Cien años de sonidos sublimes

Las guitarras Conde han celebrado este año su centenario. Visitamos el taller madrileño de Mariano Conde, último eslabón de una estirpe que ha abastecido a Sabicas, Niño Ricardo y Paco de Lucía, entre muchos otros

15 dic 2015 / 19:10 h - Actualizado: 15 dic 2015 / 19:15 h.
"Flamenco","Música","Paco de Lucía","Camarón"
  • El hijo de Mariano Conde sigue los pasos de su padre. Se ha criado en el taller familiar y ha visto pasar por él a los mejores. / Sara Buzón
    El hijo de Mariano Conde sigue los pasos de su padre. Se ha criado en el taller familiar y ha visto pasar por él a los mejores. / Sara Buzón
  • Cien años de sonidos sublimes
  • Mariano Conde padre e hijo, en el taller junto al Teatro Real donde fabrican sus guitarras. / Sara Buzón
    Mariano Conde padre e hijo, en el taller junto al Teatro Real donde fabrican sus guitarras. / Sara Buzón

Haciendo el equipaje para venir, cogí mi guitarra Conde, hecha en España hace 40 años más o menos. La saqué de la caja y parecía hecha de helio, muy ligera. Me la puse en la cara y la olí, está muy bien diseñada, la fragancia de la madera viva. Sabemos que la madera nunca acaba de morir y por eso olía el cedro, tan fresco, como si fuera el primer día, cuando compré la guitarra hace 40 años». Son palabras del cantante y poeta canadiense Leonard Cohen en su discurso de recepción del premio Príncipe de Asturias 2011, donde –para sorpresa de todos– quiso citar enfáticamente esta legendaria marca de guitarras, la misma que este año cumplió 100 años de vida.

En el taller que Mariano Conde, heredero del negocio familiar, regenta en las inmediaciones del Teatro Real de Madrid, lo primero que asalta al visitante son los olores de maderas legendarias y barnices que se elevan sobre el suelo salpicado de virutas. Luego la vista se llena de herramientas, piezas sueltas, láminas pulidas, formas curvas que acabarán dando pie al estímulo final: desde el piso de abajo suben las notas de una de las 80 guitarras que cada año salen por la puerta, camino de los más insospechados destinos. Una música honda, vibrante, recia y a la vez de extrema sensibilidad, genuina, indisimulablemente flamenca.

La primera piedra de la empresa la puso en 1915 el maestro artesano Domingo Esteso, quien murió sin descendencia. «Llamó como aprendices a Mariano, Faustino y Julio, los sobrinos de su mujer, Nicolasa Salamanca, que era la que se encargaba de barnizar a mano las guitarras que construía su marido», recuerda Mariano. «Aquellos aprendices fueron los continuadores del negocio, de ahí que originariamente se hicieran llamar Conde Hermanos, sobrinos de Esteso. De hecho, a día de hoy, si a mí me llaman Esteso por la calle, me vuelvo a saludar».

Así fue como aquellos jóvenes procedentes de la localidad de Villalba de los Alcores, en la provincia de Valladolid, se instalaron en la capital, en el mítico taller del número 7 de la calle Gravina, sin duda la más prestigiosa factoría de guitarras del flamenco de todos los tiempos.

A partir de ahí, la historia de la familia discurrió por itinerarios sinuosos. En los albores de los años 50, Julio Conde estableció un nuevo centro de elaboración y atención al cliente en el número 53 de la calle Atocha. Más tarde Mariano Conde Salamanca (Mariano Conde senior) establecía en 1980, con sus dos hijos Felipe y Mariano un nuevo taller muy cerca del Teatro Real de Madrid en la calle Felipe V número 2 bajo el nombre Conde Hermanos Sucesores Sobrinos de Esteso.

