Ya puestos, lo más probable es que también desconozca que en Marbella y Málaga existió una importante industrialización superior incluso, por ejemplo, a la de Vizcaya con sus Altos Hornos. ¿Y qué me dice de que en el XIX había más ovejas que olivares en Jaén? Pues todas estas cuestiones de las que probablemente no tuviera ni idea, como el que suscribe, se las explican ahora bien claritas y de una manera muy gráfica en el Atlas de Historia Económica de Andalucía de los siglos XIX y XX, una iniciativa del Instituto de Estadística y Cartografía que se presenta como una herramienta en formato web enfocada al público general que, a base de mapas, gráficos y fotos históricas, logra que una materia en teoría tan sesuda y árida quede al alcance incluso de los escolares (y de sus maestros, porque todos los elementos del Atlas pueden descargarse gratis para así facilitar su papel didáctico).

«Es un atlas de síntesis de la historia económica de Andalucía en los siglos XIX y XX», resume el historiador Fernando Olmedo, coordinador de una obra que ayuda a desterrar tópicos que nosotros mismos asumimos. Los gráficos, por ejemplo, demuestran que «Sevilla, Málaga y Córdoba tuvieron un arranque industrial potente, equiparable al de otras ciudades españolas», así que no es verdad eso de que siempre hemos sido los últimos de la fila. «Quizás se ha sobresimplificado la cuestión y siempre hemos hablado del fracaso de la Revolución Industrial en Andalucía por la preponderancia de una economía extractiva y agrícola. Es así, pero no tanto, llegamos a tener una industria bastante potente», subraya.

Salpicados por el Atlas hay 133 mapas, 243 gráficos y 325 imágenes de mapas históricos, así como fotografías de época y cuadros elaborados expresamente para una obra muy visual, lo que facilita la comprensión porque te explican las cosas de manera gráfica. Así, por ejemplo, vemos que Andalucía aportaba el 25,7 por ciento al PIB nacional en 1802, un año en el que Cataluña arrimaba el 8 por ciento y el País Vasco el 2 por ciento, pero un siglo largo después, en 1930, nuestra cifra ya no llegaba al 15 por ciento y la de los catalanes se había disparado al 21,4 por ciento.

CAÍDA EN PICADO

Retomando el hilo de Fernando Olmedo descubrimos que sí, que en Andalucía hubo no poca industria desde el principio, lo que ocurre que «muy ligada a la agricultura» y eso hacía que pareciese menos importante frente al modelo de siderurgia e industria pesada muy vinculado con Centroeuropa o el norte de España. Los gráficos así lo confirman: en 1860, la aportación de Andalucía al producto industrial español era de casi un 18 por ciento. En 1930 ya estaba por debajo del 16 por ciento y en 1960 se hundió al 8 por ciento, una cifra similar a la que mantenía todavía en 2006.

Y es que las cosas no siempre han sido como creemos, y de nuevo tenemos que Sevilla, Málaga y Córdoba «tuvieron un índice industrial elevado hasta los años 30. A partir de la Guerra Civil es cuando se asienta una economía andaluza agrícola, extractiva y de servicios». Así lo corrobora también el historiador económico Andrés Sánchez Picón, de la Universidad de Almería, quien reconoce que «el mayor retroceso se da tras la Guerra Civil: entre los años 40 y 60 la renta andaluza se hunde, porque la media española sube y Andalucía se queda rezagada».

Tras tres años de guerra, la dictadura franquista no es que la tome con Andalucía en particular, pero la autarquía que se impone (fruto del aislamiento internacional al dictador) perjudica especialmente a nuestra tierra. «El sector minero, por ejemplo, vivía de las exportaciones y se ve muy afectado, se debilita mucho», relata Sánchez Picón, y la política de precios tasados para combatir el desabastecimiento de los años 40 perjudicó a sectores como los del cereal y el olivar, a la vez que se desincentivaba la inversión. «Fueron 20 años muy negativos para dos sectores, el agrícola y el minero, que eran los que tenían más capacidad para generar empleo en una Andalucía» que se hunde y que «profundiza mucho la distancia con el resto de España».

