Les invito a que me acompañen, durante unos segundos, a hacer un viaje en el tiempo. Cierren los ojos. Vamos a trasladarnos a la Sevilla de los años cuarenta del pasado siglo. En concreto, vamos a trasladarnos hasta los Jardines de Murillo, debajo de la fuente del león. Abran los ojos ya. Estamos en uno de los centros neurálgicos de la ciudad. Una Sevilla en blanco y negro, de postguerra, que establece en zonas cercanas a los cuarteles los lugares de encuentro entre los soldados, que realizan sus servicios allí dentro y salen por las tardes a darse su paseo, y las muchachas jóvenes, en su mayoría provenientes de los pueblos de la provincia, que llegan a la capital para trabajar sirviendo en alguna casa. Este cuartel que vemos al fondo está destinado al alojamiento de la tropa desde el siglo XVIII y, a la izquierda, hay un sinfín de casas señoriales cuyas torres, tras las murallas del Real Alcázar, podemos ver desde aquí. La tormenta perfecta. Destinar las tardes a pasear, a charlar, a conquistar, es lo más común en esta época. Y debatir, compartir y criticar en muchos casos, también. Este ir y venir de gente que ven caminando, sin prisas y sin destino fijo, disfrutando del parque, hizo que se establecieran puestos ambulantes en estos jardines donde comprar cartuchos de lo que tocara y bebida fresca. Los bancos, ubicados de forma casi milimétrica a lo largo del paseo, son concurridos lugares de reunión, debate e incluso coqueteo. Lo que viene siendo un mentidero.


Si me permiten, nos montamos de nuevo en esta máquina del tiempo y volvamos hasta nuestros días. El cuartel ya no existe como tal. Hace años que alberga la sede de la Diputación Provincial de Sevilla. Y las casas de los señores, en su mayoría, son hoy hoteles que inundan la ciudad como respuesta a la demanda de la mayor industria que, casi cien años después, da vida a esta urbe: el turismo. El ir y venir de mozos y mozas buscando miradas cómplices, se ha convertido en un ir y venir de turistas buscando los rincones más bellos de la ciudad. La evolución de la propia Sevilla ha hecho que, el sevillano, se haya marchado a otros barrios y deje el centro para nuestros visitantes. Los puestos de pipas o cacahuetes, hoy, son bares y restaurantes de lo más variado donde encontrar una oferta gastronómica de lo más variada.

Y hablando de oferta gastronómica en la zona, hemos llegado hasta Mentidero, que es el lugar que les presento en esta ocasión. No se me ocurre un nombre más adecuado para un restaurante ubicado en el corazón del que fue uno de los mentideros sevillanos, el de la Puerta de la Carne. Este local, con veladores en la calle, mesas en el salón interior y un acogedor saloncito privado con capacidad para unas doce personas, fue sometido a una profunda reforma. Aquí era donde estaba el primitivo Modesto Tapas. En la actualidad, tiene una amplia carta de tapas y raciones tradicionales sevillanas, adaptada a nuestros días, pero manteniendo el ADN de la tierra y donde el mimo al producto se ha convertido en una máxima. Este nuevo espacio, ubicado en una zona de la ciudad que los más ingenuos pueden calificar como “para guiris“, cumple con todas las exigencias que un sevillano puede demandar, empezando por mantener el concepto tapas, que se está perdiendo por estos lares, e incluso sirviendo desayunos variados y más que ricos. Es decir que, eso de bar “para guiris”, nada.
Con un espacio para la abacería de ibéricos, la carta es un derroche de posibilidades. A los platos fríos y calientes, incluyen productos del mar, paella de las de verdad e incluso un apartado de elaboraciones en Josper. Les pongo algunos ejemplos que no deben dejar pasar cuando vengan. La ensaladilla de gambas al ajillo es un espectáculo. La presentación es la clásica que marca el Observatorio de la Ensaladilla Rusa y el sabor, exquisito. Las “tostás”, que no “tostas”, en especial la de atún rojo, merecen una mención especial y, el carpaccio de presa, con un toque de aceite de oliva ahumado, es digno de alabanza. La vuelta que le dan a la cola de toro, sirviéndola en formato lingote, extraordinariamente sabrosa. Dimos una oportunidad al Josper y su trabajo lo hizo a la perfección con un chuletón de vaca madurado acompañado de patatas fritas y un tomate de Los Palacios de dimensiones considerables. Pero sin duda, en una comida donde no hubo un punto débil, sí hubo uno en espacial que me encantó: el calamar de potera frito. Tan simple, pero tan complicado. Dicen que Sevilla es especialista en fritos y puede que tengan razón. Este calamar sería un ejemplo de ello y superó con creces nuestras expectativas. La textura era cremosa y la cobertura fina de harina, sencillamente perfecta. ¿En un calamar, una textura cremosa? Sí, cremosa. El sabor era suave y dulce. Sólo un defecto: que se terminó enseguida. Sin duda, este es uno de los imprescindibles del lugar.


Una selección de postres compuesta por torrijas de pan brioche, brownies de chocolate y tartas de queso pusieron punto y final a una propuesta gastronómica realmente interesante. Y más aún si tenemos en cuenta que fueron los vinos de la distribuidora Martina Trader, una clásica ya en este tipo de restaurantes de cierto nivel, con José Pariente verdejo, de Bodegas José Pariente; Colonias 40, de Colonias de Galeón, y La Mateo, de Bodegas d. Mateo los que, con las siempre sabias explicaciones de Abel Martín, sirvieron de complemento perfecto a una velada que, más pronto que tarde, repetiré en familia y que les recomiendo que no se pierdan.