El domingo 14 de febrero de 2016 se cumplieron 80 años de la llegada al aeródromo de Tablada (Sevilla) del teniente Antonio Menéndez Peláez (1902-1937), a los mandos de su avión Lockheed Sírius 8A especial, bautizado con el nombre de 4 de Septiembre. Este vuelo realizado a principios del año 1936, entre las ciudades de Camagüey (Cuba) y Sevilla, es históricamente conocido con el nombre de Vuelo respuesta debido a que Menéndez realizó su aventura en agradecimiento a los grandes vuelos trasatlánticos que nuestros pilotos realizaron a Cuba con anterioridad, despegando desde la pista del aeródromo de la Base Aérea de Tablada, por los pilotos Iglesias Brage y Jiménez Martín, en 1929 con el avión Jesús del Gran Poder, y Mariano Barberán y Joaquín Collar, en 1933 con el avión Cuatro Vientos, vuelos que crearon en Antonio Menéndez la necesidad y el compromiso de devolver la visita, así como traer de Cuba a España el respeto y admiración que por esos pilotos tenía el pueblo cubano.

Antonio Menéndez Peláez nació en Asturias a finales del siglo XIX, concretamente en Santa Eulalia de Riberas, aldea de la localidad de Soto del Barco, el viernes 4 de diciembre de 1898. Siendo un adolescente de 13 años, su madre, de nombre Rafaela, acompañó al joven Menéndez al puerto de El Musel, en Gijón, y lo embarcó con dirección a La Habana, donde le esperaba Manuel, su padre, quien había viajado a Cuba tres años antes para trabajar en el comercio de víveres que su hermano José tenía en Cienfuegos. El joven Menéndez, inicialmente, se colocó como ayudante en el comercio de su tío, pero, al poco tiempo, sus ganas de aprender lo empujaron a abrir otros campos iniciándose en la mecánica de automóviles, profesión que lo llevó a frecuentes cambios de trabajos, desde un taller de automóviles a mecánico y operario de una grúa arenera, a las labores de mantenimiento de las máquinas de una factoría de azúcar, a conductor de taxis por las calles de Cienfuegos, para terminar finalmente como barquero en la bahía de Cienfuegos.

Desde joven Menéndez soñó con ser piloto, objetivo tremendamente complicado y difícil de poder realizar en la isla en esas fechas, ya que, por la década de los años 1920, no existía ninguna escuela civil de aviación en Cuba, estando obligado a viajar para ello a las escuelas de Estados Unidos o de Europa, algo imposible para sus posibilidades económicas en ese momento.

La actividad de vendedor ambulante de leche, pilotando su propia embarcación motora por la zona de la bahía de Cienfuegos, resultaba pesada y agotadora pero algo próspera; esa circunstancia le permitió albergar ciertas esperanzas que lo llevaron a comenzar a preparar el sueño de su vida, que no era otro que el ser piloto de aviación.

Después de largas deliberaciones y consultas para localizar la escuela de pilotos más accesible económicamente hablando, esta se encontraba en Chicago, EEUU, pero como Menéndez tenía la ciudadanía española, hacía muy complicados en esas fechas los trámites para viajar a los Estados Unidos, por lo que dentro de los preparativos del viaje, tomó la decisión de cambiar su nacionalidad, obteniendo la cubana a finales de 1927.

A principios de 1929 decidió vender su embarcación y, con los ahorros conseguidos con el fruto de su trabajo y con el apoyo de su tío José, viajó a los EEUU para inscribirse en la escuela de aviación Greer Collage, donde tuvo como profesor al instructor de vuelo y americano Bouhman Smith, quien vio con asombro cómo Menéndez con tan solo 25 horas de vuelo consiguió licenciarse con el título de piloto, pese a tener que alternar las clases de vuelo con los trabajos que fue encontrando.

Para coger experiencia como mecánico de aviación, trabajó durante meses como ayudante de mecánico en el mismo aeródromo de Chicago donde dio clases. Un día la oportunidad le salió al encuentro al enterarse de que, por cuestiones económicas, el propietario de un avión biplano Waco-10, de tres plazas, lo había puesto a la venta, oportunidad que no dejó pasar de largo y, con los ahorros que pudo reunir con sus trabajos y mucha insistencia, consiguió cerrar la compra, y, pese al estado de medio abandono que presentaba el avión, gracias a un grupo de amigos, le realizó los trabajos de mantenimiento necesarios para ponerlo de nuevo en vuelo.

Ahora ya había conseguido su sueño, era piloto, y tenía avión propio, pero estaba en los EEUU, y su interior le pedía regresar a Cuba. Estudió la posibilidad de desmontar el Waco 10 y trasladarlo por carretera en camión hasta Miami y desde allí enviarlo por barco a La Habana, pero después de estudiar los costes decidió apostar por el traslado en vuelo, y gracias nuevamente a la ayuda de sus amigos, instaló un pequeño tanque de combustible adicional poniéndolo en condiciones para realizar la travesía.

