Woody Allen: Luces y sombras de una mente privilegiada (Primera parte)
«Él era tan duro y romántico como la ciudad que amaba». Así hablaba Isaac Davis, protagonista de «Manhattan». Hay algo de mágico y fílmico en las grandes ciudades. Muchos cineastas han querido rendir homenaje a las calles de su vida, pero nadie lo ha hecho como Woody Allen, o por lo menos, nadie ha sido capaz desde que comenzó su carrera como cineasta en 1969. «Manhattan» es quizás la mayor poesía en imágenes hecha a una gran urbe, es un «Annie Hall» en blanco y negro, una infinita instantánea en movimiento. Su génesis parte de una cena entre Allen y el director de fotografía Gordon Willis, un encuentro entre amigos unidos por el amor al skyline que les vió nacer como artistas
Laura Villalba
Aunque Woody Allen nació en Brooklyn, es al otro lado del río Hudson donde él encontró su mayor inspiración. Broadway, los locales de música en directo o sus largas avenidas aparecen de manera recurrente en sus películas. Es difícil entender a Allen sin Nueva York o a Nueva York sin Allen. Los dos forman parte de un todo aderezado siempre con los mejores clásicos del jazz. Es Allan Stewart Königsberg un erudito en la materia. Desde su pseudónimo, Woody Allen, que tomó del clarinetista Woddy Herman, hasta su afición por este instrumento, todo pasa por la música en su cine. Busca y rebusca en los viejos temas de gramola para poner banda sonora a sus películas. De Judy Garland a Fred Astaire, pasando por Benny Goodman, Glenn Miller o Artie Shaw, escuchar sus películas con los ojos cerrados se convierte también en una suerte de cine en braille por su manera de acertar a la hora de recrear ambientes.
Allen fue un niño judío, el hijo varón de un matrimonio de orígenes ruso-austríacos, pero también neoyorkinos. Su infancia marcada por una educación ortodoxa está muy presente en sus películas. La religión y los debates sobre el papel de los judíos y su percepción en la sociedad americana es uno de los temas recurrentes en sus gags. «Para ti soy ateo, para Dios la oposición», dice en una de sus películas. Y es que a pesar de sus orígenes, Allen prefiere creer en el aire acondicionado que en el gran creador, según sus propias palabras. Con este humor comenzó a labrarse una carrera. Con tan sólo 16 años empezó a escribir guiones para otros humoristas y columnistas de prensa. Un año después deja de ser el chico que escribe los chistes que otros firmaban para convertirse definitivamente en el artista que todos conocen: Woody Allen.
El joven Allen comenzó a actuar como monologuista en bares y clubes nocturnos. Escribía chistes para periódicos y trabajaba para varias agencias. Su fama incipiente le llevó a firmar con la NBC para el programa The Colgate Comedy Hour. En esta época decide matricularse en la Universidad de Nueva York, donde cursaba, entre otras materias, Producción Cinematográfica. Aun así, su asistencia no era todo lo continuada que debería, y sólo respetaba las clases con proyecciones de películas. Terminó el primer semestre a duras penas y decidió abandonar antes de empezar el segundo. Un profesor le llegó a decir que no era material de Universidad y le recomendó visitar a un psiquiatra, un consejo que, como todo el mundo sabe, se tomó al pie de la letra. En 1959 visitó por primera vez a un terapeuta. Desde entonces, no ha abandonado el psicoanálisis, otro de los temas recurrentes en sus películas.
Allen se ríe de sí mismo, de su miedo a la muerte, su personalidad hipocondríaca o su imposibilidad de ser fiel a las mujeres. Sus protagonistas son siempre intelectuales atormentados, personajes neuróticos e histriónicos que intentan sobrevivir en el Nueva York más cool pero también el más solitario. Escritores, dramaturgos y artistas en general son sus perfiles fetiche a la hora de crear un nuevo reflejo de sí mismo. El cine es también otra de las constantes en sus películas, y es que Allen fue uno de los primeros cineastas estadounidenses en poner el ojo sobre los creadores europeos. Fellini, Ingmar Bergman, Truffaut o Buñuel, son algunos de los autores que más le han influido. Dentro de EEUU se queda con Groucho Marx, Bob Hope, Alfred Hitchcock y Orson Welles. Su amor por el séptimo arte es tal que, incluso, se retrata fantaseando con Humpfrey Bogart en una de sus películas, «Sueños de un seductor» o, en inglés, «Tócala otra vez, Sam». La cinta, de 1972, es todo un homenaje a «Casablanca» y nació como una obra de teatro que Herbert Ross llevó al cine a petición de Allen.
