En sus idas y venidas por Andalucía, por eso de estar siempre al pie de sus negocios, hace parada en Sevilla para compartir el éxito de una empresa que se ha sostenido en estos años en el valor de la familia. Desde sus inicios en Loja, en un negocio creado por sus padres, a ser uno de los grandes grupos de nuestra región y de más allá de sus fronteras. 1.300 empleados y una tercera generación que ya llama a las puertas del futuro, guardan la espalda a los cinco hermanos que lideran hace años este grupo Abades. Julián Martín es uno de los exponentes de esa «sangre Abades» que les ha hecho ser lo que son.
—Su grupo acaba de cumplir 25 años de vida y el negocio no para de crecer. Estará muy satisfecho por ello.
—Hace 25 años que fundamos el grupo Abades aunque realmente venimos de antes. En el año 1960 mis padres fundaron un pequeño negocio en Loja, codo con codo, con una carga de hijos que nacimos en aquella época. Así comenzó todo y así seguimos estando hasta el día de hoy. El veinticinco aniversario es del salto que dimos a la A92 en el año 92.—¿Cómo recuerda esos orígenes en el negocio familiar?
—Fuimos unos afortunados por nacer en una familia en la que nuestros padres solo querían transmitirnos la importancia del día a día y del trabajo. Entonces no había horas con tal de afrontar unos años que fueron difíciles. Pero yo recuerdo mi adolescencia como un afortunado. Mi patio de recreo y donde más feliz me sentía era ayudando a mi padre en el negocio, aprendiendo de su seriedad. Nos ha enseñado cosas que no se aprenden en la universidad como la honradez y la responsabilidad. —¿Esos son los valores que más orgullo se siente de haber heredado de sus padres?
—La humildad y la seriedad son palabras que están fuera de lo normal hoy día. Cumplir con tus obligaciones, la dedicación que hay que tener con los negocios, el tesón, el esfuerzo, la constancia... A partir de ahí, si apuestas por un modelo de negocio, las cosas poco a poco se van desarrollando y vas cubriendo tus expectativas de crecimiento personal. Los empresarios no vivimos mejor por tener más dinero y sí cuando cumples con tus obligaciones. Esos valores son los que han hecho que hasta ahora sea todo un camino de éxito, aunque también de sacrificios. —¿Cómo pasaron de un bar en Loja a ser uno de los grandes grupos de toda Andalucía?
—Mis padres fueron capaces de desarrollar un negocio de la nada al que llamaron El Mirador. De pequeño yo siempre tuve la inquietud por este tema y me pegué a mi padre. Ahora, algunos años después, estamos a punto de convertir ese sueño de mis padres en un gran proyecto, un hotel nuevo. Ese es el referente de nuestro grupo, del que no nos quedó más remedio que marcharnos cuando, con motivo de la Expo 92, el tráfico se trasladó de la carretera A-342 hasta la A-92. A partir de ahí hicimos un modelo de negocio en el que recopilamos lo que nos habían enseñado nuestros padres y la modernidad de la época. Ahí nació Abades, con los hijos tomando el relevo de la familia. — Y desde entonces no han dejado de triunfar.
—Bueno, más o menos. El verdadero triunfo es el tiempo y la constancia. Salvo que se dé un pelotazo, el éxito es mantenerse. Nosotros hicimos una inversión muy fuerte, más de 1.000 millones de aquella época, pagando tipos de interés a un 15,50 por ciento. Era echar todo el esfuerzo de mis padres en una cesta. Pero cuando tienes ilusión no ves la incertidumbre. Si hubiéramos valorado el miedo no se habría hecho nada. Luego es la vida la que te va marcando el camino. No me gusta hablar de éxito porque aún queda mucho partido por jugar y ya hemos visto cómo la crisis se ha llevado a muchas de las empresas andaluzas históricas. ¿El éxito? Estar aquí hoy todavía. —Abades es desde sus inicios una empresa familiar. ¿Así es más sencillo triunfar?
—Las empresas familiares son muy complejas. Nosotros tenemos la suerte de que todos los hermanos nos llevamos de maravilla. Tenemos la misma forma de entender el negocio, el mismo espíritu de lucha. Lo hemos mamado así. Cuando fluyen todas esas energías, se comparte el mismo criterio y las mismas ganas de trabajar, hay respeto unos por otros... todo es mucho más fácil. Al final somos una piña y las decisiones se comparten. —Ese buen trato familiar es envidiable. ¿Tenéis algún rito al que no renunciéis?
—Hay un sitio en Abades donde todos los días, a las ocho de la mañana, tomamos café los hermanos. Eso nos hace más fuertes. Esos lazos y esas relaciones. No somos una empresa familiar que nos reunimos para temas puntuales de negocio, traspasa la frontera del trabajo y entra en la parte familiar. El negocio está siempre sobre la mesa pero la parte lúdica es la que más se comparte. Celebramos las onomásticas, los cumpleaños, las navidades. En verano compartimos las casas y las barbacoas. Pero vamos más allá. Hay un volumen importante de dinero, una carga muy compleja de empleados con los que tienes que dar todos los meses la cara. Tienes que pagar y cumplir con los bancos. Sin esa complicidad de familia y empresa sería imposible lograrlo. —Tenéis ya más de 1.300 empleados. ¿A ellos también se les trasmite ese espíritu familiar que os caracteriza?
