Puente Mayor retrata a Valdés Leal en su nueva novela «El pintor de los muertos»
Charlamos con el escritor y colaborador de El Correo de Andalucía, Antonio Puente Mayor, que presentará el sábado 2 de abril, a las 20 horas, en el Mercantil su nueva obra
Antonio Puente Mayor posa con su novela. Foto María Puente Martínez / Juanmi Vega
Juanmi Vega
Tras retratar a Ruiz Gijón mientras daba forma al Cachorro en «La Pandilla Morada y la cápsula del tiempo»(Toromítico), el escritor Antonio Puente Mayor regresa a las librerías en vísperas de Semana Santa con «El pintor de los muertos». En esta ocasión, el personaje central es Juan de Valdés Leal, uno de los mejores exponentes de la escuela sevillana de pintura, del que este año se conmemora el cuarto centenario de su nacimiento. Una figura fundamental para entender la Sevilla del siglo XVII cuya relación con el mundo de la Iglesia y sus hermandades queda reflejada en algunos de los capítulos del libro. Hablamos con el autor de la novela publicada por la editorial Algaida, que se presenta el sábado 2 de abril, a las 20 horas, en el Círculo Mercantil e Industrial de la calle Sierpes.
De una novela infantil a otra adulta, pero nuevamente con Sevilla como escenario.
No podía ser de otra forma. Además de ser mi ciudad, llevaba un tiempo dándole vueltas a la idea de escribir una historia sobre la época barroca, aquella en la que se dieron cita tantos personajes ilustres y de cuyo contexto hemos heredado costumbres y modos de pensar y actuar. La excusa llegó con el IV Centenario de Valdés Leal, un artista inconmensurable que, pese al enorme legado que nos dejó, lleva siglos ignorado por el gran público.
¿A qué se debe esa injusticia?
En primer lugar porque Valdés siempre estuvo a la sombra de Murillo, el gran pintor de su época, y luego porque el Romanticismo le colgó una etiqueta de la que no ha podido desprenderse: la de pintor de los muertos. Esta se debe a su facilidad para retratar cadáveres y sobre todo a los «Jeroglíficos de las Postrimerías», que el caballero Miguel Mañara le encargó para el coro bajo de la iglesia del Hospital de la Caridad.
Paradójicamente, «El pintor de los muertos» es el título de tu novela...
Más allá del guiño a la visión romántica del personaje, la razón de utilizar ese título obedece a la propia trama. Esta se desarrolla en 1672, el año en el que Valdés Leal pintó «In Ictu Oculi» y «Finis Gloriae Mundi», sus dos obras más conocidas, en una Sevilla que aún luchaba por recuperarse tras la epidemia de peste. Como hermano de la Santa Caridad, el maestro estuvo en contacto con los ahogados y ejecutados de la justicia a los que la corporación del Arenal daba sepultura. Esto me llevó a idear un argumento donde, además de pintar a los muertos, Valdés colaborase en la resolución de unos crímenes relacionados con el mundo del arte.
Y uno de esos crímenes tiene lugar en plena Semana Santa.
La novela arranca en enero y culmina en noviembre de 1672. Es decir, abarca casi todo el calendario sevillano, el cual, como todos sabemos, está teñido de fiestas y acontecimientos sociales, especialmente en el Barroco. Como no podía ser de otra forma, la Semana Santa tiene un gran protagonismo; en primer lugar a través del personaje de Pedro Roldán, amigo personal de Valdés Leal, y luego con las escenas ambientadas durante el Domingo de Ramos, el Miércoles y el Jueves Santo.
¿Sale alguna cofradía en particular?
Por supuesto. La primera es la extinguida hermandad del Cristo del Socorro y la Virgen del Buen Viaje, fundada en Triana por el gremio de Mareantes. Esa escena es una de las más impactantes del libro, pues conecta en cierto modo la Semana Santa de entonces con la actual. La segunda es la Quinta Angustia, que por entonces tenía su sede en el convento Casa Grande del Carmen, actual Conservatorio de Música de la calle Baños.
También hay un capítulo ambientado en el Corpus...
Cuando estudiaba el doctorado, tuve ocasión de realizar un trabajo sobre las fiestas barrocas de Sevilla, el cual me permitió descubrir la importancia que tuvo el Corpus durante todo el siglo XVII y más allá. Por eso, cuando diseñé la novela, tuve claro que ambientaría un capítulo en la plaza de San Francisco durante la procesión. En ella, además de recrear el tono festivo, incluyo detalles del propio cortejo que sorprenderá a más de un lector.
¿Qué otras curiosidades de Sevilla salen en tu libro?
Hay muchas. Por ejemplo describo la actividad de la Inquisición en el castillo de San Jorge, los mercados de la calle Feria y de la Alfalfa, y esa mezcla de religiosidad y perversión que caracterizaba a la Sevilla barroca. Y todo ello va ligado con la propia historia de Valdés Leal, que fue un personaje poliédrico y con una energía desbordante.
Valdés Leal fue un artista prolífico, que no solo pintó infinidad de cuadros, sino que también realizó esculturas y doró muchos retablos. Si tuvieras que destacar algún rasgo de su personalidad, ¿cuál sería?
Dadas las escasas referencias que tenemos sobre su vida —de él escribe su contemporáneo Antonio Palomino, y poco más—, la única forma que tenemos de desentrañar su lado humano es a través de los archivos. Una vez consultada la documentación existente, tengo claro que, más allá de su fama de impulsivo, Valdés Leal tuvo que ser un hombre generoso. De lo contrario, dudo que se hubiese traído a sus suegros a vivir con él y pagado el entierro de su padrastro.
La obra está plagada de personajes históricos como Miguel Mañara, Pedro Roldán o el arzobispo Spínola y Guzmán. ¿A qué se debe su presencia?
Todos tuvieron, en mayor o menor medida, relación con Valdés Leal. Gracias a Mañara, el artista obró sus «Jeroglíficos de las Postrimerías», el díptico del Hospital de la Caridad que la crítica considera la mejor «vanitas» de la historia y que este 2022 cumple 350 años. Con Roldán, el pintor trabajó en infinidad de proyectos, y Spínola le encargó su gran serie sobre San Ambrosio. Además, la novela cuenta con ‘cameos’ de otros personajes importantes de la Sevilla del seiscientos, como el escultor Ruiz Gijón, el arquitecto de retablos Bernardo Simón de Pineda o el pintor flamenco Cornelio Schut.
Tampoco faltan figuras femeninas de peso...
La primera es la esposa de Valdés, la cordobesa Isabel Martínez de Morales y Carrasquilla, que fue un gran apoyo en su vida y le dio cinco hijos —entre ellos Lucas Valdés y Luisa Morales, ambos pintores como su padre—. Luego están Luisa Roldán, más conocida como La Roldana, y Ana María Caballero, esposa del cronista Diego Ortiz de Zúñiga, que es uno de mis personajes femeninos predilectos.
«El pintor de los muertos» ya está disponible en todas las librerías y grandes superficies.
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