Si no fuese por el sonotone, Mortadelo no habría oído el despertador. ¡Lo que hace la vejez...! Con mala gana y peor cuerpo, el tipo calvo y con gafas se quita la bolsa de agua calentita para la esclerosis costillar, el parche poroso para el atasco bronquial, el pañal recauchutado para la flojera intestinal (momento en que se le ve el culo, por cierto), se toma el jarabe de la tos, se echa las gotas para la conjuntivitis y se endiña la macedonia de pastillas para la cirrosis, las hemorroides, la prostatitis... Es el achacoso comienzo del álbum ¡...Y van 50 tacos!, que se publicó en 2007 al cumplirse el medio siglo de vida de la pareja literaria más importante que ha dado España después de Don Quijote y Sancho Panza. Qué poco tenían que ver esos arrechuchos de carcamal con aquellas otras lozanas estampas de juventud que se podían disfrutar en el Almanaque Gran Pulgarcito de 1970, donde bajo el título La verdadera historia de Mortadelo y Filemón se recogían los años mozos de la pareja de investigadores: los berridos de Mortadelo al nacer (que hasta se tuvieron que mudar de ciudad); aquella loción formidable que le dio el profesor Bacterio para que no tuviera que preocuparse más por su lustrosa mata de pelo (y así fue: no tuvo que preocuparse más); las malas notas de Filemón en el cole y cómo acabó un siendo jefe del otro e ingresando en la TIA... Pues todo ello, más mucho de lo de antes, casi todo lo de en medio y un puñado de lo de después, figura en una antología para coleccionistas publicada en diez tomos por Signo Editores y ante cuya contemplación devota solo puede decirse una cosa: que no hay suficientes kleenex en los semáforos de España ni papel en los tebeos de Francisco Ibáñez para secar las lágrimas de emoción de quienes, desde que les salió el flequillo hasta que lo perdieron (marca de la casa), crecieron, se acostaron, remolonearon, hicieron rabona, sestearon los veranos, pasaron los recreos, fueron al váter, hicieron amigos, se rieron, aprendieron a leer, se doctoraron en fantasear, emprendieron sus pinitos como dibujantes, se forjaron un impagable vocabulario (hotentote, pedrisco, porras, merluzo, sapristi, quite, quite...), descubrieron interesantes salidas profesionales (caco, mangante, matón, gorila, enchufador de parientes, birlador de objetos personales...), cazaron monstruos, se patearon países incluidos muchos imaginarios, destacaron en deportes inventados e hicieron de todo con estos dos ases del humor de la infancia española. Lo único que le falta a esta edición especial es un prospecto donde advierta a los melancólicos, nostálgicos, enmorriñados y niños disfrazados de adultos cual mortadelos de andar por casa que consulten a su médico antes de quitarles los plastiquitos a la colección y meter las narices en ella. Porque la impresión es de aúpa, y como tenga que venir Bacterio a ponerle remedio... Encima, va el historiador Antoni Guiral y dice esas preciosidades que dice en cada tomo...
Esta colección no es del todo nueva ya que se lanzó en 2011, pero hay algo que sí lo es: el dato de que, gracias a ella, se acaba de saber que la verdadera patria de estos dos agentes de alicatada azotea no es la Cataluña que los vio nacer en 1958, sino la Andalucía de hoy, chínchese quien quiera. Andalucía es, según acaba de contar Signo Editores, la región con más devoción a esta pareja de detectives, con 3.900 colecciones adquiridas; seguida de Cataluña (2.896), Galicia (2.585) y Valencia (2.811 hogares disponen de esta obra, como objeto de coleccionismo). Dentro de la región, los mayores admiradores se encuentran en Málaga, con 1.356 colecciones adquiridas; seguida de Cádiz (1.211 obras); Sevilla (940) y Granada, con 354. Vamos, que en la Costa del Sol se abanican con el caso de Chapeau el Esmirriau.
Quienes así procedan se sorprenderían al ver cómo eran los primeros dibujos de Mortadelo y Filemón, recogidos en el primer tomo de la colección: el primero parecía un enterrador, con su sombrero alto, y el de los dos pelos iba de Sherlock Holmes por la vida hasta en el detalle de la pipa. Tampoco estaba muy claro cómo se iban a llamar: el padre de los personajes propuso varias opciones (Mr. Cloro y Mr. Yesca, agencia detectivesca; Ocarino y Pernales, agentes especiales; Lentejo y Fideíno, detectives finos...) hasta que triunfó la ya conocida. Fueron los titubeantes inicios de una genialidad que pronto cogió su rumbo definitivo y que encumbró a Francisco Ibáñez como el mejor autor de tebeos de todos los tiempos (póngase aquí imagen del citado dibujante sacudiéndose, indiferente, las pelusas de la solapa). Sí, su éxito fue mundial y en los años 70 no se leía otra cosa. Para saber cómo iban el Madrid o el Betis, la gente compraba el Pulgarcito. El mundo entero quiso publicar estas aventuras, y, como recuerda Guiral, en cada país les adjudicaron un nombre diferente: Mortadel et Filémon (Francia), Salamao e Mortadela (Portugal), Mortadella e Filemóne (Italia), Zriki Svargla i Sule Globus (Yugoslavia, que no en vano se fue al garete, con esos nombrecitos), Clever und Smart (Alemania), Antirix kai Symphonix (Gracia), Dörtgöz ve Dazlak (Turquía), Flip og Flop (Dinamarca)...
En los años 80, al profesor Bacterio se le ocurrió un mejunje capaz de convertir las editoriales en una mina de oro, y de resultas de inoculárselo a la editorial Bruguera, esta se fue a pique, matarile, rile, rile, tras haber vendido apenas unos años antes la friolera de 240.000 ejemplares semanales de las peripecias de los agentes de la TIA. Así que entre 1986 y 1987 sucedió lo nunca visto: que Ibáñez no hizo ni una sola viñeta de Mortadelo y Filemón. Pero los efectos de la pócima de Bacterio eran pasajeros y al final, con Ediciones B, se recuperó la serie y santas pascuas. Eso sí, habían cambiado algunas cositas (pocas, pero importantes): ahora, los políticos y la política entraban a formar parte de los argumentos. La culpa la tuvo el caso Juan Guerra, que dio lugar en 1992 al álbum El atasco de influencias, donde se recogía un hermoso ramillete de chanchullos posibles que han dado ideas impagables a los gobernantes de España y sus regiones desde entonces y hasta la fecha, como podrá comprobarse en cualquier periódico que tenga en la guantera del coche. El protagonista de aquella aventura era Juanito Batalla, y al final lo trincaban... junto a su hermano, el de las gafas modelo Telefunken. Ejem.
«Me gustaría que otros autores continuasen Mortadelo y Filemón cuando yo no esté», dijo Ibáñez a Viñetas y bicadillos. Menuda pamplina. Cuando él no esté, que lo busquen Mortadelo y Filemón. Lo mismo lo encuentran en Andalucía, donde tanto se le quiere.