La Cara Oculta – «Pena Negra» de InLimbo Ediciones

Si InLimbo ha sacado una de las mejores antologías de fantaterror del año, pues se dice y no pasa nada

La Cara Oculta – «Pena Negra» de InLimbo Ediciones / So Blonde

So Blonde

Decimoprimera entrega de la colección de narrativa de la editorial albaceteña InLimbo. El motivo de cubierta corre a cargo de Pilar Lozano @plasticocruel y no es de las mejores que tiene. Creo que queda demasiado artificial el artificio al estar la imagen ideada ex profeso para el libro. Quienes conozcan la obra de esta artista visual sabrán a lo que me refiero; por lo general sus encuadres evocan una historia por sí mismos, lo puedes utilizar para una portada, sí, pero no son una portada. En esta, al menos, se le reconoce el estilo, pero podría haber valido también el emoticono de la flamenca.

Pero el problema es que la edición de esta línea de colección, me refiero a la presentación del tomo en medidas calidades y formato, se queda muy pequeña para lo que contiene. Aunque esto permite ajustar el precio a 17 euros por 170 páginas en tapa blanda con solapas.

Es normal que, una antología o recopilatorio, la calidad de los cuentos incluidos suela variar, y no es raro que existan varios que se podrían llamar “de relleno”. En este «Pena negra» esa norma no escrita se rompe porque los diez relatos que la conforman tienen una calidad excepcional. Vamos, que si me dicen que quite tres sería como clavarme tres puñales.

No sé si esto se debe a un trabajo de edición de estilo y regencia excepcional por parte de Juan García Rodenas, o simplemente a una elección de firmas más que afortunada. No hay en ninguno de estos diez cortos uno que me haya dejado indiferente o del que no haya podido aprender algo en cuanto a forma y estilo. Es comenzar a leer y saber, antes de terminar la primera frase, que una se enfrenta a literatura de calidad, y esto ocurre en cada nuevo capítulo. Estilo, forma, retórica, figuras, léxico... prosa que no necesita de rima o métrica para competir con el verso en belleza y gracia. ¿Y esto ocurre con diez plumas cada una de su padre y de su madre?, ¿es un dream team de cuentistas? En mi modesta opinión y a la luz del resultado: sí.

Además de la estética más formal y artístico del oficio de escribir, es que incluso con la limitación de extensión propia del cuento y también con el atajo de causalidad narrativa que puede suponer la inclusión de elementos fantásticos en los argumentos (tanto en su desarrollo como en la conclusión), cada relato es interesante, te seduce, suspende la incredulidad y te obliga no sólo a terminarlo de un tirón, sino a buscar una nueva dosis en el siguiente.

Por otra parte, también hay que destacar que, aunque la temática que engloba cada trabajo es común, no cae en otros de los grandes “peros” de las antologías que suele ser el del planteamiento de situaciones y conflictos que, de tan repetitivos y manidos, pasan a ser puro cliché. Aquí autor aporta no tanto un enfoque, como un imaginario propio sobre el tema propuesto, único y diferenciando respecto a los que los acompañan.

También hay una valentía, una desfachatez envidiable a la hora de hablar de los protagonistas, que no dejan de ser personas reales, que existieron y que algunas murieron en tiempos tan recientes que aún mantienen la seriedad del cadáver y no lucen todavía la sonrisa sardónica de calavera. Ejemplo de esto es el tratamiento que se da a la figura de Lola Flores y de Sara Montiel, quienes hasta lectores jóvenes pueden recordar y poner cara. Las historias centradas en estas dos mujeres (y el motor argumental totalmente íntimo y además verosímil) casi llama al rubor. “Joder, nena, que la familia está viva”–, dije yo mientras flipaba muy mucho con el juego de espejos y nombres que plantea Díaz Riobello con la figura de la Montiel en «La que no nació». Enorme.

