Bayreuth o el peregrinaje al Walhalla
Como cada año, la pequeña localidad alemana recibe a miles de peregrinos que buscan allí la esencia de Wagner, a través de su música y sus recuerdos
Bayreuth o el peregrinaje al Walhalla / Juan José Roldán
Juan José Roldán
Bayreuth ha visto comprometida su periodicidad, inalterable desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial, estos dos últimos veranos, a causa de la pandemia. Este año ha vuelto con fuerza y con un lema muy claro y significativo, Fe, amor y esperanza, en clara alusión a la Guerra de Ucrania. Y para demostrarlo una directora ucraniana, Oksana Lyniv, con amplio recorrido por algunos de los teatros de ópera más prestigiosos de Alemania, se ha convertido en la primera mujer en dirigir una ópera en el festival de Bayreuth, El holandés errante, cuyo director escénico es precisamente de nacionalidad rusa, Dmitri Tcharniakov, si bien es verdad que ambos participaron ya en esta producción el pasado año. Por otra parte, el concierto al aire libre que celebra también Lyniv, combina un autor ruso (Chaikovski) con otro ucraniano (Valentin Silvestrov) en un variado programa. De cualquier forma, su directora artística desde hace un par de décadas, Katharina Wagner, bisnieta del compositor, ha apostado este año por democratizar aún más el evento veraniego, relajando todavía más la etiqueta, proponiendo conciertos gratuitos al aire libre y negociando con Deutsche Grammophon la emisión en streaming de los títulos programados y escenificados este año. Conseguir una entrada sigue siendo, sin embargo, una empresa ardua y complicada, debiendo registrarse en una lista de espera que puede tardar años en dar sus frutos; un proceso algo así como el mantenido para hacerse con una codiciada entrada para el Concierto de Año Nuevo de la capital austriaca.
Este año se reponen El holandés errante, Lohengrin y Tannhäuser, mientras se acaba de estrenar una esperadísima producción de la tetralogía, entre el 31 de julio y el 5 de agosto con tres ciclos completos. Cornelius Meister sustituyó a última hora al director originalmente propuesto, el finlandés Pietari Inkinen, de baja por covid persistente. A su vez Markus Poschner, que debuta así este año en Bayreuth, ha tenido que sustituir a Poschner, para evitar su agotamiento, como director del título que abrió el festival el pasado 25 de julio, Tristán e Isolda, el otro gran estreno de esta edición. Valentin Schwarz, el joven director artístico de esta nueva producción del anillo, recibió grandes abucheos la noche del estreno de El oro del Rín, no así sus responsables musicales. La visión reduccionista de Schwarz, a modo de saga familiar televisiva, como aquella Agrippina de Haendel que vimos en el Maestranza justo antes de la pandemia, no ha gustado a los fieles del festival, que acuden allí cada año a liberarse de su vida cotidiana y vivir una experiencia estética intensa, como quería el propio Wagner según asevera Sven Friedrich, director del Museo Wagner ubicado en la Villa Wahnfried, donde también descansan sus restos. Pero no debemos olvidar que la aplaudidísima producción de Patrice Chereau que dirigió Pierre Boulez en 1976 fue recibida aquí también con un enorme desdén y hoy es un clásico. Voces tan rutilantes como las de Klaus Florian Vogt, Tomasz Konieczny, Camilla Nylund o las veteranas Christa Mayer, Irene Thorin y Petra Lang, se encuentran en el reparto de esta nueva tetralogía. Ekaterina Gubanova es uno de los nombres más estelares que participa este año, mientras el tenor asturiano Jorge Rodríguez-Norton será con Tannhäuser el tercer español que participe en un reparto del festival, tras Victoria de los Ángeles y Plácido Domingo.