Así que, con gráficos y tablas, el Atlas nos explica la evolución de una Andalucía que a finales del siglo XVIII «era una de las primeras regiones de España», apostilla Sánchez Picón, de hecho estábamos en una «posición destacada» en cuanto a niveles de renta por habitante todavía a mediados del siglo XIX. Entre 1820 y 1850 tuvimos «verdaderos chispazos de Revolución Industrial que prendieron en algunas zonas», que no estuvieron conectados entre sí pero con una actividad industrial más que reseñable en terrenos como el textil, el químico, el agroalimentario y los consabidos altos hornos. Volvemos aquí a los números, que nos dicen que entre 1844 y 1845 se produjeron 15.310 toneladas de hierro colado y dulce en Andalucía (12.746 en la provincia de Málaga y 2.564 en la de Sevilla) frente a las 7.968 del País Vasco. Málaga, de hecho, era en 1850 la segunda provincia española en cuanto a caballos de vapor instalados. Así que nos encontramos con que la aportación andaluza al PIB nacional va cayendo. La apuesta industrial se diluye a finales del XIX «y se reorienta hacia actividades más innovadoras con recursos naturales: la minería, la industria del olivar...». Es otro tipo de industrialización, con menor valor añadido, y se van perdiendo posiciones en el ranking nacional.

Así se recoge en un Atlas que viene a ser una síntesis visual de las vicisitudes económicas de Andalucía, la traslación a gráficos y mapas de unas estadísticas que, de este modo, literalmente se nos meten por los ojos. Como ocurre con la potencia eléctrica instalada, que en 1910 ya era superior en Cataluña y el País Vasco que por estos lares, fruto de un siglo XX en el que se inicia la cuesta abajo. Pero lo peor estaba por llegar, y ocurrió tras la Guerra Civil. No será hasta los años 60 cuando, en palabras de Sánchez Picón, se inicie una «tímida recuperación: se desarrollan nuevos sectores como el turístico, el Estado implanta planes de desarrollo que traen el polo químico de Huelva y potencian el Campo de Gibraltar... No se cierra la brecha con el resto de España, pero al menos se impide que crezca».

Es la época del desarrollismo, y ahí empiezan a repuntar casi todos los gráficos, indicadores de cómo poco a poco, con sus avances y sus pasos atrás, ha ido mejorando la calidad de vida de los andaluces. Se inicia el boom de la construcción, crecen los kilómetros de carreteras y el teléfono sustituye al telegrama, que vivió su mejor año en 1966 con casi cinco millones de mensajes para caer en picado a partir de ahí hasta los más de 600.000 que todavía circularon en 2000.

«No siempre nos fue tan mal», reconoce Fernando Olmedo, que reseña cómo Andalucía se especializó en trigo, aceite y vino, una agroindustria que en los últimos años ha repuntado y a la que ahora acompaña el turismo como gran referente económico. El Atlas («un instrumento divulgativo con materiales para usar en entornos educativos») aporta, no obstante, cifras dolorosas: en 1917 había 24 empresas andaluzas entre las 200 mayores de España, mientras que en 2003 eran sólo nueve...

Andrés Sánchez Picón recuerda la evolución a la que se vio obligado un comercio que hasta el siglo XIX era colonial y que a partir de entonces se reorientó hacia los mercados europeos, unos tiempos que tuvieron su símbolo en el hundimiento del puerto de Cádiz y el florecimiento del de Málaga. Y añade la minería al potencial histórico andaluz, de hecho este sector propició el desarrollo ferroviario porque muchos trazados se diseñaron para conectar las zonas mineras con los puertos. El tren no llegó tarde a Andalucía, pero sí a su zona oriental, de hecho en 1890 sólo había en España tres provincias todavía sin un kilómetro de vía: Soria, Teruel y Almería.