Su primera película, sin embargo, fue «Coge el dinero y corre» (1968), una comedia sobre un grupo de ladrones bastante aficionados en la que puso en práctica todo lo que había aprendido durante sus años en televisión. Intentó que varias productoras financiasen el proyecto sin éxito. Finalmente, fue Palomar Pictures la única que se decidió a acompañarle en este viaje. La crítica y el público acogieron el resultado con los brazos abiertos. Había nacido una estrella. De esta primera etapa son también «Bananas», «Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar» y «El dormilón». Su humor ágil y ácido se convirtió en una seña de identidad para el director.
Woody Allen es uno de esos cineastas hechos a sí mismos. Con el paso de los años ha acabado por convertirse en una de sus caricaturas hasta el punto en el que se ha hecho prácticamente imposible diferenciar dónde acaba Allan Stewart y dónde empieza el personaje. Mezcla realidad y ficción como muy pocos saben hacer y a veces es difícil separar el tono satírico de los diálogos de sus verdaderas convicciones. En «Annie Hall» vuelve a inspirarse en sí mismo. Crea la historia a partir de su relación con Diane Keaton, a la que ficha como protagonista, y las localizaciones son, una vez más, otro personaje.
La historia es una reflexión sobre el amor en la gran ciudad, el amor entre dos narcisistas demasiado agobiados por la frenética vida de los tiempos modernos, tan ensimismados en sí mismos y sus aspiraciones que no pueden renunciar a nada por el otro. «Annie Hall» es una comedia intimista, que por un momento deja de lado el humor absurdo para centrarse más en la psique de los personajes y para la que Allen utilizó como guía la personalidad de Diane, su musa durante muchos años. Considerada por muchos su obra maestra, ganó con ella cuatro Oscars: a la mejor película, al mejor guión, al mejor director y a la mejor actriz para Keaton.
Cada vez más agobiado por encontrar su propio estilo, y sin dejarse llevar por los halagos de la crítica, Allen tiene miedo de estrellarse, porque como él mismo dice «me preocupa el futuro, es el lugar donde voy a pasar el resto de mi vida». En su siguiente película, «Interiores», se cierra del todo al humor y se centra en el cine de autor, algo que no le deja muy bien parado. Después... llegaría «Manhattan», con la que se consagraría y volvería a enamorar a su público.
Varias películas más tarde llegaría «La Rosa Púrpura del Cairo», una de sus favoritas. Le acompaña Mia Farrow como Cecilia, una joven de vida poco interesante pero que es capaz de enamorar a Tom Baxter, el personaje de una película que abandona los fotogramas del celuloide para estar con ella. Tras esta, «Hannah y sus hermanas» y «Septiembre», las dos otra vez con Farrow, que por aquél entonces era la nueva novia del artista. Más tarde, «Otra mujer», con Gina Rowlands como protagonista. Esta tríada conforma una etapa en la que las mujeres llevan todo el peso de la narración, tendencia que sólo rompe con «Días de Radio», en la que vuelve a bucear en sí mismo para visitar los recuerdos de su infancia.
Después de una etapa oscura, con la separación de Farrow al iniciar Allen una relación con Soon Yi, la hija adoptiva de la pareja, el cineasta se vuelca en un proceso de recolocación interna. Las disputas con la que era su esposa hasta ese momento le valieron amenazas incluso de Frank Sinatra, ex marido de la actriz. Cansado de tanto drama, vuelve a lo que mejor sabe hacer: comedia. Es el momento de «Misterioso asesinato en Manhattan», un absurdo, pero fantástico relato que supone el regreso de Diane Keaton a sus películas. Nos encontramos en el 25 aniversario de su nacimiento como artista, corre el año 1993. Son 25 años que celebra renaciendo de una crisis y con diálogos más brillantes que nunca. A punto de cumplir los 60, el artista está lejos de haber agotado su último cartucho, pero para saber cómo sigue su historia a uno y otro lado de las pantallas, tendrán que esperar al próximo número.
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