Tras la muerte de Faustino en 1988 y de Mariano Sr. en 1989, Felipe y Mariano siguieron construyendo guitarras en el taller de la calle Felipe V bajo el nombre de Conde Hermanos. En 2010, Felipe y Mariano decidieron disolver su sociedad y trabajar en sus respectivos talleres cerca del Teatro Real. Mientras tanto, Julio Conde siguió fabricando guitarras prácticamente hasta su fallecimiento en 1995, y desde entonces son sus hijos y nieta quienes continúan la tradición de Conde Hermanos en el taller de Atocha 53.

Mariano Conde junior se ha criado contemplando las fotografías que ahora adornan la nueva sede de la empresa: ahí están las efigies de Sabicas, de Paco de Lucía, de Niño Ricardo, los tres gigantes que revolucionaron el instrumento en el siglo XX. Y las no menos legendarias figuras de Manolo de Huelva, Manolo Sanlúcar, Mario Escudero, Paco Cepero, Pepe Habichuela, Enrique de Melchor, Antonio Mairena con Juan Antonio Muñoz, y así hasta llegar a maestros de hoy como Rafael Riqueni, Raimundo Amador, Viejín o Gerardo Núñez, entre otros gigantescos intérpretes.

En la pared de enfrente abundan los rostros famosos no específicamente afincados en el flamenco. Por ejemplo, el citado Leonard Cohen. «Sabía que tenía una guitarra de mi padre, pero me sorprendió mucho cuando hizo mención de ella en los premios Príncipes de Asturias», comenta Mariano. También tienen guitarras Conde el cantante Alejandro Sanz, sin duda guiado por el maestro Paco de Lucía; el músico del grupo mexicano Maná Sergio Vallín; Robe Iniesta, el líder de Extremoduro; o Ed Sheeran, mundialmente famoso por su aportación a la banda sonora de la saga El hobbit. ¿Más? Bueno, también han poseído guitarras Conde Al di Meola, Bob Dylan, Cat Stevens, John Williams, Lenny Kravitz, David Byrne, Toninho Horta, Wayne Wesley Johnson... Casi existe la tentación de preguntar cuál de entre los grandes no ha tenido una.

«Comodidad y sonido flamenco», es lo que responde sencillamente Mariano Conde cuando se le pregunta qué tienen las guitarras de su firma que no tengan las otras muchas, cientos de marcas que pululan por los escenarios de todo el mundo. «Hacemos también guitarras clásicas, pero no nos dejan. Es tanta la demanda de los flamencos, que absorbe toda la producción. Solo alcanzamos a hacer un 20 por ciento de guitarras clásicas», agrega este maestro.

¿Significa esto que Conde es una isla en medio de la crisis, que se han mantenido a salvo de las inclemencias del mercado? «Bueno, este es un taller artesano. Hacemos las guitarras como antiguamente, a mano, pieza a pieza. Lo que hacemos, tratamos de hacerlo bien, y eso ha permitido que la clientela se mantenga fiel. Pero buena parte de nuestra labor es la reparación. Las guitarras, por muy bien hechas que estén, necesitan mantenimiento, barniz, cuidados en las roturas... Tienes que ver las heridas que traen algunas, lo que pueden hacer las peinetas de las bailaoras cuando salen volando. Para eso estamos, también».

Actualmente la plantilla del taller la componen cuatro trabajadores: Mariano Conde y su hijo, así como los dos oficiales que tenía la anterior sede. Los números de producción dan una idea de la minuciosidad con que se trabaja: solo 80 guitarras al año salen de esas manos. «Tardamos dos meses y medio en cada una», explican los trabajadores. Los precios oscilan entre las 3.000 euros de las más económicas y los 20.000 de una serie especial, Guitarras del poema, que van numeradas, identificadas con el nombre del propietario y adornadas en su interior con un poema alusivo de la pluma de Mariano Conde, con etiquetas siempre hechas a mano. «Hay 39 en el mundo, en Australia, Holanda, Turquía, Inglaterra, Francia... Empezaron costando 9.000 euros, pero con el tiempo y la demanda se ha duplicado su precio», cuentan. También han patentado para la ocasión la Guitarra del Centenario, réplica de un modelo que hizo el fundador de la casa en los años 30.

