Jorge Gallego, el pintor de Montellano que consolida su pica en Madrid
El artista vuelve a la prestigiosa galería Ansorena con una exposición de paisajes silenciados de su tierra que, bajo el título de ‘La línea interrumpida’, permanecerá abierta hasta el 7 de enero
Álvaro Romero
Los grandes pintores de nuestra antigüedad clásica, que es como referirnos a la España en bancarrota de hace solo tres o cuatro siglos, se veían obligados a irse a la corte para dar rienda suelta a la magia de sus pinceles. Hoy en día, sin embargo, los grandes artistas inspirados de este país crean su mundo en cualquier rincón sin ruido de esta geografía cambiante que también ha dado tanto para el retrato ensimismado e hiperrealista del paisaje que descubriera últimamente el gran Antonio López sin necesidad de crear escuela, sino libertad compositiva, que es algo bien distinto. Y a Madrid van, si eso, a dar cuenta de lo que la inspiración ha hecho con su obra siempre en marcha. En la Sierra Sur de Sevilla, en pleno Montellano, existe un joven pintor, licenciado en Bellas Artes en nuestra Universidad hace veinte años, infatigable en la creación de su propio mundo, que se llama Jorge Gallego.
Estas Navidades expone, por tercera vez, en la prestigiosa galería del centro de Madrid Ansorena, dedicada además, desde mediados del siglo XIX, a la subasta de arte y a la joyería. Allí, en plena pandemia, expuso Jorge su muestra Horizontes. Y antes, en 2019, otra bajo el sugerente título de Silencios. Esta de ahora, que puede visitarse hasta el próximo 7 de enero, se llama La línea interrumpida, y tiene que ver también con los horizontes que se atisban desde Montellano, y con los silencios que solo un artista paciente, minucioso y lector de realidades como él puede apreciar en lo que los demás dejamos de mirar para ver solamente...
Con razón dice Gallego que, cuando pinta algo, es “porque lo he vivido de alguna forma”. Y ese algo no tiene que ser un paisaje o un objeto, sino “un acontecimiento, un pensamiento, un sentimiento o una pequeña emoción emanada de un momento fugaz” que luego pueden cristalizar en una idea que sea la semilla de una pieza artística. Los caminos de la creación, como teorizó Bécquer, son tantas veces inescrutables. Y ahí radica la labor del artista, que no se conforma con la artesanía de lo bien hecho, sino que indaga permanentemente en lo que hay detrás. “No podemos quedarnos con la pintura puesta sobre el lienzo, porque esa es la piel, la última capa que cubre todo lo que hay detrás; esa pintura es la palabra que cuenta lo oculto, el verso que narra el misterio”, asegura el pintor montellanero. Lo dicho: Jorge Gallego no solo interiorizó hace mucho la teoría becqueriana de Gustavo Adolfo, sino la práctica pictórica de su hermano Valeriano. Al fin y al cabo, sevillanos, amantes del misterio y eternamente curiosos son los tres.
Paisajes absorbentes
Gallego no ha perdido la esencia de su propio camino en las dos décadas que lleva pintando. Ahora vive un momento de madurez discursiva, pero no reniega ni mucho menos de la propia reivindicación de la mirada que lo guía. En sus cuadros de ahora ha desaparecido el protagonista que ayudaba al espectadora a mirar porque ahora el protagonista es el propio espectador. Eso convierte su trabajo en algo más descarnado, más incómodo, más crítico. El cuadro es ahora la ventana que busca al espectador para que este se introduzca en él, instantánea viva de esos dos ejes cartesianos que, desde la ficción verosímil, son el espacio y el tiempo. Mirar un cuadro de horizontes de Gallego, de casas abandonadas, de otra época, de obras interrumpidas, de carreteras que ya no van a ninguna parte, de aristas mohosas sobre el celeste firmamento es ya un reflexionar sin prisas, una manera de abandonar este mundo para participar del que el pintor propone, que es también el nuestro, pero capturado en uno de esos instantes en que el gozne del planeta se detiene para que hagamos todas las consideraciones que nuestra libertad individual nos permita frente a los intereses creados de los poderosos, siempre mucho más invisibles que sus disparates.
La última creación de Jorge Gallego trabaja con puntos de vista alejados y elevados, como desde los ojos de un dios contemplador que ayuda a endiosar al espectador del cuadro, es decir, a recordarnos que también nosotros podemos mirar con un mínimo de sosiego todas esas construcciones que rompen constantemente la suave transición entre la tierra y el cielo, todas esas líneas interrumpidas de vida caduca que aparecen y desaparecen en el primer plano de la eternidad que siempre usa el firmamento como telón de fondo.
Un pintor multipremiado
Gallego se ha convertido en la última década en un habitual del certamen de pintura Virgen de las Viñas de Tomelloso (Ciudad Real), cuyo primer premio se ha traído más de una vez. También ha ganado otros certámenes en Manzanares y otros municipios que apuestan por la pintura paisajística en La Mancha. Desde que ganara en 2005 el primer premio de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, y el Premio Nacional de Bellas Artes del Ateneo hispalense -el mismo año en que se hizo con el primer premio del certamen de pintura de su pueblo-, Jorge Gallego no ha parado de ganar premios. En 2009 ganó el primer premio de la modalidad de pintura del IV Concurso de Pintura y Escultura Figurativas de la Fundación de las Artes y los Artistas de Barcelona; solo en 2011, se hizo con el primer premio del XLV Certamen Andaluz de Pintura Villa de Ubrique (Cádiz), el primer premio del XXII Certamen de Pintura Ciudad de Álora (Málaga) y una mención de honor en el XIX Certamen de Pintura Ciudad de Tudela (Navarra). En 2013 se hizo con el premio Fundación Cruzcampo en la LXII Exposición Nacional de Otoño de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, en Sevilla. En 2014, consiguió la Medalla de Honor en el XXIX Premio BMW de Pintura... Y desde entonces gana tres o cuatro distinciones por año.
Su pintura ya integra los paisajes interiores de instituciones tan importantes como el Museo Europeo de Arte Moderno, el Museo Gredos de Pintura, la Diputación de Jaén, la Fundación Endesa, el Ateneo de Sevilla, la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, la Universidad de Murcia o varios Ayuntamientos como los de Sevilla, Málaga o Badajoz. Y todo eso sin abandonar ese cuartel general que es la reformada casa de su abuela en Montellano.
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