Su instructor de vuelo, Bouhman Smith, lo apoyó en los preparativos del vuelo a Cuba, aunque tuvo sus dudas pues Menéndez tenía solamente 25 horas de entrenamiento, así antes del despegue le dijo: «Si logras llegar con el mismo tren de aterrizaje y la misma hélice confírmamelo, que te regalaré una medalla de oro».

RUMBO A CIENFUEGOS

Con alguna escala intermedia, voló de Chicago a Miami, y, a continuación, cruzó el Mar Caribe rumbo a La Habana, así como el estrecho de Florida, logrando realizar el vuelo sin contratiempo alguno. Al llegar a Cienfuegos, puso un telegrama a su instructor en Chicago diciéndole: «Mr. Bouhman, me debe una medalla de oro», al que Bouhman le contestó con otro telegrama felicitándole por su hazaña y le manifestándole su reconocimiento, calificándolo como el Charles Lingbert cubano.

Con este vuelo Menéndez consiguió, con tan solo 30 horas de experiencia de vuelo, realizar su primer raid internacional, volando en solitario desde Chicago a Cienfuegos, donde comenzó a realizar, de forma itinerante, diferentes trabajos aéreos por toda la isla con los que ganó algo de dinero y pudo acumular experiencia como piloto.

Cuando el Jesús del Gran Poder llegó en mayo de 1929 a La Habana, Menéndez se encontraba inmerso en su viaje a Chicago, por lo que no pudo ser testigo en primera persona de la epopeya, teniendo que conformarse con vivirla por los periódicos. Pero cuatro años después, cuando el Cuatro Vientos voló de Camagüey a La Habana, las circunstancias quisieron que Menéndez se encontrara también en esta ciudad cubriendo una plaza de copiloto de las aeronaves trimotores Ford, de la Compañía Cubana de Aviación, y fuera testigo del recibimiento masivo que los habitantes de la zona dedicaron a los heroicos pilotos, quienes se convirtieron para él, tras su fatídica desaparición el martes 20 de junio de 1933 sobre territorio mexicano, en el motivo principal para proyectar y realizar su mayor sueño: volar a España, el país en el que había nacido, en vuelo de devolución de visita y agradecimiento a los valientes pilotos españoles por haber elegido Cuba como destino de sus heroicos vuelos.

Tras muchas dificultades, por fin, el domingo 12 de enero de 1936, despegó del aeropuerto de Camagüey con rumbo sur y destino inicial Venezuela. Cuando aterrizó en el aeródromo de Tablada, en Sevilla, había recorrido 12.787 km. en diez etapas, para lo que necesitó más de 77 horas de vuelo, siendo la etapa más larga los 3.005 Km. necesitados para cruzar el Océano Atlántico y pasar de Natal, en Brasil a Bathurst, actual Banjul, en Gambia, proeza conseguida tras 17 horas y 35 minutos de vuelo continuado, volando en solitario a los mandos de un avión de ala baja y cabina abierta, circunstancia que, en opinión de los expertos, realza aún más el mérito de su travesía.

La hazaña de Menéndez fue celebrada en España y Cuba como un gran acontecimiento, su protagonista acaparó las portadas de los grandes rotativos y emisoras de radio de la época, siendo aclamado en loor de multitud por los sevillanos que, acompañados por su alcalde y autoridades locales, se desplazaron en masa al aeródromo de Tablada, donde su coronel había dado orden de libre acceso a la base para que la muchedumbre pudiera dar la bienvenida a nuestra ciudad al heroico aviador.

El recibimiento en el aeródromo sevillano de Tablada fue apoteósico y el vuelo constituyó un acontecimiento social de primera magnitud en nuestra ciudad, ya que, desde primeras horas de la tarde, las radios de Sevilla anunciaban su llegada e invitaban a la población para que se desplazaran a la Base Aérea de Tablada para recibirlo.

Entre las autoridades y personalidades españolas presentes a pie de pista esperando su llegada, destacaba el propio alcalde de Sevilla, Isacio Contreras, quien fue el primero en saludarle al bajar del avión, mientras el piloto era vitoreado por la muchedumbre presente. Al alcalde Contreras lo acompañaron, entre otros, el Gobernador Civil de Sevilla, Carreras Pons; el jefe de la Base Aérea de Tablada, teniente coronel Rueda; el presidente del Aeroclub de Sevilla y el Presidente de la Federación Aeronáutica Española, y, por el Gobierno de la República de España, en representación de los ministros de Guerra y Marina, los tenientes de navío Solís y Tejada.

Por parte cubana estuvieron presentes el encargado de negocios de la Embajada de Cuba en España, apellidado Pichardo, y el cónsul de Cuba en Sevilla. Pichardo era portador de un telegrama del ministro de Estado español, Urzáiz, redactado en términos excepcionalmente efusivos en el que evocaba el amor y la confraternidad hispanocubana y exaltaba la proeza del teniente Menéndez, a quien por conducto diplomático se le invitó oficialmente a continuar su vuelo hasta Madrid, donde el Gobierno había acordado dispensarle los máximos honores civiles y militares. Lógicamente la prensa escrita y las emisoras de radio de la época no quisieron perderse el acontecimiento de su llegada, y desplazaron a la Base Aérea de Tablada a sus reporteros, fotógrafos y locutores para cubrir el aterrizaje.