Precisamente de Almería rumbo a Argelia partieron los primeros grandes contingentes de emigrantes andaluces, entre 1860 y 1870. Lo normal eran movimientos en el interior de Andalucía, hasta que tras la Guerra Civil se produce la emigración masiva que ya conocemos. Los gráficos y mapas del Atlas muestran esta evolución y muchas otras, pero Sánchez Picón se agarra a una idea: «El retraso de Andalucía es un problema histórico, no esencial. No siempre estuvimos tan mal...».

EL INDICADOR DE RESTAURANTES, CAFETERÍAS, COCHES Y MOTOS

La evolución del número de vehículos matriculados es un buen indicador del cambio social, y es que por ejemplo hasta 1966 había matriculadas más motos que coches en Andalucía, con cifras que rondaban las 20.000 unidades en cada caso. A partir de ahí las tornas cambiaron radicalmente, hasta el punto de que en 1999 había unas 10.000 motocicletas frente a 220.000 automóviles.

Otra señal de cómo cambian los tiempos lo aportan cafeterías y restaurantes. En 1970, de las primeras había alrededor de 15.000 frente a menos de 60.000 de las segundas; en el año 2000 las cifras habían crecido a 60.000 cafeterías y casi 470.000 restaurantes.

LAS HUELGAS EN EL CAMPO Y EL ANARQUISMO

El Atlas incluye un llamativo capítulo dedicado al movimiento sindical, en el que se aprecia que se produce una eclosión entre finales del XIX y el inicio del franquismo. Los conflictos se dispararon en un medio rural en el que se vivía en dramáticas condiciones, y eso se notó en el Trienio Bolchevique que arrancó en 1918: si hasta entonces el año con más huelgas en Andalucía había sido 1914 con 21, en 1919 se rozó el centenar. Curiosamente, en la provincia de Sevilla la implantación anarquista estaba cayendo cuando estalló la Guerra Civil: en 1931 había 49.270 afiliados y en 1936 se había reducido a 47.430.

EL REFLEJO EN SEVILLA DE SU LENTO ASCENSO INDUSTRIAL

Los tres mapas de la izquierda detallan cómo fue evolucionando Sevilla y el asentamiento de actividades industriales en la trama urbana a lo largo de 70 años, empezando por 1857, cuando todavía luchaba con Málaga por el cetro industrial andaluz, y hasta 1930, cuando la ciudad se había asentado como la principal referencia de la comunidad en este terreno.

En el Atlas se subraya que el de Sevilla fue un «progreso paulatino» en el terreno industrial. En 1836, por ejemplo, la provincia de Málaga aportaba el 29,5 por ciento del índice de producción fabril de Andalucía, mientras que en la provincia de Sevilla la única bandera era el establecimiento siderúrgico de El Pedroso, que por sí sólo suponía el 20,6 por ciento de la actividad industrial andaluza.

Poco a poco, Málaga va cayendo casi en la misma proporción que Sevilla asciende y así nos plantamos en 1857, cuando en la capital ya hay una docena de establecimientos industriales: fundiciones, instalaciones del sector químico (jabones, velas) y energético (gas) son la base. Destaca el peso de las fábricas estatales (tabacos, artillería y pirotecnia) y el detalle de que la alfarería supone el 13,8% de la contribución industrial.

En 1900 el número de establecimientos industriales ya asciende a 85, sobresaliendo los relacionados con fundiciones, cerámica, madera, corcho, agroindustria, química, textil y energía. Por último llegamos a 1930, cuando hay ya 189 actividades fabriles en la ciudad, repartidas en varias zonas industriales: Macarena, Torneo y el casco norte, la carretera de Carmona, San Jerónimo, Nervión, Tabladilla, el canal de Alfonso XIII, Triana y la Cartuja.