Salvador Sobral, el cantante que surgió del frío
El cantante portugués puso en pie al público del Teatro de la Maestranza en la presentación de su último disco: BPM
Salvador Sobral (c) saludando al público del Maestranza tras el concierto. / D.G. / Dolores Guerrero
Dolores Guerrero
Salvador Sobral triunfó ayer en la presentación en el Teatro de la Maestranza de su último disco, aunque más que último él prefiere llamarlo, tal y como le dijo su contrabajista en directo André Rosinha, el más reciente. No en vano este disco recoge sus vivencias tras el trasplante de corazón que le dio una nueva vida. De ahí su título, BPM que son las siglas de “batimentos por minuto” que en castellano significa “latidos por minuto”.
Se trata del primer trabajo discográfico que él ha compuesto de forma íntegra, junto al pianista Leo Aldrey, de quien él ha declarado que es “el perfecto traductor de mi alma musical”. Leo no le acompañó ayer en el escenario del Teatro de la Maestranza. En su lugar estuvo Max Agnas, con quien Sobral no paró de interactuar, al igual que con los otros músicos. Y es que si algo caracteriza a las actuaciones del cantante portugués, es su capacidad para interactuar en directo, tanto con sus músicos como con el público, dando rienda suelta a su sentido del humor, que él sabe incluso llevar al contexto del lugar, gracias a una loable facilidad para los idiomas. Oyéndole hablar, cualquiera hubiera dicho que es de Cádiz.
Enfundado en una sencilla camisa blanca, pantalón oscuro y zapatillas blancas de deporte, Sobral apareció en el escenario como una exhalación, una vez que sus músicos habían comenzado a tocar. Por su gestualidad parecía que iba a ofrecer una actuación envuelta en solemnidad. Un calificativo que, según él mismo nos dijo, define al escenario del Teatro de la Maestranza y que, de alguna manera, envuelve sus canciones. No en vano giran en torno a su experiencia con la enfermedad y la cercanía con la muerte. Pero, en realidad, lo que primó en este concierto fue la energía desbordante de Sobral -que no paraba de votar y bailar- que contrastaba con la dulzura envolvente de las melodías, y esa suerte de juego que llevó al artista a cantar en más de una ocasión sin micrófono, poniendo sus manos alrededor de la boca, a la manera de un altavoz, o incluso metiendo la cabeza mientras cantaba en la caja de resonancia del piano.
A lo largo del concierto Sobral fue intercalando los temas en portugués del disco, como ‘Só Um Beijo’, ‘anda Estragar- meos planos’, ‘Vertigem’, ‘Ay Amor’ ‘Nem eu’ o ‘Sangue do meu Sangue’ que fue el tema que grabó como single como adelanto del disco, con los temas en inglés, ‘Paint the town’ y ‘That old Waltz’ y las canciones en castellano, como ‘Canción Vieja’. En todos esos temas Sobral dejó un sitio para el lucimiento de sus músicos, Max Agnas al piano, André Rosinha al contrabajo, Bruno Pedroso a la batería y André Santo a la guitarra eléctrica y el ukelele. Con encomiable generosidad, mantuvo con ellos en todo momento un elevado grado de complicidad y disfrute, ya que a menudo los dejaba solos y se mantenía a un lado, con un gesto de visible concentración y placer en la escucha.
Una actitud placentera que llegó a su cenit cuando apareció en escena la artista invitada, la cantante Lau Noah, a quien él nos contó que conoció cuando ella tenía solo 16 años y que, tras unos cuantos años sin saber nada de ella, supo que había triunfado en Nueva York, aunque él la encontró de nuevo en Barcelona. Junto a ella Salvador nos cantó en primicia una canción en inglés, que todavía no han grabado, sumamente emotiva. Antes de cantar, ella dijo que le gustaría que aplaudiesen a Salvador no solo por su música, sino por su humanidad. Un aplauso al que él respondió con ironía , “Entonces para que me aplaudan ya no tengo que cantar ni nada”. Tras esa canción, nos pellizcaron el alma cantando juntos una copla que a la cantante le cantaba su abuela, ‘La luna enamorada’. A su término el público pidió otra, y él encantado le pidió a Laura que cantara un tema suyo ‘Siete lágrimas’, y con la generosidad y la capacidad de improvisación de la que hizo gala durante todo el concierto la dejó sola en el escenario.
Si el concierto si hubiera acabado ahí, nos habríamos ido a casa con esa sonrisa de placer que solo una buena obra de arte puede provocarnos. Pero Salvador todavía nos tenía guardados unos cuantos bises más, incluido el del final en el que nos incitó a corear mientras él se paseaba entre los espectadores, y no sólo entre los que estaban en el patio de butacas, porque llegó a trepar por el teatro hasta llegar al mismísimo gallinero. Toda una demostración de la entrega y el disfrute que este artista showman puede llegar a ofrecer en cada concierto.
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