Antonio Menéndez era un enamorado de Sevilla y, como no podía ser de otra forma, de su torre más internacional, la Giralda, que fue, según manifestó Menéndez en las muchas entrevistas que le realizaron, el faro que iluminó su travesía en los momentos más amargos y comprometidos, dándole ánimos y esperanzas cuando jugando con el destino se imaginaba que al final, allá en el infinito, la Giralda de Sevilla le estaba esperando para saludarle. Finalmente, las circunstancias quisieron que, después de muchas peripecias, llegara a Sevilla el día 14 de febrero, día de los enamorados; por ello, antes de aterrizar en el aeródromo de la Base Aérea de Tablada, sobrevoló la multitud que le estaba esperando y dirigiéndose directamente hasta la Giralda, a la que saludó y dio las gracias por haber sido tu talismán, volando en círculo sobre ella antes de proceder al aterrizaje.

Después de aterrizar, el aviador, invitado por el Gobierno de la República, fue hospedado en el Pabellón de Oficiales de la Base Aérea de Tablada, y, posteriormente, invitado por el Ayuntamiento de Sevilla y, con el tratamiento de huésped de honor de la ciudad de Sevilla, se trasladó al Hotel Alfonso XIII, donde estuvo alojado hasta su partida, el día viernes 21 de febrero, con destino a la Base Aérea de Cuatro Vientos, en Madrid. Durante estos días, tanto los círculos políticos, militares, sociales y mercantiles de Sevilla, se disputaron la presencia del teniente Antonio Menéndez, al que agasajaron en lunch, copas de vino, comidas y cenas celebradas en su nombre.

Es curioso destacar que, al igual que Barberán y Collar volaron de Madrid a Sevilla con el Cuatro Vientos para iniciar desde Tablada su vuelo a México, Menéndez también voló con su 4 de Septiembre desde La Habana a Camagüey para iniciar el suyo. Esta circunstancia también se reprodujo cuando Barberán y Collar, tras aterrizar en el aeropuerto de Camagüey, volaron después al aeropuerto de Rancho Bolleros, en La Habana, para ser homenajeados y condecorados por el Gobierno cubano, así Menéndez voló del aeródromo de Tablada en Sevilla al aeródromo de Cuatro Vientos en Madrid para continuar recibiendo homenajes y condecoraciones.

CONDECORACIONES

Una vez en Madrid, el Gobierno de la II República Española le otorgó una serie de medallas y condecoraciones, entre las que destacan la Cruz del Mérito Militar, la Cruz Blanca del Mérito Naval, la Cruz de Oficial de la Orden de la República, y a su llegada a Cuba, el Gobierno cubano le otorgó la Orden del Mérito Naval de tercera clase con distintivo Blanco, la Orden de Honor y Mérito de la Cruz Roja Cubana, y el grado de caballero de la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes.

Aunque fue el último y con él se cierra el ciclo de los grandes vuelos que tuvieron a Tablada como protagonista, y, por tanto, a la ciudad de Sevilla, la triste circunstancia de que cuatro meses después comenzara nuestra Guerra Civil, que sumió a España en una espiral de despropósitos, impidió que el Ayuntamiento de Sevilla, a pesar de haberlo acordado en pleno, pudiera ejecutar el compromiso de ponerle el nombre del piloto Antonio Menéndez Peláez a una calle de nuestra ciudad, promesa que aún sigue sin cumplirse.

Y, por último, y no por ello menos importante, llama la atención que en nuestra ciudad no exista ningún monumento dedicado a estos grandes vuelos que tuvieron como protagonista a Tablada, ni a la importancia de nuestra Maestranza Aérea, o las fábricas Hispano Aviación, Construcciones Aeronáuticas y EADS-CASA, o sus múltiples empresas auxiliares que ha tenido y tiene nuestra ciudad para el desarrollo de la industria aeronáutica desde ese célebre lunes 28 de marzo de 1910, fecha en la que todos los historiadores coinciden tuvo lugar en la dehesa de Tablada el primer vuelo de un aeroplano tripulado, proeza realizada por el piloto Jan Olieslagers con su Bleriot XI, con la única excepción de varias calles en la barriada de Sevilla Este con nombres de temas aeronáuticos, como Autogiro, Hélice, Aeroplano, Hidroavión, Helicóptero, Reactor, Alas, Baliza, Fuselaje y Azimut, la calle Cuatro Vientos en el barrio de Nervión, la calle Aviación en el Polígono Calonge, y el memorándum dedicado a los grandes vuelos existente en el acuartelamiento aéreo de Tablada, circunstancia que obliga a solicitar la ayuda de todos los ciudadanos de buena voluntad de Sevilla, y muy especialmente la de nuestros políticos locales para que unan sus esfuerzos, y, de una vez por todas, ayuden a nuestra ciudad a cumplir los compromisos que Sevilla tiene pendientes con su historia aeronáutica, potenciando la creación de un monumento, que ayude a sacar del injusto anonimato que el paso del tiempo y las promesas incumplidas, ha sumido a estos históricos vuelos y a nuestro pasado aeronáutico.