Las maderas son de ciprés, palosanto, pino abeto, ciprés del Canadá, cedro sudanés, ébano... Luego está el arce, el palosanto de Madagascar, la madera de koa. «Tradicionalmente se han trabajado las guitarras en ciprés, y luego en palosanto, después de que mi padre diseñara en 1975 la guitarra negra flamenca en el taller de Gravina», subraya Mariano, quien no duda en explicar el porqué de esa evolución. «Las guitarras de ciprés eran para acompañar el cante y el baile. Cuando salta a los teatros como instrumento de concierto, necesita una proyección mayor de sonido, de ahí que fuera reinventada».

A partir de ahí, empezó un proceso de perfeccionamiento para lograr que ningún representante de su selecta clientela saliera decepcionado de Hermanos Conde. «Cada guitarra es un mundo, y cada guitarrista también», dice Mariano. «Cada uno tiene su tensión, su altura de las cuerdas, su tacto. El músico se adapta a su instrumento, y el instrumento al músico. A partir de ahí, nosotros podemos ajustar un poco, pero que nadie crea que hacemos milagros. Hay guitarristas que solo con ver su pulsación, ya sé qué guitarra no va a ser la suya. A otros que conoces bien, en cambio, sabes perfectamente cómo le gusta todo».

Sobre los pedidos que reciben, afirman que el Sur sigue queriendo mayoritariamente esta marca. «Andalucía ha sido siempre muy de Esteso», comenta Mariano con orgullo. «Piensa que antiguamente todos los artistas andaluces venían a Madrid, y todos venían al taller. Eso ayudó a consolidar mucho el nombre. Piensa por ejemplo, que el primer trabajo que tuvo Enrique Morente en la capital lo consiguió visitando el taller de Gravina. Le dijeron a Niño Ricardo: ‘este chico ha venido a Madrid a buscarse la vida’, y se lo llevó con él. Y no creo exagerar si digo que Paco creció como guitarrista en el taller de mi padre. Allí estaba siempre la familia completa, su padre, Ramón, Pepe, todos».

Quizá solo este veterano prestigio ha permitido que Conde haya podido hacer frente a nuevas marcas de calidad, así como infinidad de sellos mediocres que también alimentan el mercado de los músicos advenedizos o con pocos recursos. «De los fabricantes artesanales quedamos pocos. Ha salido mucha gente autodidacta, sí, pero nosotros tenemos nuestros clientes». Clientes que son algo más que eso. Ídolos que acaban siendo amigos, casi de la familia. «Mis guitarristas favoritos son los que vienen», asevera Mariano. «Y lo bonito es verlos y escucharlos aquí. Eso es lo que viví de chaval, las tertulias que se formaban... Y es lo que me gusta que esté viviendo ahora mi hijo, la cuarta generación ya».

«Entré en este mundo con mucho respeto, muchas ganas de aprender y mucho orgullo también», afirma el continuador de la saga Conde mientras afina una guitarra con su teléfono móvil, algo que sus antepasados acaso no habrían podido ni concebir. «Desde chico sabía que quería esto, y como dice mi padre, cuanto antes se ponga uno las pilas, mejor».

LA CARTA DE PACO

Sonido aparte, varias son las características que identifican a una guitarra Conde. Las más evidentes son el clavijero de media luna y la boca de rosa, esa genuina decoración. Para evitar que los imitadores den gato por liebre, de un tiempo a esta parte han añadido en la tapa la impresión a fuego de las iniciales MC.