Un espacio revolucionario
El precedente inmediato del Teatro de los Festivales de Bayreuth (Festpielhaus) es el Teatro de la Corte de Dresde. Wagner quiso aprovechar la inauguración de este templo de la música y las artes escénicas para estrenar Rienzi, su tercera ópera. Necesitaba un espacio de grandes dimensiones donde dar rienda suelta a sus ambiciones artísticas, musicales y técnicas, que todo fuera descomunal, y así se lo hizo saber a cada uno de los responsables del teatro. Un espacio que fue concebido por el arquitecto Gottfried Semper en 1841, poco antes del estreno de este título wagneriano. Semper y Wagner tuvieron que emigrar a Zúrich como consecuencia de su participación en el levantamiento de mayo contra Federico Guillermo IV de Prusia, que se negaba a aceptar la Constitución aprobada en 1849. En el exilio planearon el teatro del futuro en Bayreuth, si bien al final no fue Semper quien lo diseñó, ya que se le encargó a su regreso a Alemania reconstruir la Ópera de Dresde, destruida por un incendio en 1869. Wagner estrenó allí también El holandés errante y Tannhäuser. En 1850, en su exilio suizo, Wagner pretendió construir un teatro provisional y efímero sobre tablas, en un prado de Zúrich, donde debía representarse La muerte de Sigfrido, génesis de la tetralogía, con la intención de que a su término se destruyera todo, partitura incluida. Esta idea germinaría después en un teatro estable, con platea en pendiente como un auditorio, y foso oculto, todo un referente para los teatros modernos tal como los conocemos ahora; pero tendrían que pasar veinticinco años para que esa idea diera finalmente sus frutos.
En 1859 Wagner conoció a Luis II de Baviera, que tenía entonces catorce años y desarrolló inmediatamente una ferviente admiración por el compositor, como se puede comprobar en el Castillo de Neuschwanstein, que se construyó paralelamente al Teatro de Bayreuth como su Walhalla particular, albergando frescos alusivos a Tannhäuser, Lohengrin y Parsifal. El rey imaginó Bayreuth como un espacio monumental cercano a su residencia. Wagner solicitó a Semper que diseñara una maqueta, pero éste renunció por falta de emolumentos. El compositor decidió finalmente ubicar su teatro en la localidad alemana pero sin reformar la barroca Markgräflisches Opernhaus. Entre las ideas revolucionarias del nuevo teatro figuraban sus asientos todos con buena visibilidad e idéntico valor, algo que todavía hoy hay muchos arquitectos que desprecian. La sala debía quedar a oscuras y el escenario provocaría sensación de profundidad gracias a la perspectiva, además el foso debía quedar oculto como un abismo místico entre el público y el escenario, para no distraer la atención. Había surgido la idea del teatro no para figurar y hacerse ver haciendo vida social, sino para disfrutar del espectáculo y dejarse seducir por la música. El día del cincuenta y nueve cumpleaños de Wagner, 22 de mayo de 1872, se colocó la primera piedra según diseño de Otto Brückwald, siguiendo ideas de Semper y el tramoyista Karl Brandt. Se inauguró en agosto de 1876 con el estreno de la tetralogía del Anillo del Nibelungo completa, con Hans Richter, patriarca de los directores de Bayreuth, a la dirección, y Liszt, Grieg, Bruckner, Chaikovski, Saint-Saëns, Nitzsche y Tolstoi entre los invitados. Con capacidad para casi dos mil espectadores, la Ópera de Bayreuth es hoy Patrimonio de la Humanidad, desde que la UNESCO lo decidió hace exactamente diez años.
Tras su inauguración en 1876 un desastre económico imposibilitó reabrirlo hasta 1882, cuando se estrenó Parsifal. Los nietos de Wagner, Wieland y Wolfgang, que durante los años treinta y cuarenta del pasado siglo se convirtieron en reputados directores escénicos también fuera de Bayreuth, fueron los artífices de los grandes cambios que en los cincuenta limpiaron su nombre de la afiliación nacionalsocialista que mantuvieron durante las décadas precedentes. 1951 marca por lo tanto un antes y un después en la despolitización de un festival que sin embargo ha contado siempre con el apoyo y el entusiasmo de altos mandatarios y mandatarias de todo el mundo, y al que todos los años acuden miles de aficionados y aficionadas a rendir pleitesía a quien revolucionara la música y la ópera, el arte total, para disfrute y regocijo de toda persona melómana que se precie.
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