Lugar clave para entender la ciudad de Sevilla, su relato artístico y social oculta a veces su valor arquitectónico.
Junto con la de las Sirenas, la Casa Rosa es el otro palacete francés construido en Sevilla. Su historia está íntimamente ligada a la de la Exposición del 29.
En el corazón de la Alameda, este inmueble celebra diez años de esplendor recuperado como foco cultural del barrio.
Desde Santa María la Blanca a San Bartolomé; corrales de vecinos, palacios, patios y un sinfín de estancias privadas.
Palacio de San Telmo. Si no fuera un edificio de uso administrativo este inmenso palacio sería uno de los monumentos más visitados.
El singular palacio neomudéjar de la Buhaira bulle de actividad en unos jardines con gran valor histórico.
Único lugar habitado del despoblado de Gandul, resiste peor que bien el tenaz paso del tiempo.
Alzada al albur de la Expo del 21, el Palacio del Marqués de la Motilla es una vivienda privada llena de llamativas extravagancias.
Cerrado a cal y canto, el Palacio de Monsalves sigue esperando al Bellas Artes y, mientras, sirve de escenario para rodajes.
Condesa de Lebrija. Más conocido por los turistas que por el público local, este palacio, en la calle Cuna, es un «perfume arquitectónico».
Casa Grande del Pumarejo. Si hay un palacio en Sevilla que haya sido una moneda de cambio es este. Hoy lucha por recuperar parte de su lustre.
Palacio de los Marqueses de La Algaba. Desapercibido, saqueado y recuperado. Con sus fantasmas y su patrimonio es un lugar único.
Su fundador, Francisco Pinelo, fue el banquero de los Reyes Católicos. Hoy su casa es sede de tres academias.
Lleva tres décadas abierto al público. La Casa de Pilatos es, seguramente, el palacio más conocido de Sevilla.
Su fachada encalada no da la idea de un fastuoso inmueble contemplado y mimado por más de 500 años de historia.
En el corazón del barrio de Santa Cruz se alza esta casa construida en el siglo XVI y que es hoy un hogar visitable.