Un barberillo que solo funciona musicalmente
Voces y orquesta cumplen con buena nota en este título señero del género español, mientras en lo escénico se percibe más de lo mismo y que todo sigue igual (***)
Juan José Roldán
La zarzuela volvió al Maestranza tras dos años de ausencia, desde que en febrero de 2019 se programara una decepcionante Tabernera del puerto. Y lo hace ahora con el título que tendría que haber protagonizado el género la pasada temporada, si no fuera porque el confinamiento lo impidió justo cuando se disponía a subir el telón. El Teatro de la Zarzuela vuelve un año más a estar detrás de la producción elegida para recalar en nuestro teatro, en una colaboración que dura ya muchos años y gracias a la cual hemos podido disfrutar de algunos espectáculos muy notables. En muchos de estos títulos se ha percibido el afán del teatro madrileño por renovar el género y adaptarlo a nuestro tiempo, tarea arduo difícil en un alto porcentaje de casos, pero no en el que nos ocupa. Porque El barberillo de Lavapiés es una delicia en lo musical y apenas exige algún que otro arreglo complementario y circunstancial para adaptarse a los tiempos, de hecho lo hace con tanta naturalidad y gracejo que el día de su estreno en Sevilla nuestra clase política volvía a dar su do de pecho con sus habituales algarabías y despropósitos, cuando el pueblo de lo único que quiere oír hablar es de que la vacunación va más rápida, los contagios descienden y recuperamos nuestras libertades y derechos.
El hijo de Larra escribió su libreto hace ciento cincuenta años y ambientó su historia en época de Carlos III, cien años atrás, y sin embargo la cosa sigue igual, el pueblo anda crispado, la clase política no tiene arreglo y el descontento se ha generalizado. Lo malo es que cuando decimos que la cosa sigue igual y lo adaptamos a un espectáculo como éste, nos referimos a unas hechuras teatrales que nos remiten a un pasado al que no quisiéramos volver. De poco sirve un decorado minimalista, prácticamente ausente, consistente en enormes muros negros y movibles con la ayuda fatigosa de los figurantes, en el que presuntamente el público ha de imaginar esas calles, rincones, plazas y sitios de Madrid a los que el libreto homenajea en cada pasaje y detalle, si se recurre a una gestualidad y una declamación, y no digamos movimientos escénicos, anclados en la peor tradición de la escena española de hace un buen puñado de décadas. Con la única excepción de Borja Quiza, que da frescura y gracia a Lamparilla, ese gañán, fanfarrón y pícaro tan típico de nuestra iconografía y que tan poco orgullo debería merecernos, el resto del elenco evidencia esa declamación mecánica, plana y acartonada que caracterizaba a las Auroras Bautistas y Amparitos Rivelles de antaño. Y menos mal que esta vez no podemos quejarnos de su vocalización y todo se entendía a la perfección. Mención aparte merecen los agarrotados movimientos de masa, solo aliviados por continuas carreras arriba y abajo de escasa enjundia cómica. Una lástima, porque como ya hemos apuntado su libreto mantiene toda su frescura y actualidad y merece un trabajo más depurado a nivel escénico. Ni siquiera podemos rendirnos al trabajo coreográfico de Antonio Ruz, que aunque aporta vistosidad lo consideramos poco justificado y mal ensamblado en el conjunto, por no decir escasamente creativo, sin ir más allá de contribuir al concepto de arte total que la lírica siempre persigue.
Muy bien en el apartado musical
Menos mal que en el apartado musical la cosa cambia. Desde la dirección briosa, de tempi rápidos y energía contagiosa de José Miguel Pérez-Sierra al trabajo responsable y concienzudo de nuestro coro, mejor en el apartado femenino que en el de los hombres, cuyos graves dejaron en alguna ocasión bastante que desear, en términos generales la interpretación musical de esta excelente pieza de Barbieri hizo justicia a su grandeza intemporal. Hay quien considera la partitura de El barberillo de Lavapiés entre las mejores de la zarzuela, y no les falta razón porque aunque no contiene ninguna de esas piezas que habitualmente engrosan las antologías del género, a excepción quizás de la Canción de Paloma del inicio de la obra, tampoco hay en toda su extensión números superfluos o de relleno, toda la música es gozosa e imaginativa, con una orquestación impecable y un sentido dramático y musical de primer orden. Pero para todo eso es imprescindible que las voces le hagan justicia, y curiosamente todo lo negativo que hemos dicho de la parte actoral contraviene la estupenda interpretación musical, también a nivel cómico y dramático, que los y las cantantes hicieron de sus roles.
Así, encontramos desde una intrigante y segura de sí misma Paloma a la que Cristina Faus prestó una voz rutilante, profunda y perfectamente colocada, a la más recatada y cerebral Marquesita con la voz de María Miró, un poco impostada pero de impecable fraseo y buen gusto ornamental, pasando por el carácter romántico que supo impregnar a su personaje Javier Tomé, con una línea de canto sensible y natural, y por supuesto ese valor en alza que es Borja Quiza, que aunque un poco sobreactuado supo meterse al público en el bolsillo y cantó su parte con tanta gracia como encanto, merced a una voz de suave timbre y sobrada proyección, sorteando cualquier tipo de dificultad con tal naturalidad que todo fluyó a la perfección. El rossiniano dúo de amor de la Marquesita y Don Luis fue antológico, y el de Lamparilla y Paloma, resuelto a ritmo de vals, una delicia. Con ellos, el coro, la satisfactoria intervención de la rondalla invitada y, una vez más, el brillo que la Sinfónica sabe aportar a sus funciones, se salvaron los platos, por utilizar una expresión tan rancia como el trabajo ofrecido por un colmado de reconocimientos Alfredo Sanzol. Pero que conste que esto es solo una opinión, si bien basada en miles de espectáculos de toda índole devorados a lo largo de medio siglo.
La ficha
EL BARBERILLO DE LAVAPIÉS ***
Zarzuela de Francisco Asenjo Barbieri, con libreto de Luis Mariano de Larra. José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical. Alfredo Sanzol, dirección de escena. Beatriz Jaén, reposición de la puesta en escena. Alejandro Andújar, escenografía y vestuario. Pedro Yagüe, iluminación. Antonio Ruz, coreografía. Con Borja Quiza, Cristina Faus, María Miró, Javier Tomé, David Sánchez y Abel García. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Compañía de baile de Antonio Ruz. Producción del Teatro de la Zarzuela. Teatro de la Maestranza, miércoles 10 de marzo de 2021
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