de Cádiz directamente en barco (a un embarcadero ubicado en la misma aldea del Rocío), se volvió intransitable, por lo que se adoptó el camino a pie que aún hoy se lleva a cabo.

Pero Doñana empezaría a llamarse así a finales del siglo XVI al convertirse en el lugar preferido de Doña Ana de Silva y Mendoza, esposa del séptimo duque de Medina Sidonia, quien convirtió este espacio natural en su refugio personal. Para ella, Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, séptimo Duque de Medina Sidonia, mandó construir el Palacio de Doñana. Años después en ese Palacio Goya pintaría la maja desnuda y la maja vestida con la duquesa de Alba como modelo.

Es también en tiempos en los que el Coto de Doñana está en manos de la familia aristócrata de Medina Sidonia, cuando se construyen las torres alminaras de San Jacinto, Zabalar, Carbonero y La Higuera, para vigilar la costa. Estos torreones vigila servían para avisar, mediante hogueras visibles de unas a otras, de una posible invasión por mar. La más conocida es la de Torre la Higuera, cuyos restos son visibles por los turistas que llegan a la playa de Matalascañas. Torre la Higuera fue arrancada por el tsunami que se produjo tras el terremoto de Lisboa (1755) y lo que se aprecia aflorando en la orilla de la playa son sus cimientos.

Pero el declive económico de la poderosa familia del Ducado de Medina Sidonia llevó a la venta del Coto de Doñana en el año 1900 al bodeguero Guillermo Garvey, de una de las grandes familias exportadoras de vinos de Jerez. El precio de venta: 750.000 pesetas de la época. Y es en esta nueva etapa en la que se construye el Palacio de las Marismillas, de estilo colonial inglés, muy conocido por ser la residencia en la que veranean los presidentes del Gobierno de España en la actualidad.

Hasta entonces Doñana era fundamentalmente un espacio que los aristócratas y la monarquía usaban para cacerías y que los duques alquilaban para monterías. Los intentos de asentar producciones agrícolas fracasaron estrepitosamente. El ‘navazo’, una forma de siembra en huertos de arena, al igual que los intentos de cultivar viñas o caña de azúcar, se quedaron en intentos fallidos. La pesca se limitaba a los caños que desembocaban en el Guadalquivir, con capturas fundamentalmente de albures; mientras que la almadraba de atún frente a Torre Carbonero se mantuvo apenas medio siglo. Apenas la extracción de sal en las salinas ubicadas en el margen derecho del Guadalquivir y las escasas dehesas que se arrendaban a ganaderos, eran los otros aprovechamiento del Coto de Doñana, junto al aprovechamiento maderero.

Fue precisamente el aprovechamiento de la madera el que casi impide que Doñana fuese lo que es hoy: la mayor reserva ecológica de Europa. Desde el siglo XVI se talaban sauces, encinas, álamos y alcornoques para los astilleros y para barricas de transporte. El pino piñonero que hoy puebla Doñana era un desconocido para estas tierras hasta el siglo XVIII, cuando se iniciaron las primeras reforestaciones con esta especie aprovechando su rápido crecimiento.

En tiempos de Franco, en plena posguerra, el Ministerio de Agricultura plantea dar un salto cuantitativo y desecar Doñana con eucaliptos , para atajar los problemas de paludismo de la marisma y a la vez dar un uso productivo a estas tierras, convirtiendo Doñana en un gran eucaliptal productor de madera. Lo evitó un joven biólogo vehemente en las formas y perseverante en los objetivos que se marcaba, Jose Antonio Valverde, que junto a Francisco Bernis (fundador de la Sociedad Española de Ornitología SEO/BirdLife) había recorrido a finales de los años 50 Doñana en una expedición científica, dándose cuenta de la gran importancia ecológica de este espacio natural por la que pasan más de 200.000 aves acuáticas de más de 300 especies. Recurrió al príncipe Bernardo de Holanda, conocido por ser un gran defensor de la naturaleza, quien mandó una carta al dictador español (escrita en realidad por Valverde) para convencerlo de mantener el espacio natural y desechar la idea de plantar eucaliptos. Lo convenció. Franco desechó la idea.

En 1963 con 21 millones de las antiguas pesetas recaudadas por el recién creado Fondo Mundial para la Naturaleza (World Wide Found: WWF) se compran 6.794 hectáreas que serán el núcleo de Doñana: la reserva natural. Hace ahora 50 años, en 1969 el Gobierno crea el Parque Nacional de Doñana, al que se sumará el Parque Natural en 1989, ampliándose en 1997 hasta alcanzar más de 110.000 hectáreas. En el año 2016, una nueva ampliación de Doñana amplía su territorio hasta las 128.000 hectáreas.

Por el camino de la protección ambiental se han tenido que sortear muchas amenazas. Incluso nucleares. En 1974 Sevillana de Electricidad plantea construir una central nuclear en el Asperillo, apenas a 9,5 kilómetros de Matalascañas, en tiempos en los que se está buscando petróleo en la costa de Mazagón. En 2013 es un oleoducto el macroproyecto energético que quiere atravesar Doñana y hace apenas un año eran depósitos de gas los que la empresa Gas Natural quería poner en el subsuelo de Doñana.

El desarrollismo de los años 60 sí que dejó su huella en Doñana: Matalascañas, una urbanización que ocupa cuatro kilómetros de playa que no forman parte del Espacio Natural protegido, porque ya estaba construido cuando se extiende el parque hasta la franja litoral. En Sanlúcar de Barrameda, en los años 90, es Alfonso de Hohenlohe, uno de los promotores de Marbella como capital turística, el que aprovechando el boom del turismo de golf quiere hacer una macrourbanización de lujo: Costa Doñana. No lo logra. Los valores ambientales del Doñana ya tienen nombre incluso más allá de las fronteras españolas, lo que le valdrá para ser declarada en 1994 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. No en vano Doñana puede considerarse como la última ‘Atlántida ecológica’ de una Europa que en el pasado lejano fue un inmenso territorio de bosques y selvas de las que no quedan muchos más vestigios.