La premisa de «Pena negra» surge de la cabeza de María Zaragoza a quién el decolorante para el pelo le lleva a parir ideas lisérgicas geniales (cuando a otras sólo nos da un mal viaje) y es la de sazonar supuestas biografías de figuras de la canción de los llamados “géneros populares” (copla, zarzuela, cuplé) con un toque sobrenatural. Esto no desemboca en la parodia, no hablamos de un «Juanito Caracol cazador de vampiros» o de una «Antoñita Reina VS zombies ceporros» (¿veis?, mal viaje), por el contrario ahonda a nivel sicológico en muchos de los terrores cotidianos y reales y los contextualiza en una época. Así adivino intencionalidad de temas en la existencia no binaria o de género fluido en «El Príncipe Carnaval», de Mado Martinez; la problemática de la aceptación de la inclinación sexual en «Con Dios no basta», de F. Daviz Ruiz, el síndrome del impostor (de nuevo Díaz Riobello) o la necesidad de pertenencia en vínculo paternofilial de «Eso vino en un barco», de Gema Solsona, o «La sustracción», de Ariadna Castellarnau, aunque sea más que tóxico.

Por otro lado, los referentes literarios (cuando no homenajes casi directos), nos remiten a clásicos del género que por ser muy anglos y archiconocidos me niego a nombrar, pero ahí están los experimentos de reanimación, los viajes temporales, la teletrasportación, la magia de los arcanos, los mitos de raíz gorgónica y lo científicamente imposible pero racionalmente plausible.

Que todo esto no es lleve a pensar que es un texto intensito, tiene sus gotas de humor, desde el muy accesible de Dimas Prychyslyy en el divertidísimo «El tesoro de Niza» hasta la sutil ironía de Jimina Sabadú en «Año de cucaña» (ya con ese “Ella tenía labia y necesidad.” me ganó).

Como guinda a todo lo expuesto sirve «Pena negra» como recordatorio, casi crónica, de otro tiempo y otro siglo, con sus luces y sombras. La fecha más temprana que se nos muestra es la de 1906 para terminar en el 2013 y en este lapso temporal se percibe cómo cambia, evoluciona e involuciona la figura de la vedete, la cantaora, el marica de tablao, la gente de la carreta, la diva, la estrella pop o la reinona de la contracultura posmodernista (superado el punk es el queen glam la herramienta de provocación desconstructiva). Sobre este último particular trata «La Casa de LaSanta», de Nerea Pallares, que es un ejercicio magistral de aunar lo antiguo y lo nuevo, con un léxico trepidante plagado de préstamos guiris invasores, pero que desemboca en algo tan primitivo como la palabra como medio sacrifical, sonidos mágicos con poder, el conjuro declamado, en definitiva (destilado o quizás amansado): canciones.

Todo el volumen está impregnado de ellas, excepto el «Carroña de Fieras», de Juan Soto Ivars pero que, a cambio, es el más cercano al terror canónico. Y quiero ahora enarbolar la lanza que rompe esta recopilación por esas composiciones musicales que han sido olvidadas, relegadas a un pasado casi anecdótico, catalogadas como fósiles de una época que se considera superada por ser tachada de casposa, rancia, viejuna. “Música de fachas” llegó a sentenciar una púber cuando me sorprendió un “Dame tu risa, mujer/ que soy torero andaluz” prendido en los labios.

Achacaré, sin rencor, a que fue la arrogancia ignorante de la juventud la que inspiró esa definición que obvia que nombres como Rosalía, Tini o Lola Índigo son herederas y deudoras de muchas de esas mujeres a las que rinde homenaje este enlomado.

En otra ocasión, podríamos hablar del emponderamiento femenino a nivel histórico mediante, por y sobre las tablas de un escenario.

Se fabula aquí sobre Tina de Jarque, Estrellita Castro, Teresita Saavedra, Concha Piquer, Miguel de Molina, Lola Flores, Imperio Argentina, La Bella Dorita, Marifé de Triana y Sara Montiel. Echo en falta la inclusión de Carmen Sevilla, pero, claro, ella era rubia.

Ya os digo que esto merece una edición en tapa dura de carey, punto de lectura de terciopelo de Holanda, detalles de lentejuela y, por supuesto, un lugar en vuestras bibliotecas y un par de horas de vuestra atención lectora.

No diga arte, diga InLimbo, ¡ole!

Pulsa para ver más contenido para ti

Más cosas en una semana. Besos de carmín, nenas y nenes.

Pulsa para ver más contenido para ti