Pero para quienes dedican su vida a extraer música de estos instrumentos el nombre de Conde es algo más que un detalle estético. Entre las muchas dedicatorias y cartas que atesora la familia, destaca una carta de Paco de Lucía que expresa, acaso mejor que ningún otro, la magnífica relación y la gratitud que le unía con la dinastía artesana. «Tal vez sin darme cuenta me he preguntado muchas veces el porqué de mi gratitud hacia los hermanos Conde, también otras muchas veces me he contestado a esa pregunta de una forma sencilla: con las guitarras de los sobrinos de Esteso me encuentro muy cómodo», escribía.

Según el genio de Algeciras, «el sentirse cómodo en la vida, en general, es algo sin aureolas pero de una forma u otro se encuentra como condición esencial, primero para ser y segundo para dar. Tengo que identificarme primero para poder luego transmitir. Mi comodidad con mi guitarra es mi todo, como flamenco en este caso; y ese todo desmesurado es a la vez belleza, equilibrio, armonía y fuerza».

Paco conluye explicando cómo «el flamenco es un desgarramiento, y ese desgarramiento-guitarra lo he vivido muchas veces a través de las guitarras de mis artistas-amigos Hermanos Conde. Y digo artistas y digo amigos porque ambas cosas lo son. Y es que para desgarrar el sonido a una guitarra hay que darle alma, magia o arte en definitiva, y eso lo hace solo un artista, y porque solo un artista sabe crear un cuerpo a ese arte. un cuerpo que inunde con fuerza de color y forma. Mis sentimientos como amigo son tradición y nostalgia bonita de mi niñez entre ellos», concluía.

Mariano todavía se estremece cuando recuerda el día en que recibió la noticia de la muerte de Francisco Sánchez Gomes, Paco de Lucía. «Como todos los que lo quisimos y admiramos, no me lo podía creer. Y todavía no acabo de hacerme a la idea», evoca.

Cae la noche sobre el centro de Madrid, hace ya rato que los trabajadores del taller de Mariano Conde se aplican en su faena a la luz de los flexos. Manos sabias que miden, diseñan, ensamblan piezas, pulen, en definitiva miman hasta el extremo cada una de sus creaciones, como objetos verdaderamente únicos que son.

Antes de dar por concluida la jornada y echar el cierre, Mariano Conde responde a la última pregunta: qué ocurre, qué falla, cuando un gran guitarrista opta por una guitarra que no es Conde. No tarda un instante en responder: «A los que han venido y no se han llevado una de nuestras guitarras, tal vez no los he entendido. Y los que no han venido todavía, no me cabe la menor duda, acabarán viniendo», apostilla.

LA GUITARRA QUE VIO CAMARÓN

«Paco de Lucía tuvo muchas novias, pero siempre fue fiel a una, su guitarra Conde, la que sacaba de la funda solo para tocar en los conciertos», explicaba Fernando Miñana a la muerte del genio. Se sabe, también, que al monstruo de Algeciras le robaron una en cierta ocasión. «Una vez me dijo Camarón que se la había visto en Francia a uno, pero que era un tipo peligroso, de los de pistola en el bolsillo, y no le quiso decir nada», recordaba el músico, para añadir a renglón seguido: «Pero era mi guitarra. Él la conocía muy bien», concluía.

LAS GUITARRAS DE PACO

En su biografía de Paco de Lucía, El hijo de la portuguesa (Planeta), Juan José Téllez recuerda que el modelo utilizado por el genio era la FC28, con madera de palosanto de Madagascar, tapa de abeto alemán, diapasón de ébano y mango de cedro, aunque se recuerda que también tocó guitarras de José Gutiérrez, Francisco Manuel Díaz o Vicente Carrillo. «Paco guardaba la primera guitarra que le regalaron, pero con la que aprendió a tocar fue con una de su padre, que luego pasó a pertenecer a Faustino Conde, el guitarrero que las fabricaba. La de batalla solía ser una guitarra de los hermanos Domingo Esteso, valorada en su día en 200.000 pesetas, aunque también incorpora una Hermanos Conde, de concierto», apunta.