Halftter arropa una Traviata de grandes voces
El director madrileño regresó al coliseo que dirigió durante más de una década para ofrecer una nueva Traviata en la que destacaron Machaidze y Chacón-Cruz
Imagen de Guillermo Mendo / Juan José Roldán
Juan José Roldán
Una Traviata clásica y sin riesgos llena teatros incluso en una Sevilla que en pleno julio sufre una devastadora ola de calor. No en vano es la ópera más representada en el mundo, y con las cuatro que con ésta lleva haciéndose en el todavía joven Maestranza, corrobora esa tendencia. Dicen que esta puesta en escena responde a lo que Verdi hubiera querido estrenar en su momento, obligado por la censura a ambientar su drama romántico con feroz crítica social en el siglo dieciocho, si bien es verdad que desde hace mucho siempre se representa en la época que la vio nacer, mitad justo del diecinueve. Pero si nos atenemos a las intenciones del autor, nos estaríamos refiriendo más al concepto que a la ambientación, lo que nos llevaría a representarla cada ocasión en época actual, intentando reflejar en su trama de amores imposibles e hipocresía social, donde la enfermedad se convierte siempre en una estigmatización para quienes deciden vivir libres de ataduras morales y religiosas, los obstáculos que la sociedad siempre coloca en el camino de los más volubles y marginados, en este caso la desgraciada Violetta Valéry. Precisamente ahora es un buen momento para poner en evidencia la regresión que estamos sufriendo en muchos ámbitos, al borde siempre de perder muchos de los logros conseguidos en las últimas décadas, siempre de la mano de gobiernos progresistas, y que no sirven sino para que en este mundo haya más gente feliz.
La celebrada Traviata de McVicar no arriesga ni inventa nada. Apenas avanza un par de décadas en su ambientación, sin consecuencias dramáticas, situándose en los albores de esa belle époque que tanto juego da en la luminosa París y permite dar al ballet del cuadro segundo del segundo acto un toque cancanesco muy agradecido. Ni hay riesgo ni imaginación, ni mucho menos esperen encontrar un trabajo profundo de psicoanálisis de personajes y situaciones. Sin embargo este montaje funciona, dentro de su indisimulada tendencia a lo clásico y convencional, porque cuenta con un elenco de primera categoría que hace que en lo musical todo brille al máximo nivel y en todo su esplendor, lográndose además el pequeño milagro de reunir prácticamente a todo el equipo técnico y artístico que debía haber acometido aquellas representaciones de hace justo dos años que quedaron aparcadas con motivo de la pandemia.
Halffter a la batuta, Machaidze al timón
El público ovaciona a Pedro Halffter cada vez que regresa a la que fue su casa durante algunos de los años más fructíferos del Teatro de la Maestranza, y esta no fue la excepción. Se le aplaudió al principio como gesto de respeto y consideración, y se le aplaudió a rabiar al final por un exquisito y meditado trabajo que le llevó a arropar las suculentas voces con todo lujo de detalle y absoluto mimo y admiración. Tanto fue así que por momentos nos pareció que faltaba algo más de empuje y decisión en su dirección, para inmediatamente adivinar sus intenciones y comprobar que en lo dramático tiene la partitura muy estudiada y supo resolver cada matiz y giro dramático con una perfecta clarividencia. Contó para ello con una plantilla entregada y responsable, y los resultados una vez más, ayudados por esa extraordinaria acústica que acompaña al Maestranza, estuvieron muy a la altura. No se quedó atrás el coro, que aparte de lucir suntuosos atruendos, especialmente ellas, brindaron con aplomo y majestuosidad y encajaron un segundo acto generoso en brillo y mordacidad, tanto ellos como ellas, pendientes no solo de que su canto fuera hermoso sino de que su actuación también estuviera a la altura.
No disfrutábamos de la georgiana Nino Machaidze desde hacía diez años, cuando protagonizó Thaïs de Massenet, y hemos comprobado ahora que su voz ha ganado en seguridad, fuerza expresiva, emisión y potencia. Aunque empezó un poco engolada, rápidamente desapareció semejante defecto y se apropió de su rol, encarando una Violetta llena de carisma, entregada en lo pasional y en su humanidad, que logró momentos sobrecogedores en la larga secuencia junto al padre de su amado, y entonó un Amami Alfredo de considerable quilate emocional, apoyada en una subida apoteósica del músculo orquestal. Abordó todas sus conocidas arias con una línea de canto homogénea, un timbre precioso y una agilidad y color abrumadores, desde la enérgica Sempre libera a la melancólica Addio. Ya en el primer acto, en su precioso dúo de amor Un dì felice, eterea, demostró talento canoro y dramático a raudales. No se quedó ni mucho menos atrás un espléndido Arturo Chacón-Cruz. El tenor mexicano cumplió aquí el centenar de representaciones como Alfredo Germont, demostrando no solo un dominio absoluto del personaje, a pesar de cierto histrionismo en su actuación, sino una voz poderosa, de emisión muy natural, generosa proyección y mucha sensibilidad a la hora de entonar como pocas veces hemos disfrutado en un rol que a menudo se presta a la impostación y el delirio. No hubo deslices en una participación que afrontó con una línea de canto de exquisito gusto. Algo menos nos convenció el barítono eslovaco Dalibor Jenis, que arrancó su participación con excesivo furor y fue luego suavizando su interpretación para encontrar ese matiz hipócrita y discretamente perverso que caracteriza su personaje. Aun así defendió su larga y desesperada discusión con la sacrificada heroína (una constante que durante mucho se pensaba beneficiaba a la mujer, pero que le ha ido estigmatizando poco a poco) con aplomo y una voz rotunda y bien colocada. Decir del resto del elenco que no empañó el excelente nivel del trío protagonista, da buena cuenta del trabajo realizado por cada una de las voces restantes. No podemos olvidar la coreografía, eficaz, moderadamente vitalista y con un simpático detalle en forma de gitana travestida.
LA TRAVIATA ****
Ópera de Giuseppe Verdi. Libreto de Francesco Maria Piave, según la novela “La dama de las camelias” de Alejandro Dumas hijo. Pedro Halffter, dirección musical. David McVicar, dirección escénica (Reposición: Leo Castaldi). Tanya McCallin, escenografía y vestuario (Reposición: John Liddell). Jennifer Tipton, iluminación (Reposición: Nicolas Fischtel). Andrew George, coreografía(Reposición: Claudia Agüero Mariño).Con Nino Machaidze, Arturo Chacón-Cruz, Dalibor Janis, Anna Tobella, Megan Barrera, Manuel de Diego, Carlos Daza, Andrés Merino y Christian Díaz. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Producción de la Scottish Opera, Welsh National Opera, Gran Teatre del Liceu y Teatro Real. Teatro de la Maestranza, jueves 14 de julio de 2022
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