Le cinesi, un título para descubrir música y voces

Rubén Fernández Aguirre lleva a escena uno de sus proyectos más soñados, la última ópera que compuso Manuel García con fines absolutamente didácticos

Guillermo Mendo / Juan José Roldán

Juan José Roldán

Decíamos hace cuatro años a propósito del estreno de Un avvertimento ai gelosi en esta misma sala que lleva el nombre del compositor, que el admirado pianista Rubén Fernández Aguirre andaba preparando un nuevo proyecto centrado en Manuel García, la recuperación de Le cinesi, la última ópera que compuso, apenas un año antes de su muerte, y que utilizó con fines puramente didácticos para práctica y experimentación de su alumnado. Recuperándonos aún del inmejorable sabor de boca que nos dejó su participación en el recital de Mariola Cantarero e Ismael Jordi de la pasada semana, podríamos afirmar que el bilbaíno Fernández Aguirre se ha convertido de entre los intérpretes musicales de este país en el abanderado más fiel y comprometido de la música del tenor, compositor y teórico sevillano, y hallazgos tan agradables como éste vendrían a confirmar que su esfuerzo vale la pena.

No entendemos sin embargo por qué tratándose de un montaje tan cuidado en lo escénico y lo musical, no se contó con subtítulos que hiciesen aun más agradable el seguimiento de la sencilla pero ocurrente trama que plantea. Basándose en un libreto que Pietro Metastasio escribió para Antonio Caldara y que fue aprovechado también por Christoph Willibald Gluck para su ópera también corta de igual título y que es la más popular dentro de unos límites de las tres, García aprovecha su desarrollo cómico y hasta bufonesco para comparar la falta de libertad de la mujer oriental frente al más relativo disfrute de la occidental, aún en su época. Un mensaje que sirve todavía hoy para potenciar esa igualdad que sigue sin ser del todo efectiva entre hombres y mujeres, y que a su directora de escena sirve para marcar ese sexo fluido hoy tan sanamente de moda, que acaba por darle un aire más contemporáneo a la ya de por sí fresca propuesta.

De poco nos sirve sin embargo que justifiquen la falta de subtítulos, aunque el italiano de las voces convocadas fuera suficientemente claro y entendible – aun recuerdo cómo una buena amiga de Génova, ciudad en la que residí varios años en la década de los noventa, insistía cuando íbamos al Carlo Felice que las óperas en italiano eran las que menos entendían porque prescindían de los subtítulos – alegando cuestiones de estética e infraestructura de la sala, a la que por cierto no habíamos tenido oportunidad de asistir desde antes de confinarnos. Una pequeña pantalla LED se puede ubicar en cualquier lugar y no reviste complicación técnica alguna, como tampoco lo hace encargar una sencilla traducción del libreto. Leer previamente el libreto en casa no sustituye el placer de seguir la acción en escena con todos sus chistes y ocurrencias, para eso asistimos al teatro y no nos conformamos con la mera lectura de los clásicos.

Una propuesta con encanto y talento musical

No podemos sino aplaudir su elegante y delicada escenografía, el preciosista vestuario ambientado en los años veinte del pasado siglo, su acertada dirección escénica, dinámica y jovial, y el excelente trabajo del pianista, siempre tan atento a cada matiz y detalle y a dar la pauta perfecta a las jóvenes voces convocadas al efecto gracias al proyecto de descubrimiento de Ópera Studio de Sevilla, del propio Teatro de la Maestranza. En ellas recayó el principal atractivo de una ópera en la que pudimos disfrutar con al menos un par de arias y dos números de conjunto al principio y al final, ciertamente hermosos y brillantes. Entre las sopranos destacó Catalina Paz por su exquisita modulación y capacidad para lucir agilidades, además de poseer una voz perfectamente colocada en todos sus registros y con una proyección más que sobrada. También Teresa Villena alcanzó una interpretación notable y efectiva, pero fue la voz de la mezzosoprano Helena Resurreiçâo la que por su profundo timbre, cuerpo y volumen nos provocó un mayor entusiasmo aunque su papel en la función sea algo menos lucido.

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El tenor Julen Jiménez resultó sin embargo menos satisfactorio, no por timbre ni volumen, pero su articulación fue considerablemente más rígida y su fraseo bastante impreciso e inseguro. Otras dos voces femeninas se añadieron al conjunto para aumentar su escasa duración, dando vida a dos visiones que surgen nada más el viajero cuenta a las tres pobres chinas enclaustradas las bondades de la vida de la mujer en Europa. Para la ocasión se tuvo el acierto de incluir tres canciones de Pauline Viardot, afamada hija de García de la que este año se cumple el bicentenario de su nacimiento. Belén Quirós cantó con dulzura aunque un poco de afectación Evocación en ruso, la mezzo Alicia Naranjo atacó con seguridad y personalidad Madrid en francés, y juntas clavaron a dúo la Habanera, potenciando ese marcado carácter fantasioso sexual que quiso imprimirle la directora Bárbara Lluch, quien en una breve introducción quiso hacer un inquietante símil entre el argumento de esta ópera de cámara y el confinamiento al que fuimos obligados el pasado año, y del que tanto nos salvó la cultura, como el cine hizo con Mia Farrow en La rosa púrpura de El Cairo y el jazz y el blues con las víctimas de la Gran Depresión en Pennies from Heaven. Y todavía hay quien sigue empeñado en castigarla.

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