—Ellos lo que ven es nuestra implicación de cada día, donde visitamos cada negocio. A la gente le transmitimos que tienen que tener sangre Abades, que no es otra cosa que la implicación y el sentirse parte de la empresa. El negocio no es nuestro, es de la gente que cada día ponen su esfuerzo para que salga adelante. Antiguamente, mi padre invitaba a los empleados en los cumpleaños. Hoy en día no es posible porque son muchos, pero ellos saben que no estamos de espalda a nuestra gente. A una gran mayoría la conocemos por su nombre y apellido y ellos saben quiénes somos nosotros porque nos ven constantemente. El día a día es duro, la competencia, las épocas buenas, las épocas malas. Pero ante todos esos problemas, si te ven en primera línea las cosas son de otra forma. —¿Eso se traduce en una mayor satisfacción del cliente?
—El cliente cada día exige más por lo que paga. Hay críticas, la mayoría muy bonitas, en las que la gente nos felicita. Pero también es cierto que las cosas no siempre salen como quieres. Un cliente puede cuestionarnos por una celebración, por una boda o por un simple café que se sirva frío. Pero tenemos una ventaja y es que de toda la vida hemos formado a la gente y tenemos cantera. 20 o 25 personas que han nacido con nosotros y que llevan Abades en el ADN, es su sangre. Hay cosas que no están en un manual. No hay que fingir, hay que sentir. Y el sentir es verlo. —Y lo hacen, además, llevando el nombre de Andalucía como bandera.
—Ese es uno de nuestros más grandes orgullos. Estar en Andalucía y haber nacido en Loja. Yo siempre digo que aquí hay mucho que hacer todavía y cuando la gente me habla de quienes se marcharon de España a buscar los países emergentes siempre digo que hay muchas cosas por hacer. Somos una empresa medianita, importante, nacida en Andalucía y nos sentimos muy orgullosos de ello, donde actualmente está nuestro negocio en un 90 por ciento. En Sevilla estamos muy cómodos. Empezamos en la Plaza del Cabildo, dimos el paso a Triana... —Que son las vistas más bonitas de Sevilla...
—Bueno, la verdad es que sí (sonríe). Yo me siento muy feliz en Sevilla, pero soy andaluz. Hay gente que discute por los tópicos de ser de Málaga, de Granada y yo no lo siento así. Andalucía es una marca y yo me siento en todas las provincias comodísimo. No veo la diferencia entre ellas porque Andalucía está impregnada de buena gente, de felicidad, de bondad y de buen hacer. No debemos crear localismos porque eso no es bueno. —¿Tiene las sensación de los andaluces no sabemos vender nuestro trabajo?
—Eso va en el ADN del andaluz. Somos humildes por diferencia. Como en todo, hay excepciones. Pero hay grandes empresas andaluzas que han marcado un hito en el mundo entero. Hablas con una empresa de fuera y te dan títulos. A mí no me gusta decir que soy el presidente porque yo soy de Abades. Hay empresas fuera de Andalucía que tienen a lo mejor un volumen de negocio que es un 10 por ciento del nuestro y se hacen notar. En nuestra región, teniendo empresas que marcan la diferencia, somos normales y familiares. Eso va con nuestro espíritu. Cuando a mí me dicen que somos una gran empresa me gusta decir que no somos ni grande ni pequeña, que somos una empresa que nos dedicamos a hacer lo que hacemos. Para mí, todos los empresarios que se juegan el dinero de su bolsillo, sea mucho o poco, son exactamente iguales. No hay diferencia entre un autónomo y un gran empresario. Nosotros somos grandes por el volumen de negocio y por lo que pagamos de impuestos, que todo hay que decirlo.—Pensando en el futuro, ¿qué retos os quedan por cumplir?
—Nos queda seguir aprendiendo. Nada de los que hacíamos hace 25 años puede hacerse hoy día. El cliente cada día es más exigente. Nosotros hacemos unas 400 bodas cada año. Recuerdo que cuando empecé a hacerlas con mi padre, eran los padres los que decidían las bodas. Decían a, b o c. Y el niño no opinaba y la novia mucho menos. Hoy en día los novios tienen una serie de exigencias enormes. La vida nos lleva en esa línea. ¿Qué hacemos? Adaptarnos al cliente. Andalucía es unas de las comunidades más importantes de recepción de turistas y de congresos y ese nicho de mercado va creciendo cada día. Al que viene hay que darle un servicio y ahí es donde nos estamos especializando ahora. Como pares un día, te cuesta remontar. —¿Contarán para ello con una tercera generación familiar?
—Sí, sí. En total son 18 los que vienen detrás nuestra. No todos van a estar ahí, creo, porque entonces pueden formar la de Dios. Sí es cierto que ya hay gente que se está postulando para ello, que tiene las mismas ideas que nosotros, los mismos sentimientos hacia la empresa y el amor por lo que han visto de sus abuelos. Yo creo que sí, que vamos a tener la suerte de ver una tercera generación. Todavía nos queda mucho por hacer en esta tierra. Con que adaptemos los negocios a estos nuevos retos ya será bastante. —Imagino que su padre estará más que satisfecho de que su esfuerzo y su herencia está dando resultados
—Sin duda. Un padre no puede sentir más alegría que ver cómo sus hijos siguen creciendo y son felices en esa actividad que ellos mismos empezaron y que nosotros ahora continuamos. Fíjate que mi padre venía aquí de camarero a hacer la Feria de Sevilla, con su maleta y su bandeja. Ahora, con los años y todo lo que hemos conseguido, está muy satisfecho. Yo que tengo tres hijos espero poder sentir lo mismo en un futuro.