Un concierto marcado por el desaliento

González y Morales dibujaron un Brahms sombrío y profundo, en consonancia con nuestro estado de ánimo, minado ante un nuevo varapalo a la cultura

Guillermo Mendo / Juan José Roldán

Juan José Roldán

Llegamos ayer tarde al Maestranza compungidos por las nuevas noticias, una nueva limitación de aforo para un teatro que no se lo puede permitir y le obliga a cerrar de nuevo sus puertas, dejando en la estacada citas tan esperadas como el Argippo de Europa Galante, el concierto de la Orquesta Joven de Andalucía y el siguiente programa de la ROSS, con Martínez Izquierdo y el clarinetista Kari Kriiku interpretando a Sibelius y Saariaho. Medidas que no alcanzamos a comprender, por mucho que el mundo entero haya decidido blindar museos y centros culturales, teatros y salas de concierto incluidas, ya que si algo se ha demostrado en nuestro país es que no existe lugar más seguro y mejor protegido, con distancias, geles y tomas de temperatura rigurosas, que los teatros. Nada que ver con esas terrazas colapsadas de gente sin mascarilla aunque no estén consumiendo, o de aviones a tope compartiendo fila codo con codo con gente desconocida, o con esos inexistentes controles con los que nos amenazan continuamente pero que apenas asoman ni en Barajas ni en Santa Justa ni ningún otro lugar.

Vivimos tiempos invadidos por la incoherencia y el desatino mientras hemos puesto nuestra vida en manos de políticos que dan palos de ciego y adoptan medidas aleatorias, faltas de imaginación y rigor. No nos rebelamos contra la cordura y la responsabilidad, somos conscientes de la gravedad de la situación y nos solidarizamos con quienes más la padecen, pero mejor en un escenario de igualdad y equidad que no convierta a unos ciudadanos en peor categoría frente a otros, discriminados por territorios, edades y cualquier día hasta por raza y condición sexual. Volvemos así a la polémica que más se ha extendido en estos últimos días, ¿por qué pueden venir a divertirse gente de fuera y no podemos nosotros visitar a nuestros seres queridos en otras provincias dentro y fuera de Andalucía? Salvar la hostelería se ha convertido en tal prioridad que todo vale, hasta acabar con nuestra paciencia y buena voluntad.

Una orquesta imprescindible

Recuerdo cuando era muy joven la pobreza musical que había en Sevilla. Una Bética Filarmónica escuálida e intermitente y unas Juventudes Musicales que siempre han estado ahí batallando y promoviendo lo imposible, eran los únicos pilares a los que asirse. Con los fastos del 92 llegó la Sinfónica y sus maestros y maestras irremediablemente venidas de fuera. Apenas unos años después asomó la Barroca y en una década la Fundación Barenboim-Saïd. Ellos y algunos otros agitadores musicales cambiaron radicalmente el panorama, y de eso se beneficiaron nuestros conservatorios y su alumnado, cristalizando en proyectos hoy tan admirados como, por ejemplo, la Sinfónica Conjunta. De la ROSS ha aprendido nuestro profesorado y se ha beneficiado el alumnado; negar esto sería tan injusto como inmerecido. Gracias a la excelencia que nos ha acompañado en estos últimos treinta años que ahora se conmemoran entre quebraderos de cabeza para los sufridos gestores de la orquesta y el teatro, se pueden edificar conciertos como el de ayer, que lamentablemente no se podrá disfrutar hoy. Alcanzar tal nivel de expresividad, adaptarse con tanta precisión a la atmósfera diseñada por su director y dialogar con tanto acierto con la sensibilidad del pianista no es tarea fácil para ningún conjunto sinfónico, y el nuestro lo logró cum laude. Y no es nada fácil porque además se trata de páginas muy transitadas por la orquesta, presta así a verter en ellas todos los vicios adquiridos, lejos de transmitir nuevos matices y decir cosas nuevas como así se hizo.

La que empezó siendo una sonata para dos pianos, derivó en proyecto de sinfonía por sugerencia de Schumann, y acabó en un híbrido que compenetra ambas disciplinas en forma de un concierto para piano como nunca antes se había planteado, y en el que la orquesta tiene tanto peso como el solista y aborda una gramática tan compleja como la suya, encontró en músicos, solista y batuta una lectura muy a la altura. Ofrecieron una versión compungida, a veces incluso desasosegante y hasta terrorífica, marcada por fuertes contrastes, una profunda melancolía y una atmósfera sombría. Leonel Morales, pianista cubano afincado en España, cuyo hijo también pianista tocó en la Sala Manuel García hace unos años, hizo una lectura expansiva y generosa en sensibilidad, recogido y doloroso en un adagio de exacerbado lirismo, y brillante y vigoroso en el allegro final, marcado siempre por una profunda reflexión en una partitura que ha aprendido de memoria durante el confinamiento. Pablo González, actual director de la Orquesta de Radiotelevisión Española, añadió aún más inquietud y oscuridad a una página ya de por sí profusa en ello, equilibrando su belleza melódica con su carácter áspero y brillantez formal.

Con la Sinfonía nº 8 de Dvorák el espíritu cambió radicalmente, desgranando toda la alegría y el sosiego que desprende la obra. Todo fue robustez, luz y alegría, potenciando el carácter eminentemente danzante y pastoral de la pieza. La suya fue una lectura exaltada pero en su justa medida, guardando siempre el equilibrio, marcando dinámicas y modulando la tensión romántica inherente a esta bellísima página. Así hasta llegar a su solemne movimiento final, introducido en su justo tono por la arcaizante llamada de las trompetas y seguido por el elegante y cálido mecer de los violonchelos, siguiendo el estilo rapsódico que caracterizó también al concierto brahmsiano y que tan bien ilustra esa admiración del hombre por la naturaleza que inspira e informa la obra. Antes, Morales agradeció emocionado la oportunidad de volver a tocar con orquesta y tuvo unas palabras de recuerdo para el recientemente fallecido Antón García Abril, tras lo cual tocó como propina la Malagueña de Lecuona.

ROSS ****

4º Concierto de abono (Ciclo 30 aniversario) 2020-2021 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Leonel Morales, piano. Pablo González, director. Programa: Concierto para piano nº 1 en Re menor Op. 15, de Brahms; Sinfonía nº 8 en Sol mayor Op. 88, de Dvorák. Teatro de la Maestranza, jueves 25 de marzo de 2021

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